La capilla funeraria recibía entre el llanto y doloroso asombro a todos los familiares y amigos de quien en vida fuera Adriana Carolina. Apenas se escuchaba un leve murmullo entre los asistentes y las caras largas expresaban un hondo pesar. Su inesperada muerte en un terrible accidente de tránsito había conmocionado a sus familiares, amigos, pero en especial a su prometido de tantos años, Julián.
Julián miraba incrédulo toda la capilla funeraria donde en el centro resaltaba el ataúd de madera oscura que albergaba los restos mortales de su amada y joven novia. Por momentos se sumergía en un sopor que a tantos anestesiaba su dolor, dolor que a tantos llegaba a niveles intolerables.
A ratos y en medio de los rezos y el llanto inconsolable de sus padres y su hermano Samuel, haciendo un gran esfuerzo por no perder el sentido se levantaba de una de las sillas de la capilla para acercarse a contemplar a su Adriana y frente a su cuerpo sin vida vedado por un cristal que reverberaba la luz proveniente del ventanal, contemplaba a la hermosa joven con el rostro mortalmente pálido y sus ojos que antes eran brillantes, expresivos, caudal de emociones vivas, ahora lucían cerrados para siempre…
Decía en voz baja frente a la joven fallecida lleno de incrédula desesperación: —¡Adriana, Adriana!, ¿por qué tú mi amor? Tantos planes recreados con entusiasmo ante la inmensa dicha de un porvenir compartido con hijos, sueños por cumplir... y ahora mi amor ya nunca más estarás a mi lado… ¿Cómo voy a proseguir mi vida sin ti?... — se decía llorando con su rostro anegado por lágrimas de cristal que rompían sus mejillas como cuchillos afilados.
A ratos daba una vuelta por el recinto para luego volver a sumir su presencia al lado del féretro para contemplar a su bella novia, recordando con dolor del alma que ese mismo lunes se habían amado y en ese momento ignoraba que sería la última vez que se amarían…
El llanto desconsolado de sus padres lo trajo de vuelta a la cruel realidad de la que su mente atormentada había logrado escapar por un breve instante mientras la contemplaba, momento en el que recreó una escena romántica de aquella Adriana enamorada que se acurrucaba entre sus brazos diciéndole al oído hermosas palabras llenas de amor, en aquel tiempo donde él era un hombre plenamente feliz… , pensó desconsolado: «¿Dios por qué me la quitaste...?, Adriana… ¿Cómo habrás enfrentado el último instante de tú vida al sentir el inevitable llamado de la muerte?, y ahora… ¿Qué será de ti ?, ¿dónde estará tu alma, mi amor?, ¿dónde?... —suspiró envuelto en la mayor desesperación y continuó inmerso en sus lúgubre pensamientos—, amor ¿qué será de mi vida sin la magia de tu presencia?, ¡yo que te amo con el alma!… , Señor devuélveme a este miércoles para detener este suceso fatídico!, ¡Dios, escúchame por favor, no me desampares, tráeme de vuelta a Adriana, haz que todo sea una terrible pesadilla de la que pronto voy a despertar!...».
Sus lágrimas nublaban su vista cayendo a grandes gotas sobre aquel cristal que separaba la vida de la muerte. Julián sentía que nadaba en la irrealidad, en el absurdo, su alma flotaba enajenada. Pensaba obsesivamente que hacía tan solo dos días Adriana y él hacían planes de un futuro soñado donde la felicidad ejercía su reinado.
Recordó lleno de nostalgia que la noche de viernes de la semana pasada después de cenar en un restaurante mientras conversaban, ella le susurro al oído con su rostro lleno de picardía y esa mirada arrebatadora:
—Mi amor, me has hecho la mujer más feliz del mundo, ¡bendito sea el día que llegaste a mi vida!, vamos a amarnos sin reparos, ¿qué te parece? En su mente se dibujó su sonrisa y el dulce sonido de su voz, voz ahora apagada para siempre pero que escuchaba con gran intensidad en su corazón herido de muerte.
Julián recordó envuelto en la nostalgia que esa noche estaba realmente cansado por una semana llena de arduo trabajo, pero verla tan alegre y jovial despertó en él su apetito sexual. Recordó entonces que aquel día ambos habían entrado en su departamento de soltero entre mimos y caricias subidos de tono.
Recordó ahora con el alma rota que la miró llena de deseos y especialmente fijó su mirada en aquellos ojos marrones llenos de vida cuyas pupilas albergaban un alma llena de emociones, recuerdos y secretos. Recordó ese calor agradable que recorrió todo su cuerpo que ella con sus poderosas manos le regaló al desplazarlas apasionadamente en sus partes íntimas invitándole a pecar, y sobre todo recordó ese irrefrenable deseo de consumar el acto bordeando la inconsciencia de tanto placer por el mero hecho de pensarla.
Rememoró como aquel día la ropa de ambos voló por aquella habitación desordenada, que para ese momento bien poco importaba, solo importaba hacer el amor para calmar esa sed de amarse que ardía entre ambos cuerpos como una llama furiosa en pleno incendio.
Pegando más aún su rostro al cristal del féretro contemplando el rostro violáceo eternamente sereno de su amada sintió una puñalada asestada directo a su corazón, por un instante sintió de pronto desdoblar todo su ser sin que nada pudiera él hacer más que vivir pensando que vivía un sueño del que pronto despertaría y nada de lo que vivía era real.
Desesperado, por un instante miró el techo, las paredes y el ventanal de la capilla velatorio que sepultaba sus esperanzas encajonando su espíritu bajo fuertes muros hechos de lágrimas y su ausencia, como aquel féretro encerraba totalmente el cuerpo de aquella que una vez fue su Adriana Carolina, la suya, la de sus afectos, la de sus vivencias, su gran amor y ahora su gran dolor… Entonces gritó con una fuerza sobrenatural para luego caer al suelo sin sentido.
En un instante así cabe preguntarse: ¿Qué es más real?: la vida que día a día vamos viviendo bajo cierta continuidad o la vida a la que llamamos sueño, mientras dormimos.... O tal vez las dos son igualmente reales.