Boda de Sangre y Amor

Capítulo 11

Capítulo 11

Emilia

Los dos días que siguieron tenían un carga de silencio y la distancia por parte de los dos y sobre todo de frustración.

Yo no hablaba. Él tampoco. Y no quería ser la patética que empezara una plática y solo recibir silencio o indiferencia por parte de Alessio.

Nos cruzábamos por los pasillos como dos desconocidos que alguna vez compartieron algo… algo que ya no sé si aún esta o no. Como al inicio de este matrimonio arreglado.

La noche había caído sobre la casa como una calidez que contrastaba con la sombra que estaba en el ambiente. Y a casi era hora de la cena y mientras lo pienso, caigo en cuenta en algo.

Me sorprende que Alessio siga compartiendo comidas o cenas conmigo, aunque en silencio, pero… lo sigue haciendo. ¿Eso significa algo?

Probablemente no.

Sara, la sirvienta, mas joven de la casa Manfredi, y con la que convivía mas estos últimos días, vino a decirme que la cena estaba lista.

—Señora Manfredi, la cena está servida, el Señor la espera en el comedor.

—No me apetece cenar esta noche, gracias por avisarme, pero dile al señor que la cena puede pesar sin mí.

No espere su respuesta y cerré la puerta de la habitación.

No tenía hambre.

Y mucho menos tenía ganas de sentarme frente a Alessio y estar fingiendo frente a él que no me dolía su indiferencia, su frialdad y sobre todo, aunque me cuete aceptarlo, sus malditas salidas por la noche, se va sin decirme nada, como si yo no existiera.

¿Ya estaba teniendo una aventura? ¿Por qué me importaba?, él no es nada para mí y yo no soy nada par él, solo compartimos sexo y ya. Un buen sexo, pero hasta ahí. No voy a soportar sus palabras hirientes y no voy a ir tras él como un perro faldero.

Me recosté en la cama y apague la lámpara del buro, me quede mirando el techo en oscuridad, con las sábanas arrugadas a mis pies. Llevaba un camisón negro de seda largo que cubría lo suficiente y aun tenía el pelo húmedo por la ducha que tome, pero ni siquiera me moleste en pararme a secarme el pelo.

Todo esto me tenía agotada.

Estaba empezando a quedarme dormida cuando unos ruidos me hicieron abrir los ojos, revise mi teléfono y reloj marcaba las diez de la noche, había aún más silencio, y puede identificar que eran los ruidos, más bien que los hacía, eran pasos firmes, fuertes e inconfundibles.

Alessio se estaba acercando a mi habitación.

No me moví a pesas de que ya casi estaban en la puerta. No quise darle el gusto de levantarme a pregúntale que quería, porque una cosa era segura no se había confundió de habitación, loa suya estaba al otro lado de la misión. O que se me fueran las preguntas y terminar por cuestionándolo sobre cómo habían ido sus reuniones nocturnas los últimos días y adonde se supone que iba.

Estando en mis pensamientos no escuche cuando la puerta se abrió sin que él tocara, como si el permiso fuera algo que no necesitara.

Solo lo vi entrar pero no habano más allá de la puerta.

No llevaba chaqueta. Solo una camisa negra o gris oscuro, no lo sé por la falta de luz, pero puede ver que la tenía arremangada hasta los codos, los primeros botones desabrochados. Y podría jurar que se veía tenso.

No como un hombre que tenía el control de todo, sino como uno que está peleando consigo mismo. ¿Y si Giada tiene razón? ¿Y si él tampoco sabe cómo arreglar esto?

—No cenaste. —fue lo único que dijo.

—No tenía hambre. —respondí sin mirarlo, con la vista fija en el techo. No me moleste en encender la luz, como si la oscuridad fura una capa que tapaba lo vulnerable, que me sentía.

—No puedes seguir evitándome, Emilia.

—¿Evitarte? — reí con sarcasmo, incorporándome y apoyando la espalda en el cabecero. —Si estuvieras aquí, tal vez habría algo que evitar. Pero ni siquiera eso. Entonces si te estoy evitando, déjame decirte Alessio, que me lo dejas muy fácil.

Alessio cerró la puerta con un solo movimiento. Avanzó hacia mí con lentitud, como si midiera cada paso, como si le costara.

—No soy un hombre fácil y pierdo los estribos muy rápido y cuando te vi sonriendo con Enrico… perdí totalmente la cabeza. —dijo con voz baja.

—No me digas. —murmuré cruzándome de brazos.

—Pero no puedo seguir tolerando esta distancia. No contigo, Emilia.

—¿Y por qué no? Te viene bien. Así puedes salir cuando quieras y con quien quieras, sin que nadie te cuestione.

—¿Eso crees que hago?

—No me interesa lo que haces, Alessio. —dije con un nudo en el pecho, pero tratando de sonar serena. —Solo quiero paz en mi vida, ya no quiero mas drama.

Se detuvo al pie de la cama. Sus ojos me examinaron como si intentara leer cada palabra que no había dicho en voz alta.

—No te voy a dejar seguir huyendo. —dijo al fin. —Puedes ignorarme, puedes callar… pero no puedes fingir que no me deseas.




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