Hand había logrado por fin, tras mucho esfuerzo, crear la pócima de la transformación. Vio, admirándose de su propia capacidad, aquel pequeño frasco en su mano. Aquel líquido que había costado la vida de decenas de borregos; cada uno de estos masacrado en pos de lograr su sueño: la pócima para convertir a una persona en borrego.
Dirigió la vista hacia la joven a la cual había secuestrado y, tras una golpiza, atado con cuerdas. Era en esta en quien probaría la fórmula. Con manos temblorosas a causa de la emoción, colocó aquel líquido en una jeringa. Fue tal el temblor, que algunas gotas mojaron sus manos. Y así, con la jeringa portando aquel líquido verdoso, caminó con paso lento hacia la joven a la que había secuestrado. Escuchó el balido de un borrego moribundo. Se rió al imaginar que aquel estuviese pidiendo misericordia. Tal vez todos y cada uno de los borregos que había masacrado a razón de crear aquella pócima también habían rogado por sus vidas. Siguió avanzando.
Pero aquella pócima mágica, ese líquido que había costado la vida de tantos borregos era tan poderosa que no era necesario inyectarla en alguien. El simple contacto con la piel fue suficiente para activar su efecto. Así, antes de poder inyectar a la joven, Hand vio sus manos mojadas con aquel líquido verdoso; las vio convirtiéndose en pezuñas. Lanzó gritos cargados de miedo y desesperación. Y aquellos gritos se convirtieron en balidos. Su cuerpo fue mutado en borrego. Y así, en medio de vísceras y animales muertos gritó, o mejor dicho, baló pidiendo ayuda, misericordia, como tal vez aquellos borregos sacrificados la pidieron.
Fin