Dos años después, cuando escuché que estabas graduada de la universidad sentí el impulso de buscarte, verte y decirte que te amaba. Aunque era feliz, siempre me harías falta, Colibrí. Cuando a mi oficina llegó una carta de tu parte pensé que estaba alucinando.
Tres horas después, llamé a Heather, sí, la de Conan, cariño. Le relaté nuestra historia por primera vez en años, aunque obvié tus puntos, llorando le expliqué lo importante que eras en mi vida. Y como me llenaba el corazón saber que me habías perdonado. La invité a ir conmigo a tu boda.
Al verte ese día, lloré más que Alejandro (lo cual no me sorprende, y tú lo sabes porque me diste una mirada de superioridad desde el altar), te veías hermosa. ¿Hubiera sido ese el vestido que querías usar en nuestra boda?
No sé cómo, pero terminamos bailando el vals que te correspondía bailar con tu esposo, fuera de la vista de los chismosos. No aguantaste y lloraste. Yo me rompí como un bebé en tus brazos y terminamos arrodillados uno frente a otro. Y te besé. Aunque fue solo un roce, tus labios seguían siendo tan suaves como antes. Me dijiste que me amabas y yo lloré aún más sin poderme creer lo suertudo que era. Te pusiste de puntillas y me susurraste unos versos de una canción antigua. Miré al cielo y pensé lo irónico que era. Una canción vieja relató nuestra historia en seis minutos.
Cuando nos separamos me dijiste que no podías vivir esta etapa nueva de tu vida sin mí. Y yo, te entendía en todo lo que decías. Porque amaba a nuestra Heather. Estábamos incluso comprometidos, pero aún no me atrevía a dar ese paso con ella. No si tú no formabas parte de mi vida. Pero todo volvió a su lugar. Se acababa la parodia que era absurdo sostener.