Boarding School for Princes (internado para príncipes)

CAPÍTULO 42. Ecos Antes del Amanecer.

La lluvia había caído durante toda la noche sobre Elysianek, borrando las huellas y lavando los tejados como si el internado intentara, en vano, purificarse de todo lo que aún escondía. Pero no bastaba. El agua no limpiaba la historia. Solo la humedecía.

Y esa mañana, cuando la tormenta se calmó, las sospechas sobre Kaito ya no eran susurros. Eran verdades a medio nombrar, listas para gritarse.

En la sala de estudio, Theodora desdoblaba unos manuscritos encontrados por Eleanor y Harrison. Eran textos antiguos, escritos en un idioma arcaico, pero traducidos por Luzian con esfuerzo y cuidado. Al centro de todo, un símbolo: una serpiente entrelazada con una espiral. El mismo grabado que Kaito tenía en la daga que nunca usaba, pero siempre llevaba encima.

—Este emblema pertenece a la Orden de Halcidios —explicó Luzian—. Fue disuelta tras la Segunda Fractura, acusada de manipular el flujo mágico y provocar rupturas entre planos. Traicionaron a Elysianek en su origen.

Theodora se cruzó de brazos.

—¿Y por qué nadie sabía que esa orden aún existía?

—Porque se reinventaron. Cambiaron de nombre. Se infiltraron. Y Kaito es uno de ellos.

Harrison sacó un pequeño trozo de metal oscuro que había encontrado en la sala de alquimia. Tenía la misma espiral en el borde.

—Esto estaba detrás de una losa secreta. Junto a documentos sobre el núcleo y la forma de canalizar su energía hacia un solo portador.

—¿Un conducto? —preguntó Caleb, que acababa de entrar junto a Blake.

—No. Un catalizador. Alguien que pudiera absorber el núcleo.

—¿Y Kaito está preparándose para eso? —preguntó Blake.

Eleanor asintió.

—No está aquí para romper nada. Está aquí para convertirse en el núcleo.

Más tarde, en una esquina tranquila del jardín interior, Eleanor y Harrison compartían una taza de infusión caliente, sentados en una banca bajo un rosal trepado de rocío.

—¿Has pensado qué harás cuando todo esto acabe? —preguntó Harrison, sin mirarla directamente.

—A veces. Pero no me atrevo a proyectarlo aún —respondió ella, envolviéndose en su chaqueta.

Harrison se volvió hacia ella.

—Yo sí lo he pensado. Y en cada escenario... estás tú.

Eleanor se giró, sorprendida. Él tomó su mano con lentitud, como si temiera romperla.

—No sé cuándo empezó, ni por qué. Pero me haces sentir menos perdido. Y más valiente.

Eleanor lo miró. Y por primera vez en mucho tiempo, sonrió con sinceridad.

—Entonces no te sueltes cuando todo se caiga. Porque pienso aferrarme a ti también.

Se miraron en silencio.

La conexión entre ellos estaba hecha.

Esa misma tarde, Caleb y Blake recorrían el corredor oeste, aquel donde el ventanal se abría hacia el lago lejano. El cielo estaba cubierto de nubes bajas, pesadas como memorias sin resolver.

Caleb cojeaba un poco aún, pero se negaba a usar apoyo.

—Deberías dejar que te cuide —bromeó Blake, pasando su brazo por la espalda de Caleb sin pedir permiso.

—¿Y si no quiero dejarte? —dijo Caleb, ladeando una sonrisa.

Blake se detuvo. Lo miró.

—Entonces no me dejes. Porque también te necesito.

El viento empujó sus palabras hacia el lago.

Caleb giró hacia él, esta vez sin esconder lo que sentía.

—Me salvaste más veces de las que puedes imaginar.

—¿Y tú crees que no hiciste lo mismo conmigo?

Ambos sonrieron y Caleb se acurruco junto a Blake. El momento perfecto ya no necesitaba prueba. Estaban ahí. El uno para el otro.

En el sótano de prácticas prohibidas, Theodora y Luzian analizaban un patrón mágico grabado en el suelo. Cada línea correspondía a una ubicación específica en el internado. Todas las rutas llevaban hacia una misma sala.

—Este es el punto cero —dijo Luzian—. El corazón de la red mágica.

—Donde el núcleo fue sellado originalmente —agregó ella.

Ambos se miraron. La tensión entre ellos se disolvió por un segundo cuando Luzian tomó la mano de Theodora.

—¿Crees que salgamos de esta?

—Solo si te quedas conmigo.

Y por primera vez desde que se conocieron, Theodora no necesitó armadura alguna. Solo su mano en la de él.

Al anochecer, en la torre más alta, Kaito observaba el internado con su mirada serena y distante.

En su mano, sostenía un pequeño frasco con líquido cristalino, que brillaba débilmente. A sus espaldas, una figura encapuchada se desvanecía entre las sombras. No intercambiaron palabras. No fue necesario.

Kaito susurró al aire:

—A veces, ser el villano es la única forma de reescribir la historia.




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