Breves Historias De Ficción

Capítulo 4 ¿Asisto a mi propio funeral? Encuentro con Dios

Ahora llego hasta una capilla velatoria después de flotar en el colorido cielo encontrándome entre un conjunto de personas que de algún modo me son familiares, mi corazón siente una conexión ineludible con aquellos dolientes.

Observo al fondo de la capilla un féretro de madera color caoba reluciente rodeado de hermosas flores multicolores. Un murmullo silencioso lleno de acordes que evocaban tristeza profunda se abre paso en aquel recinto de paredes blancas y un ventanal en la esquina que deja entrar una clara luz natural.

Pienso, como en un trance emocional llena de tristeza: ¿quién habrá fallecido?, ¿cómo habrá sido su vida?, ¿a quién está persona ha dejado huérfana de amor? y ¿cómo serán las vidas de estas personas después de su partida?, traje a mi memoria el fallecimiento de mi madre de cáncer de seno y los malos momentos que Carolina y yo pasamos cuidándola sabiendo que le quedaba poco tiempo de vida y esa certeza nos rompía el corazón hasta que después de una larga lucha finalmente murió.

Siendo consciente de que vivo un sueño la curiosidad tan propia de mi humanidad me lleva a querer saber quién había sido la persona que había partido de este mundo y quizá estuviese reposando ya en la morada del señor...

Camino sigilosamente hacia aquel féretro rodeado de coronas de flores colocadas a modo de honra que despedían el último perfume de su vida. Por un instante me percato de que nadie me dirige la mirada, como si yo fuera una ausente de sus vidas.

A medida que me acerco, siento que mi corazón late con más fuerza, casi con un temor sobrenatural a descubrir: quién es en definitiva él o la ocupante de aquel féretro de caoba reluciente, preguntándome con inquietud quién había sido elegido para morir…

Al llegar al féretro asomo mi rostro lleno de una mezcla de miedo y curiosidad a la vez. El cristal dejaba ver: ¡mi rostro mortalmente pálido con los ojos cerrados, mi cuerpo exangüe tendido en mi última morada mortal…!, de pronto ¡Grito, grito presa de la mayor desesperación… Grito con todas las fuerzas de mi ser e intento llamar la atención de aquellos que reconocí en mi corazón como familia!, pero nadie me escucha, nadie me ve, nadie puede sentir mi presencia, yo para ellos deje de existir, yo para ellos estoy muerta, ¡pero yo sé que sigo viva, yo me siento viva!

Alberto, ¡el muy patán ese!, se acerca a la féretro cabizbajo y lleno de verdadero arrepentimiento o al menos así lo manifiesta, de sus labios salen estas palabras:

—¡Lo siento mucho, María Alejandra, no supe ser el hombre que tú soñabas…! , pero no te preocupes mi amor yo cuidare y velaré por el bienestar de nuestro hijo hasta el último día de mi vida… — de pronto acerca su mano al cristal haciendo un gesto de despedida y observo en sus ojos gruesas lágrimas que encapsulan genuino arrepentimiento y nostalgia por aquel hecho consumado e irreversible que se llama: muerte.

Desesperada miro hacia las alturas de aquella capilla velatorio en la búsqueda de un agujero que me permita escapar de este sueño tenebroso, no sin preguntarme llena de angustia y pesar: ¿dónde está mi Juanito?, ¡Mi hijito… ! ¡No, no, necesito despertar de esta maldita pesadilla!, grito el nombre de mi hijo reiteradas veces… , nadie parece escucharme, mucho menos verme, soy consciente que yo represento una dolorosa ausencia en especial para mi hermana Carolina a quien veo llorar a mares en un rincón de la sala velatorio. Caray, no dejo de pensar que si en verdad estoy muerta más adelante cuando Juanito tenga uso de razón sentirá un hueco inmenso en el corazón por mi ausencia, ¡Dios mío, quiero despertar, quiero despertar de esta atroz pesadilla!, ¡mi pobre hijo huérfano! De pronto, me digo a mi misma con resignación ante los hechos que están a mi vista:

—¡Estoy muerta!, finalmente mi día llegó… Desde pequeña aprendí que la muerte es el único hecho ineludible en la vida y familiares y amigos fallecieron a mi alrededor tristemente, pero otra cosa muy distinta es experimentar la muerte en carne propia… Soy yo quien ha dejado esta vida atrás, ya no soy más María Alejandra González… la hija, la amiga, la esposa y la madre… Me duele el alma… ¿Cómo ocurrió?, será… ¿Qué yo he muerto a causa del accidente de moto?,¿qué será de mí? y¿qué será de ellos sin mi?

Visualizo a Juanito con sus 5 años dentro de mi corazón que late adolorido o así lo siente mi espíritu que aún se aferra a la experiencia del cuerpo terrenal, que se niega a aceptar la realidad de la despedida… Mi cuerpo que por tantos años fielmente me acompañó en las andanzas de la vida, siento mucha nostalgia.

De pronto, me elevo en las alturas… el cielo parece cristal líquido y yo lo surco fácilmente guiada hasta Juanito mi precioso hijo, quien luce hermoso con su sonrisa impecable y está en estos lúgubres momentos en el patio de la casa de mi prima hermana Lucía que muestra un semblante profundamente abatido y viste de luto tratando sin embargo, a toda costa de sonreírle y divertir un poco al inocente Juanito, gran amor de mi vida.

Ahora comprendo la inmortalidad de mi alma y ante mí se vislumbra un panorama incierto y doloroso al verme obligada a abandonar a mi hijo, gran amor de mi vida y mi mayor razón de existir. Sin embargo un poder sobrenatural lleno de luz me llama de corazón palpitante de madre y padre a corazón de hija y entonces una paz celestial sobrecoge todo mi ser tentándome a dejar aquella vida que una vez fue la de María Alejandra González…

Esa poderosa fuente de luz preciosa, cristalina, pura y misteriosa de pronto anula mis sentidos terrenales que me conectan con la realidad tridimensional conocida, entonces mis recuerdo quedan suspendidos…, una esencia divina se perfila y me ofrece amor y consuelo, también me promete acogerme en el seno de su alma luminosa para que yo me funda en ella…

Inicialmente me siento tentada a abandonar aquella vida de María Alejandra González que ya comienza a desdibujarse de mi ser, pero un latido de amor profundo me llama tímidamente pero de modo contundente: es mi corazón de madre que palpita de amor por mi hijo, él vive en mí, un cordón umbilical invisible nos une indisolublemente… el sonido rítmico y acompasado de aquella voz profunda, multidimensional y llena de paz comprende mi amor de madre y me dejaba regresar a esta vida terrenal.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.