Boarding School for Princes (internado para príncipes)

CAPÍTULO 38. Bajo la Luz que Queda.

El amanecer no había sido tan cálido en semanas. Elysianek, tras tanto caos, batallas veladas y traiciones ocultas, respiraba por fin un aire distinto. No era paz aún, pero sí un comienzo parecido a ella. Las ventanas abiertas dejaban pasar la brisa de los sauces del este, y los pájaros, por primera vez en días, cantaban sin temor.

Blake estaba sentado junto a Caleb, en uno de los balcones más altos del ala sur. La herida de Caleb se había curado en parte, pero aún necesitaba apoyo. El vendaje lo rodeaba y los movimientos aún le costaban. Blake había estado a su lado durante casi toda la noche, reponiéndolo, despertándolo cuando era necesario, y simplemente… estando allí.

—No pensaba que te quedarías —dijo Caleb, sin mirarlo, con voz cansada.

Blake giró lentamente la cabeza. Su rostro estaba bañado de una luz dorada.

—Tampoco lo planeé. Pero aquí estoy. —Pausa. Luego bajó la voz—. Siempre vuelvo a ti.

Los ojos de Caleb lo buscaron entonces, un poco sorprendidos, un poco dolidos, un poco esperanzados.

Blake rió por lo bajo, nervioso.

—No digas nada —añadió, más rápido—. Solo… quería que lo supieras.

Y Caleb no dijo nada. Pero tampoco miró hacia otro lado.

Se quedaron así por largos minutos. En silencio. Hasta que la puerta del balcón se abrió de golpe.

Era Deus, acompañado de Theodora y Erkan, con pasos rápidos y gestos graves.

—Reunión de emergencia —anunció Erkan—. En el vestíbulo del ala central. Todos. Incluso Nolan. Es hora.

El gran salón de Elysianek se llenó en cuestión de minutos. Los miembros de cada círculo, los que alguna vez fueron enemigos, aliados, traidores o defensores, se encontraban por primera vez unidos bajo una misma causa: cerrar el ciclo que Nolan había comenzado.

Nolan entró último, flanqueado por Harrison y Luzian. Su rostro ya no mostraba la falsa cortesía de antes. Había ojeras bajo sus ojos, y la piel bajo su mandíbula se tensaba. Sabía que algo se venía.

Theodora fue la primera en hablar.

—Llevamos semanas investigando tu entrada a este lugar. Tus archivos estaban modificados. Tus cartas de recomendación, falsificadas. Tus pruebas de linaje, inexistentes.

Nolan dio un paso adelante. Su voz, por primera vez, sonó rota.

—No necesitaba ser uno de ustedes para merecer este lugar.

—No lo es por el lugar —interrumpió Deus—. Es por lo que hiciste dentro de él.

Erkan sostuvo una hoja de papel envejecida.

—Los robos de información. Las manipulaciones. El uso del nombre Calemont para obtener la llave. Y sobre todo, la traición al pacto de protección que los internos debían mantener. Eres un infiltrado. Y un traidor.

Los murmullos llenaron la sala. Nolan cerró los puños. Quiso hablar. Pero Kaito lo observaba desde una esquina con una sonrisa tan sutil como venenosa. Como si dijera: yo también estuve infiltrado, pero no me atraparon tan torpemente como tú.

Finalmente, Ian Ralvek, desde lo alto de la escalera de mármol, dio el veredicto:

—Nolan Calemont queda desterrado de Elysianek. No regresará. Y cualquier documento o legado asociado a su nombre será borrado del archivo oficial.

Y entonces, un silencio largo se apoderó del lugar, y en ese silencio, Nolan bajó la mirada. Y se fue.

Horas más tarde, en los jardines ya tranquilos, Caleb y Blake caminaban lentamente por el sendero de piedra que llevaba al lago. Blake lo sujetaba por el hombro. Ya no porque necesitara apoyo físico… sino porque no quería soltarlo.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó Caleb—. ¿Cuando todo esto acabe?

Blake apretó un poco los dedos sobre su hombro.

—Creo que depende de lo que tú quieras.

Caleb se detuvo. Lo miró con una mezcla de cansancio, gratitud y algo más. Algo que no se atrevía a decir.

—Quiero... —Empezó. Luego dudó—. Quiero que no te vayas esta vez.

Blake no respondió con palabras.

Le tomó el rostro con una mano temblorosa.

Y lo besó.

Fue lento. Lleno de todo lo que no habían podido decir. De las culpas, de las noches en vela, de las traiciones y las reconciliaciones.

Cuando se separaron, Caleb tenía los ojos cerrados. Y cuando los abrió, Blake aún estaba allí.

—Siempre vuelvo a ti —susurró de nuevo.

Y esta vez, Caleb sonrió.

Más allá, en la antigua sala del reloj, Theodora y Eleanor compartían un té sin azúcar. No había reconciliación aún. Pero sí palabras. Pequeñas piezas de perdón.

Y en el archivo subterráneo, Luzian, Harrison y Erkan analizaban lo que parecía el último fragmento del mapa hacia el artefacto central del Núcleo, lo único capaz de sellar el ciclo para siempre.

Faltaban solo pasos.

Pero por primera vez en semanas, no parecían imposibles.

Y en Elysianek, por fin, el amanecer no traía sombras.

Sino luz.




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