—Los humanos han dejado de lado sus sentidos, solo oyen los ruidos más fuertes, sus ojos son casi ciegos, su olfato deja muchísimo que desear y su tacto otro tanto. Solo se han dedicado a desarrollar la lengua, pero no el gusto, sino las palabras. Para despertarte tengo que reavivar tus sentidos. Será como si toda tu vida hubieses vivido dentro de una botella y ahora alguien te sacara de ahí.
Antes de que Viel pudiese decir nada, una bruma roja la envolvió, mareándola y cegándola. Se elevó en el aire, se sacudió, dio vueltas, sintió aromas que jamás había sentido, notó la diferencia entre la tela de su remera y la de su pantalón, pudo oler el viento y sentir el sabor del aire, pudo oír cosas tan lejanas como el aleteo de una mariposa fuera de la mansión. La sobrecarga de sensaciones la hizo perder la conciencia, y de golpe cayó al suelo, tan pesada como si fuera una roca. La diosa hizo un ademán con la mano y detuvo su caída a unos pocos centímetros del suelo. Tardaría al menos tres días en despertar, y en ese tiempo llegaría aquel que hacía tanto tiempo la perseguía. Debían irse, rápido. Con otro movimiento de la mano, la chica se elevó, y mientras la diosa corría buscando todo lo que necesitarían para el viaje, la niña flotaba detrás de ella. Solo le quedaban unos minutos para escapar, y no sabía hacia dónde ir. Sintió que alguien golpeaba a su puerta, algo grande, seguramente sería un golem, así que sin pensarlo, tomó a Viel a upa y comenzó a correr hacia un espejo. Si la niña hubiese estado despierta, seguramente habría pensado que estaba loca, y posiblemente fuera cierto, vivir tanto tiempo hace que pierdas la cordura. Sin pensarlo, saltó hacia el espejo y lo atravesó como si no existiera. Solo unos segundos después, la criatura, deforme y de color negro, tiró la puerta abajo. Detrás de la bestia apareció un joven con una sonrisa maquiavélica. Esa sonrisa desapareció cuando vio a la dios del otro lado del espejo, justo en el instante en que esta lo rompía desde el lado de adentro...