El aire se volvió más denso.
En lo profundo de Elysianek, los pasadizos vibraban con una energía antigua, despiadada. Kaito había estado preparando esto durante años: no solo aprender los secretos, sino enraizarse en ellos. Tres nodos. Tres pulsos de poder. Uno solo quedaba por completar.
Y él estaba en ello.
Con un círculo grabado en el mármol antiguo, las runas ya comenzaban a encenderse en espiral.
Pero lo que no esperaba... era que no estaba solo.
Caleb y Blake fueron los primeros en notar la alteración. Tras desactivar el nodo del ala este con una combinación de sangre y canción, una armonía codificada en el diario de Nolan, sintieron que la energía se redirigía hacia el norte.
—No tenemos tiempo —jadeó Caleb.
—¡Entonces corre! —gritó Blake, tirando de él mientras ambos corrían por las galerías antiguas.
Theodora y Luzian, en cambio, habían deshecho parte del círculo mágico que alimentaba la grieta bajo el vestíbulo subterráneo. Fue Luzian quien se dio cuenta:
—Esto no es solo un canal de energía. Es una antena. Está enviando un pulso.
—¿A dónde?
—Al punto de encuentro. Donde todo va a colapsar.
Theodora entrecerró los ojos.
—Vamos a detenerlo. Juntos.
Y corrieron, la luz azul de sus runas comenzando a parpadear como una alarma silenciosa.
En la biblioteca, Eleanor se enfrentaba al espejo delator. Harrison lo había roto con un golpe de puño, y la energía liberada provocó una onda que los lanzó contra los estantes.
—¡Es ahora! —gritó Eleanor mientras se levantaba—. ¡Está comenzando!
—¡Vamos, Eleanor!
Ambos se agarraron de la mano y corrieron, mientras la oscuridad de la biblioteca se volvía más tenue.
Erkan y Deus, junto a Ian Ralvek, habían sellado el conducto superior de la torre de astralidad, donde Kaito pretendía canalizar la energía residual del núcleo. Fue Ian quien colocó la última marca.
—No está completo. Podemos evitarlo —murmuró.
—Eso esperamos —dijo Deus, sin mirarlo.
Erkan resopló.
—Vamos. El escenario final nos espera.
Y entonces, como si el destino estuviera marcado, todos los caminos llevaron al mismo lugar: la gran cámara subterránea. Oculta tras un mural de mármol que representaba el juicio de los fundadores.
La puerta ya estaba abierta.
Dentro, Kaito.
Frente a él, el núcleo: una esfera suspendida en aire, atravesada por líneas doradas, flotando como si el mundo mismo dependiera de su equilibrio.
El círculo ritual a medio terminar. Las runas aún brillaban. Pero faltaba un trazo. Un sello. Una chispa.
Y cuando todos entraron al mismo tiempo, el aire estalló en silencio.
Kaito levantó la mirada. Su rostro era inexpresivo, casi inhumano.
—Así que aquí están. Tarde, como siempre.
Theodora alzó una daga grabada.
—Ni una palabra más.
Caleb dio un paso al frente. Blake a su lado.
—Termina aquí, Kaito.
—¿Van a detenerme? ¿Todos ustedes? ¿Con sus traiciones, sus secretos, sus errores?
—Con nuestra verdad —respondió Eleanor con fuerza—. Y nuestra unidad.
Kaito los miró uno por uno. Harrison. Erkan. Deus. Ian. Luzian. Eleanor. Blake. Caleb. Theodora.
Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios.
—Debí hacerlo antes.
Y alzó una mano.
El círculo se encendió.
Pero no fue el suyo.
Fue una interferencia.
Deus y Erkan ya habían saboteado la red de energía. Luzian había invertido los símbolos. Theodora había anulado la sangre con la suya propia. Ian había sellado el vínculo con el núcleo con un hechizo que solo un sellado como él podía pronunciar.
El círculo se desmoronó.
La energía colapsó hacia adentro. Y Kaito cayó de rodillas.
—¿Qué... hicieron?
—Lo detuvimos —susurró Caleb.
La esfera volvió a brillar, más serena. El núcleo se estabilizó.
La amenaza, por ahora, se había detenido.
Kaito fue esposado con una marca de contención por Theodora.
—No eras un príncipe —dijo Harrison, mirándolo con un dejo de lástima—. Solo alguien que quería ser uno sin merecerlo.
Kaito no respondió.
Eleanor y Luzian caminaron hacia los demás. Eleanor, sin decir nada, tomó la mano de Harrison. Nadie comentó nada. No hacía falta.
Blake se giró hacia Caleb, y esta vez, sin palabras ni miradas largas, se abrazaron. Largo. Verdadero.
—Lo logramos —susurró Blake, contra su cuello.
—Juntos —respondió Caleb.
Afuera, el cielo empezaba a clarear.
Habían detenido el plan de Kaito. El núcleo estaba a salvo.
Pero aún quedaban decisiones, revelaciones, heridas y despedidas.
El final estaba cerca.
Y ahora, por fin... estaban listos para enfrentarlo.