Boarding School for Princes (internado para príncipes)

Extra 3. Lo que Florece Después (Eleanor y Harrison)

A veces, Eleanor se despertaba preguntándose si todo había sido un sueño.

El internado, las sombras, los pasillos llenos de secretos, las traiciones que crujían entre palabras suaves… y luego él. Harrison.

Había sido el tipo de persona que uno miraba de lejos. El que parecía no encajar del todo, pero justo por eso encajaba donde nadie más podía.

Después de que Elysianek cerrara sus puertas, Eleanor no regresó a casa de inmediato. Viajó por unas semanas sola. Al principio no contestaba mensajes, ni siquiera los de Harrison.

Solo necesitaba respirar sin sentir que alguien la esperaba. Sin sentirse responsable.

Pero cuando por fin lo vio otra vez, en una estación de tren, él no preguntó nada. Solo la abrazó. Como si supiera que había vuelto más entera.

Ambos se hicieron oficiales y se mudaron a una ciudad universitaria. Ella, a estudiar psicología. Él, literatura comparada y guiones. Solían reír diciendo que los dos estaban destinados a analizar cosas imposibles de arreglar: personas, libros, ellos mismos.

Vivían en un piso pequeño con plantas en el balcón y un gato que Harrison recogió de la calle una noche de lluvia y que Eleanor no dejó ir.

Ella aún tenía sus días silenciosos. Esos en los que el mundo parecía demasiado. Harrison lo entendía. Le dejaba un té caliente al lado, un papel con una línea de algún poema, y se sentaba a su lado sin decir nada.

Una vez, le escribió:

"No tienes que estar bien para que yo me quede. Solo tienes que ser tú."

Las cosas no eran perfectas.

A veces discutían, a veces se cerraban. Pero siempre encontraban la forma de abrirse otra vez. Como ventanas que sabían dejar pasar la tormenta.

Un día, mientras caminaban por un sendero rural bajo la luz pálida del atardecer, Eleanor se detuvo y miró el horizonte.

—¿Crees que alguna vez dejaremos de recordar?

Harrison la tomó de la mano.

—No quiero olvidar. Pero tampoco quiero vivir allá.

Ella sonrió.

—Y sin embargo… todo lo que somos ahora viene de ahí.

—Sí —respondió él—. Pero lo que seremos eso lo estamos eligiendo aquí.

Y esa noche, en la azotea de su edificio, Eleanor le dijo que lo amaba.

No como se dice al final de una película.

Sino como quien nombra algo que ha estado ahí todo el tiempo.

Como quien reconoce que sobrevivir no era suficiente.

Que ahora estaban aprendiendo a vivir.




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