Su risa disminuye al mismo tiempo en el que sus giros comienzan a hacer más lentos y, finalmente deteniéndose con la mirada puesta mí. Retrocedo con cautela un par de pasos, hasta que la escucho hablarme, obligándome a detenerme:
— ¡Quieto, ojos verdes!
Tengo el impulso de gritarle furioso y pedirle que deje de llamarme de esa forma. Ese defecto en mis ojos proviene de mi padre, y la detesto.
Reprimo mi molestia y hago lo que pide, me quedo en mi sitio. Se acerca con decisión a mi dirección, dando pequeños saltos y tarareando una melodía que desconozco, mientras agita la muñeca con cada movimiento, al ritmo de la música. Se detiene casi hasta que nuestros cuerpos se unen.
Ahogo un jadeo.
Los mechones rojizos de su cabello parecen estorbarle y los acomoda detrás de su oreja, dejando a la vista seis puntos negros que forman un pequeño triángulo equilátero; justo arriba de su ceja derecha. Me extiende su mano derecha manchada de pintura de colores, sintiendo como su mano fría acaricia mi estómago. Pide que la salude. Dudo si tomarla o no, y tras varios segundos, decido negarme. Me regala una sonrisa, mostrando sus dientes blancos, delgados y largos, como las de un animal. No parece que le haya incomodado mi negación a tenderle la mano.
—Veo que Óscar se ha atrevido a mostrarte esto antes de lo acordado —dice mientras coloca la muñeca de seda en la palma de su mano, en la que antes me negué a saludarla—. ¿Quién ha sido el desafortunado que has estado a punto de matar?
De su mano, surge un fuego de la misma intensidad en la que mi padre quema los leños de la chimenea. Flamas amarillentas y rojas, en segundos terminan por convertir la muñeca en cenizas.
—Era una de mis favoritas —explica, dejando caer las cenizas al suelo y ser esparcidas en todas direcciones por el aire—. ¿Y bien, cuál es tu respuesta?
—Yo...
Miro asombrado como su mano derecha continua intacta después de tener fuego en ella.
— ¿Acaso eres tímido? —Niego con la cabeza—. Entonces responde.
Me quedo callado, sin saber a qué viene tanta insistencia en que confiese que pretendí asesinar a Arturo. Sus ojos grises y vivaces, consiguen intimidarme. Declino y finalmente confieso en un susurro:
—Dijo llamarse Arturo, es... es un niño.
— ¿Motivos?
Arqueo una ceja.
—Todos tienen uno —explica—. Mi padre dice: «Nadie toma entre sus manos una vida humana, sin tener una excusa convincente.» ¿Dime cuál es la tuya?
Mis motivos eran claros. Arturo me acusó de estar loco, corría el riesgo de que contara todo lo que dije en un acto de estupidez y me atreví a pedir una amistad por un solo día, el cual no cumplió. Retrocedo, negándome a decir aquello y antes de que me aparte lo suficiente, me detiene. Ella toma mi mano herida por la quemadura con brusquedad. Sollozo de dolor, y le suplico que me suelte. Al percatarse de la herida, sus dedos fríos la acarician con delicadeza, provocando que los vellos de mi cuello se ericen y me estremezca.
—No... No me toques. —Alejo mi mano.
—La manera tan anticuada en el que tu padre te educa, es similar a la de mi padre —me señala su antebrazo, mostrando rasguños con diferentes medidas y cada una de ellas profundizadas—. Sin duda yo lo merecía. Pero no creo que eso —Señala mi mano y añade—: Sea por algo que hayas hecho mal.
Los rasguños de su brazo son recientes. Y aquello parece no afectarle.
—No insistiré saber cuál es tu motivo —suspira—. Necesitas ver a Max, y terminar con Arturo.
Confuso por ello, pido una explicación, a lo que ella responde con un simple encogimiento de hombros.
— ¿Cómo...?
—Volveremos a vernos, cariño. —AHORA ella es la que se aparta de mí. Sacude su mano, despidiéndose, y desaparece dejando una espesa neblina oscura como la del niño que se atravesó en mi camino.
— ¡Espera...!
Mi grito termina en el viento. La niña de cabello rojo se ha marchado, sin explicar las dudas que dejó en mí.
— ¿Óscar, quien es Max?
Una pequeña hoja seca se posa en mis pies desnudos y la aparto, mientras me pregunto mentalmente: ¿Qué es este lugar realmente? ¿Quién es esa niña?
Veo la quemadura, ella la tocó con mucho cuidado. Sus fríos dedos recorrieron la herida. Me estremecí tan sólo con ese tacto. Ella no podría ser una más como el niño de la casa.
«Una mitad oscura con privilegios, eso es Max»
Responde.
— ¿Qué privilegios? —Pregunto, curioso.
«Es el hijastro de quien controla a todos nosotros. Ella quiere que Max haga uso de su privilegio; arrastrar a simples humanos a la ciudad oscura. Pero no creí que la pelirroja acudiera en persona a pedirte que veas a Max.»
Su respuesta me asombra más y no dudo en preguntar por ella.
— ¿Tú, la conoces?
«Sólo de vista. Realmente no sé quién es y, no se nos tiene permitido preguntar sobre ella.»
Asiento.
— ¿Qué se supone que haga?
«Hacer lo que ha dicho: Buscar a Max y asesinar a Arturo. Sólo continua caminando y sin notarlo lo encontraremos.»
—No puedo creerte. Has dicho que Max es una mitad, no puedo buscar una cosa como esa —veo como pequeños niños de diferentes edades comienzan a aparecer entre las casas, asomando sus cabezas y manteniendo su mirada gélida y siniestra en mí—. Ellos... están aquí.
«Si te incomodan, camina ahora y aléjate. Si tenemos suerte, Max se cruzará en nuestro camino.»
Sin protestar, comienzo a caminar, alejándome.
Cada una de las calles en las que me he adentrado, se han extendido y conducido a un nuevo lugar que desconozco.
Pronto logro ver un auto varado en la carretera. Curioso, corro hacia el auto. Al estar más cerca, noto el estado en el que se encuentra. El neumático trasero está pinchado, la puerta del copiloto abierta, el cristal de la puerta está completamente rota. Me aproximo más, cuidando no pisar los pequeños vidrios del suelo. Asomo la cabeza dentro del auto, lamentándolo hacerlo. Los asientos delanteros están cubiertos de un rojo carmesí, mechones de cabello rubio arrancados desde su piel con violencia y bañados en sangre. Cubro mi boca con las mangas de mi sudadera y retrocedo con lentitud.
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Editado: 17.07.2020