El viento golpeó sus bigotes con vigor. Sí, era definitivo, caí al abismo. En tan solo segundos su vida pasó frente a ella, miles de imágenes que ni siquiera recordaba, momentos felices con su familia, un padre sonriente, era hermoso. No duró.
Le pareció una interminable caída, con un viento capaz de secar los párpados. Pero solo fue su imaginación. Aunque el golpe resultante vaya que no lo fue. Un dolor punzante junto con hormigueo que se extendía por todas sus extremidades. Se le escaparon algunas lágrimas. Intentó no pensar en ello. La verdad fue que solo pudo quedarse quieta conteniendo las lágrimas.
¿En dónde estaba? No veía nada, aun así, lo sentía. Allí en vez de estar rodeada de paredes como en el túnel, ahora era libre. Eso la asustaba. ¿A dónde debía ir? Alargó una pata delante de sí. Enfrente, el abismo. Detrás una pared húmeda. La sentía con el trasero, estaba fría. «¿Exactamente qué es este lugar?». Sentía el suelo frío y áspero, como si nada vivo pudiera salir de él. Tanteó la tierra. Sí, a cada lado se extendía un camino como si aquello fuera una pasarela. Por lo menos no estaba en peligro. Pero… ¿Izquierda o derecha? Al fin y al cabo, ya estaba perdida, no tenía importancia la dirección. Al tomar por la derecha se percató que descendía en una rampa. Conforme más caminaba el aroma a zanahorias incrementaba, era la dirección correcta.
Mientras bajaba se preguntaba realmente el propósito de estar ahí. ¿Enserio era necesario averiguar en donde se encontraba? Lo más posible era que aquel lugar fuera un almacén viejo y abandonado. Tal vez incluso inestable. Sí, puede que ese tufo fuera de plantas de zanahoria, el resultado seguro de haber abandonado comida ahí para que se pudriera. Al llegar al final de la rampa salió a una explanada amplia. Frente a ella la oscuridad era más densa en algunas zonas. Los contornos eran difíciles de distinguir, pero el hedor era inconfundible. Zanahorias. Si aquel lugar era un almacén antiguo, se habían dejado demasiada mercancía.
Eran una gran cantidad. Y sí, aquella comida no tenía ni una pizca de viejo. Mientras olía con mayor detenimiento se preguntaba. ¿Podría ser que el otro almacén se quedó chico ante las reservas? No, aquello no era posible. El hedor revelaba que no era frecuentado ni ventilado muy seguido. El lugar se extendía mucho más que el almacén principal. ¿Podría perderse? Bueno al menos no moriría de hambre. Por otro lado…
Se detuvo. Le llegaba otra peste, y no de las zanahorias. Era diferente, seco y terroso como piedra mojada. Era tenue casi se perdía con los demás olores. Pero allí estaba, sí. Sus pelos se erizaron, algo iba mal. Comenzó a caminar con mayor cuidado. Daba bocanadas más grandes, analizaba cada matiz que le llegaba. Humedad, tierra, frescura vegetal. Aquel olor seco era significativo, distinguible entre tantas gamas. ¿Había percibido algo similar antes?
Conforme más caminaba aquel tufo no solo se intensificaba, sino que surgía otro, un viejo conocido. Al absorberlo unas imágenes surgían en su cabeza. Eran borrosas, como si estuvieran profundamente sumergidas en agua. Las conocía, a su pesar.
Al llegar a la fuente del olor se sorprendió. En el suelo había un agujero con lo que parecía un polvo blanco. Era difícil ver en plena oscuridad, aun así, resaltaba la cama blanca entre tanto negro. No estaba segura de lo que encontraría, sin embargo, esa cama blanca era lo último que esperaba. Allí los dos olores, el áspero y terroso se juntaban en… ¿Sangre? «No podía ser» se dijo mientras sus patas le temblaban. Ese pensamiento fue una idea fugaz, pero retumbó en todo su ser. ¿Acaso ella sabía a qué olía? Se había lastimado antes, sí, pero pequeñas cortadas no dejan mucho aroma. Imágenes borrosas pasaron ante ella. Gritos, gruñidos, lucha. Cada cosa siendo desenterrada poco a poco.
Los recuerdos la dejaron perpleja. Miraba a la nada mientras las imágenes pasaban por su cabeza. Ni siquiera se dio cuenta de cuando se metió en el agujero. Al mirar abajo suyo ya estaba tocando la arenilla blanca. Su mente ya captaba los gritos de su padre mientras era despojado de sus patas traseras. Ella no lo vio claro, fue protegida por su madre, aun así, derramó lagrimas mientras los gritos de su padre se apagaban lentamente. Su respiración aumentó con aquellos gritos. Sin encontrar un mejor lugar para escapar, empezó a escarbar. Realmente no escarbó con mucho suficiente ahínco. Al principio sí fue movida por la necesidad de ocultarse de aquellos gritos, pero poco a poco el polvillo blanco la calmó. Era ligera, cada grano la acariciaba dejando una ligera picazón que le gustaba. Nunca había visto algo similar, y por supuesto la tierra dejaba mucho que desear ante esa nueva arena.
Se limpió las lágrimas de la cara. «Pues esté lugar no esta tan mal, nadie me regaña aquí». Como si hubiera sido un golpe, una picazón acompañada de pulsaciones le escocieron la vista. ¿Qué le pasaba? Tallarse no le ayudó, aquel escozor solo incrementaba con cada pasada de su pata. Dilató bastante en aliviarse, incluso recurrió a sus orejas para tallarse los ojos. Ahora sí lagrimaba a raudales. Cuando por fin sus ojos terminaron y recuperó parcialmente la vista, se examinó sus patas. Debía de haber algo en ellas. La visión no le era de mucha ayuda, su nariz en cambio sí le decía algo. Un olor a piedra. «Igual que el polvillo blanco» pensó la coneja mientras se seguía tallando los ojos. Con cautela, se acercó a oler el polvillo. ¿Realmente qué era? No estaba segura. La fragancia era inconfundible, y aunque detectaba otro aroma no le hizo mucho caso. ¿Podría ser tóxica? Alguna vez le había caído tierra en los ojos, pero ni por asomo se sentía igual de horrible. A pesar de no ser la mejor idea, la probó dándole un lengüetazo. El sabor le dio un escalofrío. «No está tan mal, creo» se dijo a si misma.
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Editado: 09.10.2025