La roca dura contra su espalda, el viento furioso dándole en la cara, su mirada perdida en el horizonte, sus pies guiándola por un camino que conocen de memoria. Tal vez en otra época fuera hermosa, con sus ojos llenos de luz y su cabello de fuego. Tal vez en otros tiempos fuera alguien imponente, con todos sus conocimientos y misteriosos artilugios. Pero ya nada queda de aquella persona, salvo un cuerpo vacío y una mente vaga. Ahora sus viajes se han vuelto más frecuentes, su cuerpo recuerda lo que su mente desea olvidar, y cada mañana vuelve a recorrer los caminos por los que ya ha viajado.
La roca a su espalda es firme, pero el viento tira de ella, ansioso por regalarle una vida a la muerte. La roca es estable, pero su visión la hace ver cosas que ya no están, o algunas que nunca han estado allí. Confía en su cuerpo, en la memoria que posee, y se deja guiar. Para cuando logró alejarse del pequeño camino de sólida roca, el viento estaba tan enfurecido que parecía un huracán.
Cuando el viento te persigue debes ocultarte, ella siempre lo decía, solo que ahora no lo recuerda, y sigue caminando. No escucha sus propios concejos y sigue, desafiando al terrible viento. El juego sigue hasta que uno se cansó, y el primero en cansarse no fue el viento, sino ella. Y al cansarse, cayó desde la saliente hasta el helado lago que había debajo, dejando al viento sin nada que obsequiarle a la muerte, ya que él no logró arrancarla de la piedra, no logro que uno solo de sus dedos se desprendiera hasta el momento en el que ella decidió saltar.
"Que fuertes son los humanos" pensó el viento mientras la dama caía.
"El viento solía ser más persistente" pensó la dama mientras se arrojaba.
Y así, el último recuerdo de aquella que saltó fue el viento, y el viento guardó en su aireada memoria el último instante de vida de esa curiosa mujer.