El sol caía con suavidad sobre los vitrales de la torre sur de Elysianek. Por primera vez en semanas, el internado parecía respirar en silencio. Sin explosiones, ni gritos, ni huidas. Solo el viento acariciando los corredores altos como si el edificio mismo suspirara con alivio. Pero el alivio era solo aparente. Aún quedaban nudos que desatar. Rostros que revelar.
En la biblioteca antigua, Theodora estaba sentada junto a Luzian, ambos frente a una copia descifrada del mapa antiguo que habían recuperado del archivo sellado.
—¿Recuerdas cuando nos conocimos? No confiabas mucho en mí.
—Sigo sin confiar del todo —sonrió ella, pero su mano tomó la de él con firmeza—. Pero quiero hacerlo. Estoy lista para confiar en ti si estás conmigo.
Luzian tragó saliva, sus dedos rozando los de ella con cuidado, hasta entrelazarlos por completo.
—Entonces hazlo —susurró—. Porque yo ya no puedo dejar de hacerlo.
Los labios de ambos se buscaron con decisión, encontrándose en un beso lento y cálido, esde que sus caminos se cruzaron entre secretos y documentos olvidados.
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En otro ala del internado, Blake sostenía la mano de Caleb mientras caminaban por los pasillos de piedra entre las torres norte y central. Eran los últimos en saberlo todos, pero los primeros en sentirlo.
Habían pasado por todo: heridas, traiciones, verdades y silencios. Pero ahora, no había máscaras entre ellos.
—¿Crees que lo notarán? —preguntó Caleb.
—¿El qué?
—Que somos algo... más.
Blake se detuvo. Lo miró a los ojos con la suavidad que solo se encuentra después de haber perdido algo antes.
—No me importa si lo notan. Porque sí, lo somos. Y no voy a dejar que lo dudes otra vez.
Caleb lo besó allí mismo, bajo el arco de la galería antigua. Cuando se separaron, Blake se giró hacia el fondo del pasillo, donde Eleanor y Harrison se acercaban sin decir nada. Harrison alzó una ceja al verlos.
—Ya era hora —murmuró con una media sonrisa.
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Mientras tanto, Eleanor intentaba enfocarse en el expediente entre sus manos, pero el peso del silencio entre ella y Harrison comenzaba a crecer. Investigaban los movimientos recientes de Kaito, y todo parecía... inconsistente. Demasiado perfecto. Demasiado invisible.
—Nadie tiene un registro tan limpio, ¿sabes? —dijo ella, hojeando los papeles en su tablet—. No hay errores, ni vacíos, ni rastros emocionales.
—Eso no es limpieza, es borrado —añadió Harrison, bajando la voz—. Como si supiera que alguien lo buscaría.
—¿Crees que Kaito es otro infiltrado?
Harrison dudó. Pero su mirada se desvió hacia una nota escrita a mano. Un símbolo. El mismo que encontraron en los registros ocultos del ala este: una estrella negra con el núcleo hueco.
—Creo que hay algo más. Que no solo se infiltró. Creo que alguien lo puso aquí.
Eleanor guardó silencio, pero sus ojos se mantuvieron fijos en él. Por primera vez, lo vio diferente. No como un compañero más. Ni como una figura de apoyo.
Sino como alguien que, sin querer, había comenzado a importarle.
Y Harrison, que no era del tipo que solía notar esas cosas… también lo notó.
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En una sala más apartada, el grupo se reunió. Theodora, Luzian, Blake, Caleb, Eleanor, Harrison, y hasta Erkan y Deus. Todos menos Kaito, quien había decidido no asistir.
—Tenemos que empezar a considerar algo —dijo Eleanor, cruzada de brazos—. Que no fue Nolan el único con una identidad falsa.
—¿Te refieres a Kaito? —preguntó Blake.
—Sí —afirmó Harrison—. Y tengo razones para pensar que él manipuló más piezas de las que creemos. Tal vez incluso a Nolan. O al menos, lo empujó.
Caleb apretó la mandíbula.
—¿Y si es cierto? ¿Y si nunca lo atrapamos porque... lo dejamos entrar nosotros?
Theodora miró alrededor.
—Entonces no hay vuelta atrás. Estamos cerca del final. Y no podemos permitir que otro infiltrado destruya lo que hemos empezado a reconstruir.
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Al anochecer, mientras el grupo se dispersaba por las torres, Kaito observaba desde la parte más alta del jardín prohibido. Sonreía. Una sonrisa breve, elegante, casi vacía. Como quien ya sabe que, incluso siendo descubierto, aún tiene la última carta en su manga.
Desde abajo, alguien lo miraba.
Harrison.
Y sin necesidad de palabras, supo que la caza había comenzado.