Un chico y una chica están sentados en medio de un semicírculo de chicos, que tienen entre 15 y 20 años.
Ellos dos tienen una hoja en la que han escrito un poema en uno de los talleres que todos han hecho a lo largo de ese día.
Comienza a leer el chico, con una voz grave pero dulce. Todos los demás lo alumbran con linternas desde diferentes ángulos, dejando ver una mano, una oreja, un poco de su barba, retazos de la hoja.
El chico, que ronda los 25 años, lee su poema como si estuviera contando un secreto.
Habla sobre su árbol con pasión, dándole a veces toques de humor o de incertidumbre con su voz.
Habla de su árbol como si estuviera describiendo una maravilla, y tal vez así sea.
El poema termina, y su voz queda flotando en el aire unos segundos.
El hechizo es roto por la voz de la chica a la que le toca leer el segundo poema, que definitivamente no le pone tanto sentimiento a su lectura.
Ella termina, las linternas se apagan, ambos se van y comienza la canción.