Boda de Sangre y Amor

Capitulo 5

Capítulo 5

Emilia

Los días siguientes transcurrieron como una niebla espesa de silenciosos, tensos y sobre todo, solitarios. Alessio y yo apenas nos cruzábamos, y cuando lo hacíamos, no pasaban más que un par de frases frías, casi diplomáticas.

La distancia entre nosotros era tan clara como el mármol que cubría los pasillos de aquella casa. No sabía si él cambiaria algo en nuestra interacción si de verdad le diera una oportunidad, y no quería averiguarlo.

Me levanté tarde aquella mañana y después de un desayuno en soledad, me puse un vestido blanco de lino, sencillo pero elegante, y unas sandalias bajas. El calor de Nápoles ya comenzaba a sentirse y no tenía ánimos para encerrarme todo el día en esta casa. Decidí salir. Ir de compras, quizás ayudaria. Necesitaba algo de aire, de vida. Ver gente. Sentirme… normal, aunque fuera por unas horas.

—Enrico, quiero salir. —le dije con firmeza cuando lo vi junto a la puerta.

Él solo asintió. No era hombre de muchas palabras, pero sabía hacer su trabajo. Subimos al coche y, unos veinte minutos después, estábamos en una de las zonas comerciales más exclusivas de la ciudad. Boutiques de diseñadores, cafeterías decoradas con flores frescas, gente hablando en un tono alegre con ese tono musical y elegante… me sentí como si hubiera cruzado a otra realidad.

Después de ir y venir, y compra algunas cosas, estaba saliendo de una tienda con una bolsa en la mano cuando lo vi.

Gianluca.

Mi cuerpo se paralizó y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

Él también me vio. Estaba de pie frente a un café, con una taza a medio terminar en la mano. Su rostro, antes siempre pulido y encantador, lucía ahora cansado. Tenía ojeras marcadas, el cabello ligeramente más largo, despeinado, como si el tiempo lo hubiera arrastrado sin piedad.

—Emilia… —dijo con voz ronca, caminando hacia mí.

Instintivamente di un paso atrás, pero él no se detuvo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté con el corazón latiéndome con fuerza. No estaba segura si era por el susto o la rabia.

—Vine a buscarte. Te he estado buscando desde… desde que te fuiste, pero no he podio acercarme a ti. Esto es como el destino, amor no puedo dejar las cosas así.

—¿Así? —reí sin humor. —Me entere de tu infidelidad en el altar, a minutos de casarnos, Gianluca. Te acostaste con otra mujer a mis espaldas durante meses y tuviste la decencia de no decirme nada y no solo eso tuviste un hijo con ella ¿Y ahora te apareces en Nápoles como si nada queriendo arreglar las cosas?

—Lo sé. Lo sé y me odio por eso. —Se acercó más, con los ojos brillando de supuesta culpa. — Me equivoqué, fui un imbécil. Pero te juro que te amaba, que te amo todavía. No he dejado de pensar en ti ni un solo día, Emilia.

Me quedé en silencio. Lo miré fijamente. Su camisa estaba arrugada, tenía la barba sin afeitar, y había una desesperación real en su mirada. Pero también recordé sus mentiras, las veces que me hizo sentir segura mientras dormía con otra. Cómo se acostaba con ella, mientras yo creía que estaba construyendo un futuro con él.

—Tienes un talento impresionante para fingir. —le dije al fin, la voz temblorosa. —No sospeché nada. Ni una sola vez, así que justo ahora, tus palabras pueden ser una perfecta actuación.

—Emilia, por favor… dame una oportunidad. Solo una. Podemos empezar de nuevo. No me importa con quién estés ahora, yo te espero. Haré lo que sea.

Sentí las lágrimas subir, pero me negué a derramarlas. No por él.

—Lárgate, Gianluca. No quiero verte. No quiero escucharte. Estoy casada. Y aunque no lo estuviera… tú ya no tienes lugar en mi vida. —mi voz se quebró al final, pero no bajé la mirada.

Fue entonces que Enrico dio un paso adelante, colocándose entre ambos. Su presencia imponente fue suficiente para hacer que Gianluca retrocediera.

—Se acabó, Gianluca. Déjame en paz. —dije con más fuerza de la que pensé que tenía.

Me giré y caminé hacia el coche. Las lágrimas corrían silenciosas por mis mejillas, pero no miré atrás. No más. Había pasado demasiado tiempo viendo el pasado y dejando que me doliera. Ahora… al menos por hoy, elegía no hacerlo.

Al subir al coche, Enrico cerró la puerta con delicadeza. No dijo nada. Solo me ofreció un pañuelo. Lo tomé en silencio.

—Gracias —susurré.

Miré por la ventana mientras el paisaje de la ciudad comenzaba a moverse nuevamente. Quizás algún día dejaría de doler del todo. Pero al menos, esta vez, me había elegido a mí misma.

……………………….

De regreso a la casa, me sentía con la sangre ardiendo y los labios apretados por la rabia. No dije una palabra durante el trayecto y Enrico tampoco.

Supongo que supo leer el ambiente. Me dolía la cabeza, me dolía el alma. ¿Qué carajos hacía Gianluca en Nápoles? Qué osadía la suya… aparecer así, con esa cara de cordero arrepentido, como si el tiempo pudiera curar su traición, como si lo que hizo no fuera nada.

Apenas crucé el umbral de la casa, escuché la voz de Alessio, que venía desde un izquierda.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.