Te escribo con la voz que ya no me queda, con la voz que nunca tuve, y con la voz que no seré capaz de tener.
Te escribo con un tono de voz cansino, casi inexistente, porque he aprendido que toda palabra puede ser borrada por una acción, así que ya no me esfuerzo en hablar.
Te escribo con un tono de voz que no existe, porque estoy escribiendo y para ello no se necesita voz.
Te hablo con la voz del alma, sutil y distante, oculta en mis palabras.
Te hablo...
Te escribo...
Te pienso...
Te pierdo...
Mi voz desaparece junto con las palabras, llevada por el viento, llevadas por un lápiz que las plasma sin que te des cuenta.