Quizás entre sus cronopios y famas, Cortázar ha escrito las instrucciones para aplacar los alborotos mentales que se lanzan contra lo singular. He aprendido a dar cuerda a un reloj hasta donde los engranajes me lo permitan. Nunca he paseado por Roma, pero conozco varias formas de matar hormigas. Sin embargo, si he de evocar a Roma, recuerdo más de tres pinturas famosas, todas ellas resguardadas entre gladiadores y santos.
A ratos, tropiezo en los escalones de la gran escalera de la vida y, al caer, me sobran instrucciones para llorar. En estos instantes no me faltan ejemplos de cómo abrazar el temor, de mi morada no me aventuro sin llevar un arsenal de flechas y una flor, tal y como lo dijo un cuarteto uruguayo, por si me encuentro con un hada o un dragón.
¿Y qué más nos queda por hacer? Sólo entonar, sólo vivir, sólo morir, así me lo susurran los Sperarepios.