El amanecer llegó sin promesas.
Sobre Elysianek, las primeras luces se filtraban a través de los ventanales altos, pálidas, silenciosas, como si incluso el sol supiera que se acercaba algo irreversible. Nadie desayunó. Nadie bromeó. Las miradas se cruzaban como espadas. Todos sabían que el momento había llegado.
Kaito había ido demasiado lejos.
Y ya no había vuelta atrás.
La sala de reuniones, la misma que alguna vez usaron para estudiar partituras o planificar fiestas, ahora estaba transformada. Sobre las mesas, mapas, artefactos, pergaminos abiertos, y varios sellos rotos.
Theodora, con el cabello recogido en una trenza apretada, marcaba con tiza tres puntos principales en el mapa de Elysianek.
—Estos tres nodos mágicos ya fueron activados. Los símbolos son los mismos que encontramos en el sello del núcleo.
—Y sabemos que Kaito tiene acceso a dos de ellos —agregó Luzian—. Si logra tomar el tercero, podría absorber la energía del núcleo por completo.
Eleanor asintió, cruzando los brazos con tensión.
—No podemos dejarlo llegar hasta ahí. El ritual necesita de tiempo y espacio. Lo mejor que podemos hacer es dividirnos.
—Y atraparlo desde dentro —terminó Harrison, mirando a Eleanor por un segundo más de la cuenta.
La división de equipos fue rápida. Natural. Casi inevitable.
Caleb y Blake fueron asignados al ala este, donde los conductos mágicos eran más inestables.
Theodora y Luzian se encargarían de interceptar el pasaje oculto que conducía al corazón del sello.
Eleanor y Harrison patrullarían la biblioteca subterránea, donde se sospechaba que Kaito había escondido parte de unos artefactos.
Erkan y Deus, con su irreverencia y astucia, serían enviados al observatorio abandonado, desde donde podrían hackear parte de los sistemas de control mágico.
Y por último, Ian Ralvek.
Ian estaba dispuesto a ayudar, era peligroso ir solo.
—No lo dejaré fuera —dijo Deus con fastidio—. Pero si hace una sola cosa rara, lo encierro en un espejo.
—No necesito tu confianza —respondió Ian, con una voz fría, cansada—. Solo una oportunidad.
Así, lo emparejaron con Erkan y Deus. No por amistad, sino por estrategia. Nadie iba a dejarlo actuar solo, pero nadie podía negar lo útil que era tenerlo cerca.
Antes de separarse, hubo un silencio. Un respiro colectivo. Un momento breve, pero cargado.
Blake miró a Caleb, y le tomó la mano.
—Esta vez, no me sueltes. No por el mundo. Por nosotros.
Caleb apretó su mano, con una sonrisa suave.
—Te pienso sujetar con todo lo que soy.
Unos metros más allá, Theodora observaba a Luzian, que organizaba runas en su cinturón.
—¿Y si esto es una trampa? —preguntó ella.
—Entonces caeremos juntos. Y si no lo es... quizá podamos vivir después.
Theodora sonrió, apenas.
Y Eleanor, mientras ajustaba su guante de cuero, sintió una mirada sobre ella. Harrison.
—¿Lista? —preguntó él.
—No. Pero eso nunca nos detuvo.
—Esta vez te cubro yo.
Eleanor no respondió, pero cuando se giró, sus dedos rozaron los de Harrison por un momento, breve pero cargado.
En el observatorio, Erkan bajó una palanca oxidada con una fuerza que no parecía suya. Deus murmuraba conjuros, pero también vigilaba a Ian de reojo.
—¿Qué sabes que no has dicho? —le soltó de repente.
Ian lo miró con expresión pétrea.
—Solo que, si llegamos demasiado tarde... será como no haber hecho nada.
—Entonces más te vale ser rápido —murmuró Erkan.
En el ala este, Caleb y Blake se adentraron en los túneles. Una neblina espesa cubría el suelo. Cada paso se sentía como entrar en un recuerdo.
—¿Sabes qué me da miedo? —preguntó Blake en voz baja.
—¿Qué?
—No saber si podremos seguir con esto, tener algo real, si todo esto termina.
Caleb se detuvo. Lo miró con seriedad.
—Lo vamos a tener. Porque voy a luchar por ello. Por ti.
Blake lo miró, con un leve temblor en los labios. No dijo nada, pero su mirada decía demasiado.
Theodora y Luzian llegaron al punto de intersección mágico. Una luz roja pulsaba bajo el suelo como si un corazón latiera enterrado. Theodora se agachó.
—No está completo aún. Podemos sellarlo.
—No sin luchar antes —dijo Luzian, desenvainando su arma encantada.
—No planeaba huir.
Se pusieron espalda contra espalda.
En la biblioteca subterránea, Eleanor encontró un fragmento de espejo agrietado. Tenía símbolos tallados en su reverso. Lo alzó, y en su reflejo no había nadie.
—Esto es magia de proyección —murmuró Harrison—. Está usándola para moverse sin ser visto.
—Entonces vamos a romper su imagen.
Desde la torre, una figura los observaba.
Kaito.
Vestido con una capa oscura, sus ojos brillaban con una luz más antigua que cualquier linaje.
—Ya vienen —susurró—. Que empiece el final.
Y detrás de él, algo comenzó a abrirse. Una grieta.
Un umbral.
El tercer nodo... ya había sido activado.