Boarding School for Princes (internado para príncipes)

CAPÍTULO 37. Ecos del Núcleo.

Los muros de Elysianek susurraban con una calma inusual. Las antiguas grietas que alguna vez se extendieron invisibles a través del internado ahora temblaban con los ecos de una verdad revelada. El núcleo, no era solo un artefacto. Era un corazón dormido, un vestigio de una voluntad antigua que había latido en las sombras de la historia.

En el salón principal, Theodora, Caleb, Blake, Eleanor, Luzian, Ian, Kaito, Harrison, Deus y Erkan se reunieron una última vez para discutir lo que quedaba por hacer.

—El Núcleo se ha estabilizado —explicó Ian, ahora con una expresión más viva que nunca—. Pero eso no significa que esté neutralizado. Está dormido. Y puede volver a activarse si las condiciones se repiten.

—¿Condiciones? —repitió Eleanor, que aún evitaba mirar a Theodora directamente.

Ian asintió.

—Oscuridad. Ambición. Conflictos entre herederos. El Núcleo se alimenta de inestabilidad emocional y política.

Kaito dio un paso al frente, con su acostumbrado aire sereno pero afilado:

—Existe un sitio al que debemos ir. La última ubicación marcada en el mapa cifrado. Una estructura subterránea en las catacumbas de Elysianek, más allá del archivo sellado. Nunca se ha abierto, porque requiere la sincronización de las llaves y el eco vital del Núcleo.

—¿Y qué hay allí? —preguntó Blake.

—El interruptor final —dijo Deus con solemnidad—. Una forja sellada por antiguos monarcas. Si llevamos el Núcleo ahí y lo conectamos, podríamos destruirlo.

Theodora se puso de pie.

—Entonces lo hacemos. No solo por nosotros. Por todos los que vinieron antes y los que vendrán.

Esa misma noche, el grupo descendió por un nuevo pasaje que se abría tras la biblioteca original. El aire era más denso, la piedra más antigua. Las antorchas no eran suficientes para iluminarlo todo.

Blake caminaba junto a Caleb, quien llevaba una venda.

Había resultado herido al intentar sincronizar su llave con la energía del Núcleo.

—¿Cómo va eso? —preguntó Blake, rozándole la mano.

—Late. Pero no duele tanto si tú estás cerca —respondió Caleb con una sonrisa leve.

Ambos compartieron una mirada que decía más de lo que el silencio podía contener. Esta vez no hubo interrupciones. Solo el silencio, y la certeza de que todo lo que sentían estaba por explotar.

Eleanor, a unos pasos detrás, observaba a Theodora de reojo. Quería hablarle, gritarle, abrazarla... pero no podía, no debia. Apretó los puños y siguió caminando.

Ian y Luzian abrían camino con una esfera mágica que giraba entre sus palmas. Erkan llevaba consigo los fragmentos del mapa, y Kaito caminaba sin esfuerzo, como si ya conociera el camino. Y quizás lo hacía.

La última cámara era un círculo perfecto, rodeado por pilares de obsidiana y un altar central. El Núcleo brillaba en el interior de una urna, como un corazón palpitante de luz dorada.

—Ahora —susurró Ian—. Caleb, necesitas colocar tu llave en el altar. Theodora, tú también.

Las llaves encajaron. La energía comenzó a fluir. El altar tembló.

Pero entonces, la sala entera rugió. Una figura oscura emergió del fondo: una criatura hecha de humo y fragmentos de voces, una huella del Núcleo que se resistía a morir.

—¡No está completamente sellado! —gritó Harrison.

Todos entraron en acción. Eleanor usó su control de escudos mágicos para contener la entidad. Blake corrió hacia Caleb, que intentaba estabilizar la llave, y lo sostuvo mientras todo temblaba a su alrededor.

—¡Resiste! —le gritó—. ¡No me dejes ahora!

—No lo haré —dijo Caleb—. No cuando tú estás aquí.

La criatura gritó una vez más y se abalanzó sobre Ian. Pero Luzian lo detuvo con un hechizo ancestral. Las marcas de su brazo brillaban con una intensidad que no se había visto antes.

—¡Ahora, Theodora! —gritó.

Theodora pulsó el núcleo con su llave y gritó unas palabras en un idioma ya olvidado. La energía se contrajo. El artefacto brilló.

Y luego...

Silencio.

El Núcleo se apagó. Su luz se disipó como polvo dorado.

Horas después, ya en la superficie, el grupo se encontraba en la terraza principal de Elysianek.

Los jardines volvían a florecer con lentitud. La niebla espesa que había cubierto los caminos exteriores comenzaba a disiparse.

Eleanor se acercó a Theodora.

—Sé que no tengo derecho a pedirlo, pero... gracias. Por seguir adelante. Por no rendirte.

Theodora la miró, con una sonrisa breve.

—Aún no lo has hecho tú. Así que tal vez... podamos hablar mañana.

Un rayo de sol se asomó entre las nubes. No era una redención. Pero sí una posibilidad.

En el borde del jardín, Caleb descansaba recostado en una banca. Blake se sentó a su lado.

—¿Y ahora qué? —preguntó Caleb.

—Ahora vivimos —respondió Blake—. Sin miedo. Sin mentiras. Solo nosotros.

Sus manos se tocaron. Esta vez, sin dudas.

Y aunque el Núcleo había sido sellado, sabían que aún quedaban heridas por sanar.

Pero también sabían una cosa: lo peor había pasado.

Y lo que venía... podían enfrentarlo juntos.




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