—¿No fue suficiente? — preguntó la joven desanimada mirando al lago—. Te enseñé a pensar por ti mismo, te di mi cariño, te ayudé cada vez que estabas en peligro... y así y todo sigues haciendo lo mismo que antes, sigues lo que los demás digan, no juzgas por ti mismo, no aprendes a valorar, solo destruyes, no has podido ver lo que estás mirando...
Él estaba apoyado en una roca, detrás de ella; parecía apenas un joven de 15 años, pero Dalia sabía que Zeth tenía más. Los elfos envejecen muy lentamente. Él había vivido siempre bajo sus propias reglas, sin importarle los demás, pero prestándole una inmensa atención al mundo humano.
Dalia sabía que la estaba mirando, pero estaba demasiado enojada como para hablarle, así que simplemente se sacó la ropa y se tiró al agua, nadando lo más rápido y lejos que podía, intentando llegar a la isla que estaba en el centro del lago. Increíblemente, cuando llegó a la isla, Zeth estaba ahí, esperándola, con el agua choreando por su ropa. Ella se acercó, mirándolo fijamente. Primero le pegó una bofetada, siempre mirándolo a los ojos; él no se inmutó. Pero luego ella lo besó, y eso lo descolocó más que cualquier golpe...
—Hay formas y formas de aprender —dijo él — no tenías que hacer esto... La miró, tomó su rostro entre sus manos y besó su frente, luego su nariz y finalmente sus labios. Luego de un momento se apartó y le susurró al oído: —ha sido más que suficiente, Dalia.