La tarde en Seúl estaba teñida de tonos cálidos, pero en la pequeña sala de reuniones de Armonía, el ambiente era frío y tenso. Ha-Yoon y Ji-Woon se encontraban sentados frente a frente, con una mesa de madera que parecía más una barrera que un lugar para la reconciliación. Entre ellos, el diario de recetas desgastado que él le había devuelto el día anterior permanecía cerrado, como un espectador silencioso de su conversación.
El chico miraba sus manos, incómodo bajo la mirada inquisitiva de ella. Por primera vez en años, no sabía cómo empezar. Ella, por su parte, mantenía una expresión impasible, mas la ligera rigidez de sus hombros delataba su tensión.
—Habla —dijo la chef finalmente para romper el silencio con una voz que cortaba como un cuchillo afilado.
Él asintió, tomando aire antes de comenzar.
—No espero que me perdones, pero quiero que entiendas por qué hice lo que hice —empezó, con voz grave y pausada—. Cuando trabajábamos juntos en Busan, todo parecía un sueño. Compartíamos ideas, nos desvelábamos en la cocina... Pero yo no tenía nada más allá de eso.
—¿Nada más? —replicó ella, con las cejas levantadas—. ¿Y crees que yo sí? Ambos estábamos empezando, Ji-Woon.
—Sí, pero había una diferencia —continuó él, sin apartar la mirada—. Tú tenías un futuro asegurado. Aunque no lo veas así, siempre has tenido talento, determinación y una familia que te apoyaba. Yo... no tenía nada.
La muchacha frunció el ceño, mas no lo interrumpió. Su curiosidad comenzaba a superar su ira.
—Mis padres murieron cuando tenía dieciocho años —confesó él, bajando la mirada por un momento—. Mi madre trabajaba en una fábrica, y mi padre era taxista. Apenas nos alcanzaba para comer. Después de su muerte, tuve que vender lo poco que me quedaba para pagar las deudas que dejaron. Entré al mundo de la cocina porque era lo único que me apasionaba, pero ni siquiera tenía dinero para comprar un cuchillo decente.
La confesión cayó como una piedra en el pecho de Ha-Yoon. Recordaba que Ji-Woon nunca hablaba de su familia en Busan, mas nunca imaginó la magnitud de su lucha.
—¿Y eso justifica lo que hiciste? —preguntó, aunque su tono ahora era menos cortante.
—No, no lo justifica —admitió él con rapidez al inclinarse hacia ella—. Quiero que entiendas mi desesperación. Esa noche, cuando hablamos de esa receta, algo en mí hizo clic. Pensé: Esto podría ser mi oportunidad de salir de la pobreza. De demostrar que soy más que un chef sin nombre. Y lo tomé. No fue malicia, Ha-Yoon. Fue miedo.
La chica lo observó en silencio, procesando sus palabras. Recordó los días en que trabajaban juntos, la pasión que ambos sentían por la cocina y las risas que compartían cuando un plato salía mal. También recordó la primera vez que lo vio en la portada de una revista, sintiendo una mezcla de orgullo y celos. Nunca imaginó que detrás de ese éxito había tanto dolor.
—¿Por qué no me lo dijiste entonces? —inquirió al fin, con su voz quebrada por una mezcla de frustración y tristeza—. Podríamos haber trabajado juntos.
Él se frotó la frente, como si las palabras le pesaran.
—Porque en ese momento no confiaba en nadie. La vida me había enseñado que depender de otros solo me llevaría a la decepción. Estaba tan enfocado en sobrevivir que no pensé en lo que estaba perdiendo al traicionar tu confianza.
El silencio que siguió fue abrumador. El chef la observó, esperando una respuesta, cualquier señal de que podría arreglar las cosas. Sin embargo, ella permaneció callada, mirando fijamente el diario de recetas.
Esa noche, Ha-Yoon volvió a su apartamento y encontró a Na-Ra esperándola con una botella de vino. Su amiga, como siempre, parecía tener un radar para saber cuándo la necesitaba.
—¿Quieres contarme qué pasó? —preguntó la sommelier mientras servía dos copas.
La chef se dejó caer en el sofá y suspiró mientras respondía:
—Ji-Woon me contó su historia. Sobre su familia, su desesperación... y por qué cogió la receta.
Na-Ra levantó una ceja al dar un sorbo de vino.
—¿Y qué opinas de todo eso?
—No lo sé —admitió Ha-Yoon, jugueteando con el borde de su copa—. Parte de mí quiere entenderlo, incluso perdonarlo. Pero otra parte siente que estoy traicionándome a mí misma si lo hago.
Su amiga asintió, como si ya hubiera anticipado esa respuesta.
—El perdón no es algo que se dé por obligación, Ha-Yoon. Pero también tienes que preguntarte si aferrarte a ese rencor te está ayudando o te está frenando.
La aludida la miró con una mezcla de agradecimiento e irritación. Su amiga siempre tenía una forma de simplificar las cosas que la sacaba de su zona de confort.
—Es más complicado que eso —insistió la chef.
—¿Lo es? —respondió con una sonrisa traviesa—. Al final del día, Ji-Woon no es el único que debe redimirse. Tú también necesitas decidir si quieres dejar atrás el pasado para enfocarte en el futuro.
Al día siguiente, Ha-Yoon llegó temprano a Armonía. La cocina estaba en silencio, llena del aroma de hierbas frescas y especias. Se puso su delantal y empezó a trabajar en un plato que había estado rondando en su mente desde su conversación con Ji-Woon.