El explorador había pasado toda su vida intentando descubrir algo nuevo. Obsesionado, había viajado por todo el mundo, pero cada vez que creía estar en algún lugar inhóspito encontraba una aldea que había estado en el mismo lugar durante mil años. ¡Estúpidos humanos, siempre desafiando a la naturaleza! Pensaba en esos momentos, pero luego seguía, ya que el hacía lo mismo que criticaba. Un día encontró una tablilla muy antigua que hablaba, en un idioma perdido, sobre el último gran secreto de la tierra, y se emocionó tanto que inmediatamente volvió a cruzar el mundo y planeó todo con cuidado.
Tiempo después, con un grupo de 10 nativos para que lo guiaran por la jungla, emprendió la aventura. Muchos días pasaron hasta que se toparon con un muro impenetrable de vegetación que puso nerviosos a los habitantes del lugar. El explorador dijo que había que seguir, pero no logró que uno solo de los nativos se acercara a tocar una hoja siquiera, por lo que tuvo que seguir solo. Varios días más le llevó al aventurero abrirse paso entre las hojas, hasta que llegó a un muro de roca absolutamente liso, imposible de escalar. Al darse la vuelta, se encontró con que las lianas habían cerrado su camino con su veloz crecimiento. Y en su desesperación bajó la mirada, apesadumbrado. Al mirar a la base de la montaña descubrió una grieta lo suficientemente grande como para que una persona avanzara reptando, y sin dudarlo, con una linterna en la frente, se metió. Muchísimas horas pasaron, y el explorador vio la luz al fin. Del otro lado de la grieta había un magnífico jardín, no muy grande, lleno de miles de flores diferentes, acomodadas con maestría y elegancia, formando dibujos sobre la roca, superponiéndose unas con otras. Contento, el explorador gritó al cielo: ¡HE DESCUBIERTO TU ÚLTIMO SECRETO! Y en cuanto hubo desaparecido el eco de su voz, notó que caían pequeñas gotas de agua de todas las flores. Se puso a admirar el espectáculo hasta que se le humedecieron los pies. El aire era tan puro que le costaba respirar. Mareado, observó sin poder moverse cómo la tierra lloraba, y supo que sus lágrimas lo iban a matar... Así fue como murió el explorador más grande del mundo, solo y feliz, en un lugar que nadie había visto antes que él, y que nadie vería en muchísimos siglos.