Mientras agricultores y ganaderos comenzaban a definir sus territorios en Canaán, en Egipto sucedió algo que cambiaría la humanidad para siempre.
Entre los años 1375 y 1350 a. C. Egipto fue gobernado por Amenhotep IV quien llegó a ser faraón a la corta edad de 18 años. En esos tiempos la religión oficial era politeísta con un dios principal, Amón, y el emperador debía compartir su poder con el sumo sacerdote. Los acontecimientos que han recibido el nombre de “Revolución de Amarna” promocionaron a “Atón", el disco solar, al rango de única deidad suprema. Así el joven faraón trataba de liberarse de la tutela del sumo sacerdote. A continuación Amenhotep IV cambió su nombre (Amón está satisfecho) por el de Akh-en-Atón (el servidor de Atón). El flamante faraón, quien concentraba ahora todo el poder, decidió abandonar la antigua capital de Tebas (la ciudad de Amón) y construir a 500 Km al norte la nueva capital que llamó Afehetaton (actualmente Tell-el-Amarna) donde elevó su palacio y los templos de Atón.
“Para imponer su ‘reforma’ Akhenatón rebajó a Amón y a todos los restantes dioses en favor de Atón, dios supremo identificado con el disco solar, fuente universal de la vida, cuya imagen es la del sol con sus rayos terminados en manos que alarga a sus fieles el símbolo de la vida (el ANKH)”, nos relata Mircea Eliade en su libro “Historia de las creencias religiosas I”
Tras la muerte de Akhenaton, su sucesor, Tutankhamon restableció las relaciones con el sumo sacerdote de Amón, retornó a Tebas y proscribió la religión de Atón. Así desaparecieron casi por completo las huellas de la reforma atoniana. Pero es muy probable que, en las sombras, quedaran grupos monoteístas adoradores de Atón en Egipto tiempo después de la revolución de Amarna.