He pasado más de una semana pensando en el ofrecimiento de Óscar. «Sólo un juego y podrás deshacerte de mí.» fue lo que dijo antes del amanecer. Una y otra vez, me he repetido mentalmente si tendré el valor suficiente para hacer algo así.
Esto es malditamente tonto, no podría hacer algo así. Y si me negara, Óscar estará siempre a mi lado. Suspiro con pesar.
Tomo una pequeña piedra y la arrojo al río, molesto. Se supone he venido aquí a pensar, a librarme de mi familia por un momento. Pero no puedo. Al llegar a casa, Matthew continuará conmigo, un padre alcohólico y una madre, la única que sabe que aún existo en casa.
Mi padre volverá a enojarse por mi impuntualidad. Debería estar en casa; esperando su llegada, junto a mamá e intentando ser el hijo que quiere. Puede que hoy haya tenido un mejor día y no se desquite conmigo. Sonrío esperanzado.
Ayer fue amenazado en el trabajo. Recorte de personal, eso fue lo que dijo mi padre durante la cena. Ser amenazado con un despido... descolocó a papá totalmente, arrojó lo que vio a su alcance y gritó enfurecido, posiblemente esta vez los vecinos lograron escucharlo. Espero ese despido sólo fuera una amenaza.
— ¿Qué estás haciendo? —Escucho una vocecita.
Volteo, buscando el origen de la voz. Diviso a un pequeño niño a un lado de mí mirándome con curiosidad. Su cabello oscuro cae sobre su frente, casi ocultando sus ojos azules. Su suéter beige tiene el estampado de un carro de carreras. Y unos pantalones azules. Se mira asimismo, al ver que lo hago. Desvío la mirada.
— ¿No lo ves? —Levanto una nueva piedra del suelo y se la muestro, molesto—. Arrojo esto al río —lanzo la piedra.
— ¿Puedo hacerlo? —Pregunta, sentándose a mi lado—. Parece divertido.
—Sólo si tú no estás aquí, lo es —gruño—. Vete de aquí —siseo, molestándome aún más su presencia.
—Quiero jugar —insiste.
Lo menos que deseo en este momento, es a un niño molestándome. Resoplo. Me quedo callado, resignado a tenerlo sentado a mi lado. Por un momento el niño olvida que está conmigo y arroja las piedras al rio, sin dirigirme alguna palabra. Lo observo de reojo, preguntándome cuando fue la última vez que conservé con alguien de mi edad e insertáramos una conversación donde congeniáramos con nuestros gustos. Mis compañeros de clase me temen por permanecer callado todo el tiempo, los niños de mi calle dejaron de jugar conmigo cuando mi padre les prohibió que se me acercaran.
El objetivo de mi padre es que actué como un hombre, y eso lo dejó claro la última vez que me propinó una bofetada. «Tener la apariencia de un niño, no significa que actúes como tal.» ¿Cómo se supone actúa un adulto?
He observado a los adultos con discreción, veo sus comportamientos en distintos escenarios; al estar molestos estallan de furia, golpean, blasfeman y al estar felices abrazan, sonríen, se divierten. Conozco sólo el lado molesto, deduzco que eso espera que sea. Pero NO consigo entender porque mi padre desea que me comporte a su imagen. Rasco mi nuca e intento deshacerme de estos pensamientos.
— ¿Tu nombre? —Detiene su mano justo antes de arrojar otra piedra.
—Arturo —Responde, confuso de que haya decidido hablarle—. ¿Y el...?
— ¿Estas solo? —Quiero saber.
Arturo niega y me informa que sus padres se encuentran no muy lejos de aquí, preparando una comida familiar al aire libre.
— ¿Entonces qué haces aquí? —Continuo. Tomo una piedra y la arrojo, imitándolo—. Deberías estar con ellos.
—Sólo paseaba y ahora juego, iré después —se encoje de hombros.
Miro el cielo pintado de naranja y el sol en un punto más bajo, en pleno atardecer. El agua se agita con lentitud, veo bolsas y botes, ser arrastrados a través de agua y disiparse.
Estoy perdiendo tiempo aquí.
— ¿Arturo, tienes amigos? —Me pongo de pie. Sacudo la tierra y basura de mi pantalón—. Amigos de verdad. —le aclaro.
Frunce el ceño. Se mantiene pensativo, puede que descartando a los niños con los que ha jugado, a sus compañeros. Arturo levanta la mirada y responde:
—No, creo que no.
— ¿Quieres tener un amigo, por un día? —Propongo sin pensarlo.
Sus ojos azules se iluminan ante la idea y asiente contento.
—Debes saber que los amigos no juzgan y apoyan, sin importar lo que sea —sonrío con malicia, Arturo podría hacer esto más fácil para mí, puede ser él, lo que he venido a buscar: Un desahogo.
— ¿Qué significa eso? —Me limito a responder, con un simple encogimiento de hombros.
Camino de un lado a otro, intentando pensar como confesar algo tan grave a un completo torpe, puede que nadie crea las palabras de un niño de esa edad. Sería tonto decírselo, ¡maldición! ¿Cómo se me ocurre pensar que esto...?
— ¿Entonces eres mi amigo? —pregunta, interrumpiéndome.
Se pone de pie, cruzándose en mi camino. Me detengo de golpe, evitando tropezar con él. Es mucho más bajo teniéndolo frente a mí.
— ¿Cuántos años tienes? —levanta el brazo hacia mí, extendiendo la palma de su mano derecha y mostrándome los cinco dedos. Sonrío—. Creo que serás mi amigo —toco ambos de sus hombros.
— ¡Amigo! —Chilla, aplaudiendo.
Ruedo los ojos.
—Cállate. Hacer eso es tonto —Se detiene y entrelaza sus manos, sintiéndose regañado—. Así está bien —Miro a mis lados, buscando a cualquier persona caminar por el alrededor y al comprobar que no hay nadie cerca, pregunto—: ¿Alguna vez has escuchado una voz en tu cabeza?
Niega repetidas veces.
—Yo tengo una voz aquí —confieso con desagrado, señalando mi frente—. Su nombre es Óscar. Cuando anochece o me mandan a la oscuridad, Óscar está ahí; esperando feliz para hablar conmigo —aprieto sus hombros con fuerza—. ¿Sabes lo que tengo que pasar? ¿Sabes lo horrible que es escuchar que hable mal de tu hermano pequeño, y peor aún, que tenga razón en todo? ¿No lo sabes verdad?
Aparto las manos de sus hombros, al notar el gesto de dolor en su rostro.
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Editado: 17.07.2020