Boda de Sangre y Amor

Capítulo 8

Capítulo 8

Emilia

Desperté en mi habitación, con el cuerpo aún sensible, como si mis nervios siguieran vibrando por todo lo que había pasado la noche anterior.

El amanecer se colaba entre las cortinas de lino, anoche, después de hacerlo por segunda vez, ya sin el paño cubriéndome los ojos y sin las pinzas, Alessio me trajo a mi habitación y él se fue a la suya.

Tenía claro que no íbamos a compartir cama, y eso estaba bien para mí.

Me estiré despacio entre las sábanas suaves, sin urgencia, sin el peso de la vergüenza o la culpa. Me sentía muy bien.

Lo que habíamos hecho la noche anterior… había sido distinto. Íntimo en un nivel más alto. Cargado de algo que no podía nombrar, pero que ardía dentro de mí como un fuego cálido y adictivo.

Me levanté con el cabello alborotado, un camisón de algodón largo de color azul, acariciando mi piel aún marcada por sus manos. Y sonreí. Sonreí sin darme cuenta.

Sentía que una parte de mí se había desbloqueado. Como si esa sesión no hubiera sido solo física, sino también emocional. Como si me hubiese permitido confiar un poco más en él… en mí misma.

Bajé a la cocina caminando descalza, con pasos ligeros. El aroma del café recién hecho me acarició el alma, cuando llegue una de las sirvientas me dio una taza de inmediato y después las dos chicas salieron. No les di mucha importancia y me senté junto a la barra, abrazando la taza caliente como si fuera un pequeño tesoro.

—Buenos días, señora Manfredi. —dijo una voz familiar a mi lado.

Enrico. Mi sombra. El hombre que había estado cuidándome desde que llegué a esta jaula de oro.

—Buenos días. —respondí con suavidad.

Él no solía hablar mucho, pero tenía una presencia tranquilizadora. Se mantenía firme, discreto. Un guardián silencioso. Me sentí ridícula al pensarlo, pero en estos días en los que todo era confusión , él se había convertido en lo más parecido a un amigo… silencioso. Bueno era al quien más veía.

—Hoy se ve distinta. —comentó con voz baja, casi como si no quisiera que lo escucharan. —Más… luminosa, incluso puedo decir que se ve más hermosa

No pude evitarlo. Me reí. Una risa breve, espontánea.

—¿Eso es un cumplido, Enrico?

Él ladeó la cabeza, divertido.

—Solo una observación.

—Supongo que… dormí bien. —respondí bajando un poco la mirada, como si mis pensamientos se pudieran delatarme.

En ese instante, lo sentí. Como un cambio de temperatura, un quiebre invisible en el aire.

La presencia de Alessio.

—¿Qué es esto?

Su voz fue baja, pero cargada de algo más oscuro que furia. Me giré, y lo vi de pie en el umbral de la cocina. Traje oscuro, camisa blanca desabotonada en el cuello, la mandíbula apretada y los ojos clavados en nosotros.

No… en mí.

Su mirada no era la de un esposo sorprendido, era la de un depredador que acababa de ver a otro acercarse demasiado a su presa.

—Alessio… —dije en voz baja.

—¿Estoy interrumpiendo algo? —preguntó, sin moverse.

Enrico dio un paso atrás, con una inclinación casi mecánica de la cabeza.

—Solo conversábamos. —respondí casi sintiendo cómo mi corazón comenzaba a latir con fuerza.

—¿Conversaban?— repitió él con sarcasmo, acercándose con pasos lentos, peligrosos. —Qué curioso. No sabía que las sonrisas dulces venían incluidas en la conversación, con tu guardaespaldas. Te he visto más fría conmigo, que hoy aquí.

Sus palabras fueron un golpe seco. Me levanté de la silla, ofendida.

—¡¿Estás escuchándote, Alessio?! Solo estábamos hablando. ¿Ahora tampoco puedo sonreír?

—¿Así sonríes cuando estás feliz? —gruñó. —Porque esa sonrisa no me la has dado ni siquiera después de lo que hicimos anoche.

—¡Porque contigo no sé como actuar, justo ahora está siendo un maldito neurótico! —estallé.— ¡No puedes venir a decirme nada por una maldita sonrisa!

Su mirada se volvió helada.

—No me hables de sonrisas. La última vez que alguien te sonrió tanto, te dejó plantada en el altar por qué tenia un hijo con otra mujer.

El silencio cayó como una piedra.

Sentí cómo el calor me abandonaba. El aire se volvió pesado. Tragué saliva, sin poder procesar de inmediato lo que acababa de decir.

—¿Cómo… te atreves?

Mi voz se quebró. No por rabia. Por dolor.

—¿Vas a llorar ahora? —dijo él con la mandíbula tensa. — ¿Te duele que te recuerde lo que trataste de olvidar acostándote conmigo?

—No me acosté contigo para olvidar nada.—dije sintiendo un nudo subiendo por mi garganta. —Me acosté contigo porque quise. Porque pensé que… quizás… podríamos empezar de nuevo.

—¿Y lo olvidas tan fácil? ¿Con una charla y una sonrisa para otro hombre?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.