Cuando no estamos pensando.

Miro a las ideas caer, deslizarse, deshacerse en zarcillos de luz trémula, pasando de mi mente a mi mano, calentántando mi espíritu en una solitaria noche.
Las ideas son cambiantes, entre que las creamos y las traspasamos al papel, hay ligeros cambios, deformaciones quizás, sutiles variantes del lenguaje.
Miro mis manos, la fluidez de mis trazos, la rapidez con la que fluye la tinta, y pienso en el momento en el que una de esas ideas se formó en mi sueño para descender por mi mano hacia el papel al despertar.
Los sueños son algo curioso. Ocultan nuestras mejores ideas, por eso es tan importante recordarlos. Los sueños son un mundo en el que más de una mente brillante se ha perdido. Y también más de un idiota ha asegurado haber estado allí, en ese mundo intangible y a la vez tan real, y haber vuelto sano y salvo.
Pero del mundo de los sueños nunca se sale, pues estos se filtran en nuestras ideas mientras somos conscientes. Quien diga algún día que ha dejado de soñar tiene un triste destino, porque o es mentira e intenta ocultar sus fantasías, o es verdad y el color se irá escurriendo de sus días...
Y noto que he escrito una última frase en la hoja mientras pensaba. Esta frase fue escrita con letra diferente, más desprolija, más salvaje y apurada, parece fuera de lugar entre las elegantes letras anteriores. Solo es una frase, no puede significar mucho, pero ha salido de algún lado mientras no controlaba la totalidad de lo que soy. Ha salido de algún lugar profundo y me acerca a saber un poco más de mí mismo.
Asustado, cierro el cuaderno y me acuesto, pero al cerrar los ojos, creo escuchar un coro de voces, algunos fantasmas de mi pasado, demonios recientes y algunos que creía superados susurrando: vales lo que valen tus palabras.