Botulina. Microrrelatos venenosos

Volumen 1

Mala suerte

Siempre tuve mala suerte, pero mi vida estaba mejorando: conseguí un trabajo, conocí a una chica y empecé terapia. Pero el mes pasado nos invadieron los extraterrestres insectoides, se comieron a mi jefe, a mi novia y a mi terapeuta (que posiblemente murió pensando que fue culpa de su madre, o de la mía)

 

La guillotina

Un hombre está apunto de ser decapitado en la guillotina. —¿Últimas palabras? —pregunta el verdugo.

—Mañana viajaré al pasado, conoceré a tu madre y en un año nacerás tú —dice el condenado— Si me matas ahora, no existirás y entonces no podrás matarme.

El verdugo lo mira, con la mano dubitativa sobre la palanca.

—¿Por qué no viajaste al pasado para salvarte de la guillotina?

—Eso es lo que voy a hacer mañana.

El verdugo abre el cepo y abraza a su posible padre.

—Esta vez no me abandones…

 

Los tomates

Cuando fue a la verdulería, le contó al verdulero que era escritor y que había terminado una novela. El hombre asintió y le habló de los tomates. Era temporada de tomates, todos hablaban de ellos y nadie quería leer su libro. El perro de su vecino estaba en la calle, lo llamó, sacó el manuscrito y se lo leyó. Lo ató para que no se escapara y se perdiera las mejores partes. Su vecino volvió de recoger tomates y se llevó al perro, que se fue saltando, feliz y sin conocer el final de su historia.

 

Una cuestión de piel

Delaven regresa al auto y su rostro me parece diferente. Sus pómulos cuelgan y sus ojos flotan en las cuencas estiradas. Está oscuro y yo estoy delirando por el cansancio, llevamos demasiadas horas investigando en este hospital. Una mujer se acerca al auto, pálida y aterrada.

—Uno de los internos escapó, despellejó a un policía y se puso su piel.

Siento el aguijonazo frío de una cuchilla penetrando por mi espalda y alcanzo a ver en el espejo, los ojos del asesino bajo la piel de mi compañero.

 

Rutinas

Faltaban veinte minutos para las ocho. Toma Whisky a las ocho en punto. Un alcohólico con una rutina estricta. Nos quedamos en silencio, mirando el techo y fumando. Esperando que fueran las ocho.

—Son las ocho —le dije.

Tomamos media botella, pero nos fuimos a dormir temprano. Hoy tengo mucha resaca y todavía me queda un largo día hasta las ocho.

 

Problemas de convivencia

Estela había insistido mucho con que fuera a conocer a su nuevo novio, pero cuando llegué a su casa la encontró cerrada y oscura. Una vecina me contó que el nuevo novio de Estela era un cadáver, que había desenterrado del cementerio y mantenido un mes oculto en su casa. Los había alertado el hedor a podredumbre y las constantes discusiones, en las que Estela le recriminaba que él pasaba todo el día en el sillón, que ya no se preocupaba por su aspecto y que tenía que conseguir un trabajo, porque ella no podía mantenerlos a los dos.

 

La ventana

No todos somos plantas de interior. Carla se marchita al otro lado del vidrio. Antes bailaba, pintaba y cantaba. Era divertida, al principio siempre, pero cada vez menos. Ahora casi nunca sonríe y la contemplación de su rutina es como mirar un cigarro consumiéndose con el viento, sin que nadie lo toque. Una vez la vi llorar odiando la forma de su cuerpo. También la vi romper un lienzo con los dientes. Ayer se paró en la ventana, con un cigarro en la mano, y me quedó mirando fijo.

 

¿Qué sueño?

Estoy soñando que soy un personaje en el sueño de una mujer vieja. Ella cada vez duerme más y yo paso mucho tiempo en sus sueños, por lo que apenas puedo ver a mi familia y me despidieron del trabajo. Ayer estuve seis horas corriendo sin parar alrededor de una cabra. Ahora estoy gateando desnudo en el piso, mientras la anciana me mira y me teje una bufanda. ¿Qué pasará conmigo cuando ella se muera? No me voy a quedar a averiguarlo, tengo encontrar la salida.

 

La fila del paraíso

Nadia está en la fila para entrar al Paraíso. Se encuentra a menos de diez personas de llegar a los dos gigantes de luz que vigilan las puertas. Todos llegan con la ropa que usaban al momento de morir. En sus últimos segundos de vida, su raquítica mano había alcanzado la pistola y la había escondido en el viejo abrigo militar de su padre. Aquel sistema había tenido una falla: Nadia, que mató a tres personas antes de suicidarse, llegó hasta las puertas del Paraíso con un arma cargada…

 

Cajón abierto

Algunas personas piensan que el cabello y las uñas continúan creciendo en un cadáver recientemente muerto. No lo hacen. El cuerpo se encoge y la carne se retrae a medida que se deshidrata. Es la muerte jugándonos una ilusión de continuidad, en la ruptura más absoluta e irreversible. Por eso hay que sepultar a los muertos, o quemarlos, o tirarlos al océano. Hay que sacarlos de la vista, de la conciencia cotidiana, transformarlos en fotos, en memoria impoluta, en mentiras.

 

Un adiós

Estuve un rato con la cara sangrando en la pileta. Después me tiré en la cama y me lamenté por todo. Al otro día armé los bolsos, robé un caballo y me fui del pueblo.




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