Elysianek parecía respirar con más lentitud aquella mañana. Como si, luego de semanas de tensión, el silencio intentara devolver algo de paz. Pero la calma era solo una cortina frágil. Bajo ella, el rumor se expandía como una corriente subterránea: Kaito podría no ser quien decía ser.
Caleb caminaba por los jardines exteriores. El viento era fresco, y las hojas comenzaban a caer en una danza pausada. Cerca, Blake lo observaba en silencio, recostado contra una de las antiguas columnas de mármol.
—¿Estás huyendo de mí otra vez? —preguntó Blake, con una sonrisa ladeada.
Caleb se detuvo y giró hacia él.
—No. Esta vez no. —Avanzó con paso firme hasta quedar frente a él—. No quiero seguir dudando de lo que siento.
Blake lo miró durante unos segundos. Había tanto que se habían callado. Tanto que habían sentido sin decirlo.
—Entonces no digas nada —susurró.
Y sin palabras, se tomaron de las manos. No hubo necesidad de grandilocuencias. Fue oficial con una mirada, con la manera en que Blake entrelazó sus dedos con los de Caleb y simplemente lo sostuvo. Allí, entre la brisa, se hizo evidente: ya no se escondían.
En el ala norte, Theodora hojeaba antiguos planos junto a Luzian. Las paredes del salón de estrategia estaban cubiertas de pergaminos y símbolos arcanos, pero sus miradas apenas se apartaban una de otra.
—¿Sabes qué es lo más ridículo de todo esto? —murmuró Theodora, señalando un mapa sin realmente verlo—. Que entre tanta guerra y secretos, fuiste lo único que me pareció sincero.
Luzian se acercó con suavidad, tomando su mano.
—Y tú fuiste lo único que no quise perder, incluso cuando dudé de mí mismo.
Se abrazaron. Sin palabras huecas. Sin justificaciones. Solo el peso compartido de todo lo vivido, y la elección consciente de quedarse.
Eleanor, por su parte, había regresado a sus clases. Mantenía la cabeza gacha, pero sus ojos se alzaban cada vez que el nombre de Kaito aparecía en susurros.
Algo no encajaba.
En una sala privada, se reunió con Erkan, Harrison y Deus.
—He estado observando a Kaito —dijo—. Hay movimientos que no concuerdan con lo que dice ser. Archivos que no coinciden. Pasos que nadie registra, pero que dejan huella.
Harrison asintió.
—Lo hemos notado también. Su linaje... nadie puede rastrearlo con certeza.
—Y sus sellos mágicos —añadió Deus—. No pertenecen a ninguna familia real conocida.
La sospecha tomaba forma. Nolan había sido un peón visible. Kaito, en cambio, era una sombra difícil de atrapar.
Esa noche, Caleb y Blake se reunieron con el resto del grupo en el antiguo observatorio. El lugar, oculto en la cima de la torre astronómica, les ofrecía una vista panorámica de Elysianek.
Allí estaban: Theodora y Luzian, Eleanor, Deus, Harrison, Erkan... y aunque no estaba presente, el nombre de Kaito flotaba como una amenaza tácita.
—Necesitamos seguir las pistas del núcleo —dijo Blake—. Pero también debemos decidir qué hacer con Kaito.
Theodora asintió.
—No podemos actuar sin pruebas, pero no podemos ignorarlo más.
Fue entonces cuando Eleanor alzó la voz, más firme que nunca:
—Yo me encargaré de rastrear su historia. Si hay algo que esté ocultando, lo descubriré.
—Eleanor... —dijo Harrison algo avergonzado— yo te ayudaré.
Eleanor asintió.
Mientras el resto hablaba, Caleb sintió un pequeño mareo. El agotamiento, la tensión, todo comenzaba a pasar factura. Tropezó ligeramente, y Blake estuvo a su lado en un segundo, sujetándolo.
—Hey —dijo, con una sonrisa suave—. No tienes que cargar esto solo. Te tengo, ¿sí?
Caleb se dejó sostener, apoyando su cabeza en el hombro de Blake.
—Gracias —susurró—. Por quedarte.
Blake lo sostuvo con más fuerza.
—No pienso irme.
Y en ese instante, entre los hilos de conspiraciones y secretos, hubo algo inquebrantable: dos corazones eligiéndose en medio del caos.
La luna, alta sobre Elysianek, iluminaba sus rostros. La calma antes de la tormenta.
Porque aunque Nolan había sido desenmascarado, y la paz parecía posible… el verdadero peligro aún caminaba entre ellos.