Boarding School for Princes (internado para príncipes)

Extra 4. Reencuentro Amistoso.

Habían pasado meses desde la última vez que todos estuvieron juntos.

No como en los días de tensión, ni en los pasillos llenos de secretos. Esta vez no había mapas, ni planes, ni relojes marcando el ritmo de algo oculto. Solo una invitación escrita a mano, enviada en sobres distintos pero con la misma tinta.

Un lugar neutral. Una casa grande en el campo, con árboles altos y un cielo limpio. Había un porche de madera crujiente, una chimenea que encendieron aunque no hiciera tanto frío, y risas que parecían sacadas de otra época.

El primero en llegar se quedó mirando el atardecer, en silencio. Luego vino otro, con una bolsa de comida y una sonrisa nerviosa. Uno a uno fueron llegando. Al principio, los abrazos fueron cortos, un poco torpes. Luego se hicieron más largos, más ciertos.

Uno de ellos trajo un proyector. Pasaron fotos que casi habían olvidado: instantáneas borrosas, gestos congelados entre el miedo y la esperanza. Otro puso música vieja que todos reconocieron. Canciones que solían sonar cuando no sabían si vivirían al día siguiente.

Y alguien, tímidamente, propuso un brindis. No por la victoria, ni por lo perdido. Sino por seguir estando.

Hablaron durante horas.

Contaron cosas que nunca dijeron en su momento. Confesaron pequeños miedos, miradas que no supieron leer, palabras que se quedaron atrapadas en la garganta.

Hubo lágrimas breves. Pero muchas más risas.

Recordaron con cariño incluso a quienes no estaban. A quienes cambiaron de rumbo, a quienes ya no eran los mismos. Se dijeron que no importa cuánto cambien los caminos, hay ciertos vínculos que el tiempo no sabe romper.

Antes de irse, todos firmaron un cuaderno viejo.

No con nombres.

Solo con una frase, cada uno.

Un fragmento de lo que fueron. Una promesa de seguir siendo.

Y cuando se despidieron, hubo abrazos que dolieron por dentro. No por la tristeza, sino porque sabían lo que significaba estar vivos, juntos.

Esa noche, el cielo se llenó de estrellas.

Y entre ellas, como un susurro invisible, la certeza de que el fin nunca era del todo un fin.

Solo un nuevo comienzo.




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