Brevedades

Sala 101

La sala ciento uno era, de las que se encontraban en el segundo piso de la escuela de bellas artes, la más lúgubre. Se debía principalmente a que era allí donde los estudiantes guardaban sus esculturas y obras más grandes. Una en particular causaba gran terror en todos. Se llamaba 'el dragón' en alusión a los dragones chinos, y era la cosa más monstruosa que jamás se hubiese hecho. Creada con partes de muñecos, el dragón era la razón por la cual la sala ciento uno era temida, sobre todo luego del anochecer.
Lo que pocos saben es cómo terminó allí.

Doce años antes, cuando la facultad acababa de abrir las puertas a su primer camada de alumnos, se celebró un concurso de escultura, donde todos los alumnos participaron. Uno de ellos en particular, Levi O'Brien, pasó todas las etapas siendo el claro vencedor. Todas las etapas, excepto la última. Su escultura final, 'El dragón', era tan horrenda que el jurado no quiso ponerlo entre los tres mejores, a pesar de su claro talento. Fúrico, el joven había jurado vengarse.
Por eso nadie se sorprendió cuando, a los pocos días, la estatua que estaba delante de la escuela fue misteriosamente reemplazada por una copia de El dragón. Todos supusieron que era una copia porque su tamaño era ligeramente mayor, y le faltaba un ojo.
Dos noches después, comenzaron a aparecer cadáveres por el predio de la escuela. Cadáveres irreconocibles, ya que en su mayoría estaban desmembrados, y todos tenían un pez payaso de madera clavado en el lado derecho del rostro, por encima del ojo.
Cuatro cadáveres aparecieron hasta que un grupo de policías decidió quedarse a investigar durante la noche.
La primera noche, todo estuvo tranquilo. Al igual que la segunda y la tercera. La cuarta noche fue un poco diferente.
Eran cerca de las dos de la mañana cuando el policía de guardia escuchó ruidos en el patio y salió a ver.
Tras diez minutos, un grito de dolor seguido de absoluto silencio despertó a los otros miembros del grupo.
Corrieron hacia el patio, el ligar de donde provenía el ruido, pero ya era tarde. Lo que sea que estuviese asechándolos ya se había marchado. O eso creían.
Al darse la vuelta para intentar entrar nuevamente al edificio, una cosa les impidió el paso. Una cosa con muchos brazos que se movía a una velocidad increíble.
Comenzaron a dispararle, creyendo que tal vez se tratara de un animal salvaje. La criatura no retrocedía, y no fue hasta que quedó bajo la luz de un foco que descubrieron de qué se trataba en verdad.
Comenzaron a correr en distintas direcciones, pero la criatura los alcanzaba a todos.
Agarrándolos con sus múltiples manos, desgarrando miembros y piel como si fueran plastilina.
La bestia cortó cabezas, separó extremidades y rasgó la carne de todos los que estaban a su alcance, y en todos los casos, ayudándose con un pez payaso de madera, sacaba los ojos derechos a los cadáveres, intentando ponérselos.
Uno de los policías, que había logrado ocultarse, recordó haber visto un collar que parecía una canica atada a una canilla en la sala ciento uno. Un collar con el tamaño justo para entrar en el ojo del dragón, el ojo que la bestia parecía estar buscando.
Corrió hacia adentro del edificio intentando no llamar la atención del dragón, el cual seguía desmembrando a sus compañeros.
Cuando ya estaba cerca, escuchó los pasos característicos de la bestia, que seguramente ya había terminado de asesinar a todos sus compañeros.
comenzó a correr más rápido, pero aquella criatura, con todas sus manos, corría por el techo, el suelo o las paredes sin ningún problema, esquivando todo lo que pudiera llegar a ser un problema. Al girar en la esquina de un pasillo, el policía se agachó justo a tiempo para evitar que el dragón lo tomara prisionero. Ya casi llegaba.
Una de las manos del monstruo lo agarró, pero logró safarse justo antes de que las demás terminaran de apresarlo.
Con un enorme miedo, siguió corriendo hasta que encontró aquel collar. ¿Debía dárselo a la bestia? ¿O destruirlo? Al ver el collar, la bestia se puso como loca, y comenzó a golpear todo con aquel pez payaso de madera.
El policía, temeroso, dejó el collar en el suelo ante la atenta mirada del dragón. Luego tomó su pistola, la apoyó contra la canica y disparó.
La bestia terminó de volverse loca, y comenzó a perseguirlo. Algo extraño salía de sus articulaciones, haciendo que cada paso que daba se volviera más lento que el anterior. Una especie de gelatina, como si se estuviera derritiendo.
El dragón siguió corriendo a pesar de la sustancia que chorreaba su cuerpo. Logró agarrar al policía con tres de sus manos y lastimarlo con aquel pez payaso antes de terminar de deshacerse en aquella gelatina.
El policía quedó tendido el el suelo, respirando con dificultad. El dragón había alcanzado a clavarle su pez  de madera antes de convertirse en aquella masa de gelatina informe.
El policía se quedó tendido en el suelo, sintiendo cada vez más frío. Hasta que simplemente sus ojos se cerraron.
A la mañana siguiente, todos notaron que habían cambiado la escultura del dragón por su original, más pequeño.
Por órdenes de la directora, lo quitaron de allí y lo guardaron el la sala ciento uno. Allí es donde los alumnos guardan sus esculturas y obras más grandes. Algunas de ellas a veces aparecen rotas, pero nadie sabe por qué. Sólo tienen claro que nadie quiere quedarse mucho tiempo en la sala, y se debe a que todos tienen pánico de una escultura en particular, el dragón.



#24511 en Otros
#7431 en Relatos cortos

En el texto hay: criaturas magi, gatos, microrelatos

Editado: 21.02.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.