Boda de Sangre y Amor

Capítulo 7

Capítulo 7

Emilia

Los tres días sin Alessio pasaron con una lentitud casi dolorosa y lentamente. Al principio creí que me sentiría aliviada por su ausencia, por tener toda la casa para mí, por no tener que soportar sus miradas calculadas o su presencia densa que parecía llenar cualquier habitación… pero no fue así.

Había algo inquietante en el silencio de su ausencia.

Me refugié en la biblioteca, en los sillones del salón y hasta en la cocina donde a veces hablaba con las empleadas que apenas se atrevían a preguntarme si quería té. Pero no me detenía demasiado. No podía. Había una inquietud palpitando dentro de mí que no se calmaba.

La noche después de su partida, me encontré escribiendo su nombre en el buscador de internet, algo casi patético. Encontré artículos viejos, imágenes de periódicos digitales con titulares insinuantes: “El Rey de Nápoles”, “Hombre de hielo y de las apuestas”. Ante el ojo público, los Manfredi, eran dueños de casino “Legales” que funcionaban desde hace décadas, nadie sabía que detrás de todo el imperio, se escondía una red ilegal de la mafia, que usaban para lavar dinero.

Mientras pasaba las imágenes, solo podía pensar en que quería… verlo. Todo en él era poder y control. Y era demasiado atractivo, si lo comparo con Gianluca, Alessio parece un hombre y Gianluca un idiota,

No solo quería ver a Alessio en internet, también busqué otras cosas.

Dominación y sumisión. BDSM. Placer a través del control. El arte de la entrega.

Leí artículos, foros, blogs de mujeres que lo practicaban. Algunas hablaban de dolor. Otras de confianza. Muchas, de libertad. No lo entendía del todo, pero no podía dejar de leer. Había algo que me atraía más de lo que me atrevía a admitir.

Incluso escribí algunas notas en mi cuaderno. Objetos, términos, reglas de seguridad. Me sentí ridícula. Y a la vez… más viva que en semanas.

La noche en que volvió Alessio, estaba sentada en el comedor principal, vestida con un vestido azul marino de tirantes y tela suave. Había pedido que prepararan una cena ligera, aunque no tenía mucha hambre. Mi estómago era una maraña de nervios.

Escuché los pasos. El sonido de sus zapatos sobre el mármol. Y luego su voz.

—Buenas noches.

Me giré despacio. Alessio estaba en la entrada, impecable como siempre. Camisa negra, pantalones oscuros, el cabello ligeramente desordenado por el viaje. Pero su mirada… esa mirada seguía siendo fuego contenido.

—Hola. —respondí con un hilo de voz.

Se acercó a la mesa sin quitarme los ojos de encima. Se sirvió una copa de vino y luego me ofreció una a mí. Acepté. Brindamos sin brindar por nada. Comimos en silencio.

Pero había algo distinto esta vez.

No me miraba con desinterés. Me miraba como si esperara algo. Como si supiera algo. Y a quien engaño, yo también lo sabia.

—Como te fue en tu viaje de negocios.— pregunte para romper el silencio entre nosotros.

—Resolví los problemas, pero tendré que ir más seguido para evitar que los futuros problemas lleguen hasta donde llegó en esta ocasión.

No dije nada más, ya que no sabía que decirle, en este momento deseé tener los conocimientos y cualidades de Giada, así tendría algo de lo que hablar con él.

Cuando terminó su plato, dejó los cubiertos con cuidado sobre el plato y se inclinó ligeramente hacia mí.

—¿Estás lista?

Sentí cómo mi piel se erizaba. No hizo falta que explicara a qué se refería. Lo supe en mi cuerpo. En mi sangre.

Me levanté sin decir palabra y lo seguí por el pasillo hasta su ala, nos paramos frente una puerta que no había visto antes, bueno tampoco es como que haya explorado esta zona antes. La abrió con una llave de metal oscura.

Adentro, la habitación era distinta al resto de la casa. No había lujo desbordante, pero sí un orden meticuloso, una limpieza casi clínica. Las paredes eran de un gris suave, la iluminación cálida. No daba miedo… pero tampoco era reconfortante.

Sobre una mesa negra, había objetos. No me atreví a mirarlos demasiado.

Alessio se acercó y cerró la puerta con seguro.

—Quiero que sepas algo. —dijo, con voz suave. — Si en algún momento te sientes incómoda, solo tienes que decir la palabra “Clavel”, ¿de acuerdo?

Asentí.

—¿Y si quiero que pares sin querer detener todo? — Se me quedó viendo raro por unos segundos. —Es que estuve investigando sobre… el tema.

—Dices “Blanco”. Y yo bajo la intensidad.

Lo miré a los ojos. No mentía. No había rastro de burla. Solo seriedad.

—Está bien… —susurré.

Me acercó a una silla acolchada de color negro. Me indicó con un gesto que me sentara. Lo hice. Luego sacó de un pequeño cajón una venda de satén plateado.

—¿Puedo?

—Sí. — respondí sin pensar.

Cuando la tela cubrió mis ojos, el mundo se volvió oscuridad total. Sentí cómo mi respiración se aceleraba. Y luego, sus dedos recorrieron mi clavícula. Despacio. Como si quisiera memorizarme, mientras me quitaba el vestido y la ropa interior.




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