Jalisco, 19 de septiembre 1986
Nueve años más tarde.
Evidentemente nuestros temores terminan volviéndose armas para aquellos que una vez intentaron ponerlas en nuestra dirección; no todos pueden hacerlo, algunos fracasan al querer controlarlos e intentar vivir con ellos.
He permanecido en este sitio más tiempo del que creí poder soportar. Sin embargo, he llegado a soportar las duras pruebas que fueron colocadas frente a mis ojos.
Lastimosamente aprendo cuanto más tiempo estoy aquí a controlar mis temores, y así, poder algún día convertirlos en una parte de mí, en un arma, y espero pacientemente que mientras llegue ese momento, pueda ser apuntado en la dirección de mi enemigo.
Incontables veces, tuve la opción de acorralarlo en la oscuridad, revelarme en contra de él. En ninguno de esos momentos tuve valor, tal parece, soy un maldito cobarde o quizá, le debo respeto por ser quien me dio la vida; puede que, un poco de ambos. No puedo negar que, aunque lo odie desmesuradamente, estoy obligado a respetarlo y a morderme la lengua siempre que quiera insultarlo. No siempre lo he hecho, no siempre puedo callarme cuando lo veo.
Leí en algún libro que respeto significa miramiento o consideración, algo que no debe merecer papá, ¿Por qué entonces, continuo obedeciéndolo? ¿Por qué sigo respetando a alguien que no lo merece? ¿Qué es exactamente lo que ha hecho ese señor por mí? ¿He de creer que estar en un sótano por más de nueve años es lo correcto, sólo porque él cree que es lo mejor para mí? Las preguntas que me formulo siempre me llevan a una respuesta «Es mi padre, el causante de que yo exista, pero también, el culpable de que mi vida sea una completa mierda.» Aun así, pretendo acabarlo, el día que llegue a olvidar quien es él para mí, solo tendré un pensamiento claro sobre él: matarlo.
Probablemente haya perdido ya la cabeza estando en la oscuridad de un sótano. Perdí la cuenta del número de veces que he estallado al no lograr ver nada a mí alrededor, la cantidad de veces que golpeé y arañé la puerta en un inútil intento de salir, mientras mis padres no se encontraban o todas aquellas ocasiones que grité pidiendo que me ayudaran a escapar de mi cautiverio. Finalmente, me resigné a estar en este lugar; comprobé que nadie podría ayudarme. Tuve esperanzas de recibir la ayuda de la señora Singer, y las perdí al imaginar que por su ya avanzada edad, estuviera vagando en el mundo de los muertos.
Después de todo, creo que me queda un poco de cordura, o quizá no. En ocasiones tiendo a mentirme a mí mismo, así que, quizá crea que estoy cuerdo cuando en realidad, posiblemente ya no lo esté.
Las oportunidades de huir han sido escasas.
Hace cinco años se me permitió salir bajo la atenta supervisión de mi padre con el único fin de conocer a mi nueva hermana. Después de eso, sólo he visto sus pequeños piecitos al pasar por la puerta del sótano. Fui testigo de sus primeros pasos así como sus caídas. Parece ser una niña curiosa y magníficamente tranquila. Jamás hemos hablado o visto, ella sólo sabe que tiene un hermano en Suecia y volverá cuando esté listo...
Mis pensamientos se desvanecen al detectar el olor de una mezcla de perfume de rosas y pintura acrílica. La chica de cabello rojo está aquí. Alejo la vista de la puerta del sótano y me giro.
—Esta vez he tardado demasiado. —La escucho decir, al suspirar.
Hace más de nueve años la consideré una amenaza en mi vida e incluso hui de ella por temor, ahora sé que puedo confiarle mi vida entera, mis deseos, mis secretos. Gracias a ella continúo aquí, soportando todo. Si ella no hubiese aparecido ese día frente a mí, contándome que ha sido testigo de las agresiones de mi padre y que se encuentra dispuesta a permanecer a mi lado sin cambio alguno... Estaría ahora en un rincón, trastornado y balbuceando como un maldito retrasado.
—De hecho... —Sus labios besan mi mejilla, interrumpiéndome.
—Buen día, ojos verdes —me toma de la mano, disponiéndose a arrastrarme por el sótano. La sigo sin poner alguna objeción—. Estuve ocupada en un gran trabajo. Terminé mi pintura, no es el mejor trabajo, pero es decente.
Sabe perfectamente que no soy capaz de ver cada uno de sus trabajos, y aun así se toma la maldita molestia de contarme como han quedado.
—En algún momento juzgaré yo mismo tu trabajo —trato de lucir sereno, moderando mi tono de voz— ¿Algo más que decirme?
—Sí, necesitas una ducha con urgencia, ya he visto tu agua en la puerta. Lo necesitas —reprimo el impulso de gritarle y decirle que no le concierne mi apariencia. Ella parece saber lo que pienso pues, vuelve a besar mi mejilla derecha y susurra cerca de mi oreja—: No comiences con tus rabietas, Bemory. El agua ya está ahí, no puedes desperdiciarla.
Cada semana antes de despertar, hay una cubeta de agua en la puerta del sótano. Mi madre me ha dicho que debo ducharme constantemente, me aconsejó que retirara las tablas de una esquina y que utilizara ese sitio para ducharme sin echar a perder la madera. Me parece increíble que aún, después de todo, continúo obedeciendo sus indicaciones.
—No voy a bañarme. —Me resisto, sin saber exactamente si me he negado a obedecer a mi madre o a ella.
—Lo harás si quieres saber cómo la ha estado pasando tu querida hermana —se ha rebajado a utilizar a la segunda aparente debilidad e interés que tengo en este lugar—. Es un trato justo, dulzura.
—No me llames así, odio esas palabras "tiernas" —gruño, colérico por utilizar a mi hermana para su beneficio—. Bien, lo haré.
Minutos más tarde, me encuentro desnudo y maldiciendo mentalmente por haberme dejado manipular. No soy consciente de la cercanía de la pelirroja, hasta que siento sus manos heladas, posarse en mi estómago.
—Estas marcas son nuevas —me estremezco—. Aquí, hay seis caras sonrientes. ¿Qué ha pasado? —sus manos se deslizan hasta mi pierna izquierda.
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Editado: 17.07.2020