Brisas de Junio

Todos los gatos tienen la culpa

Julio había quedado muy encantado con esa pelirroja que se llamaba igual que su tía, pero ¿Cómo no hacerlo? El sentía que ella era una caja llena de sorpresas, un enigma total, no sabía cuánto tiempo había pasado desde que llego y le había ofrecido al mismo niño un chocolate caliente. No estaba ansioso por verla al día siguiente pero si estaba un poco emocionado por volver a hablarle, ese sentimiento era muy raro en él, incluso había hecho una conversación imaginaria en su cabeza para poder ordenar todo lo que pensaba decirle, aunque bueno eso sonaba más patético en su mente.

Ese día se levantó radiante, pareciera que el mismo sol se hubiera levantado de buen humor y le diera un ánimo antes de ir al trabajo porque parecía radiante y acogedor, las flores que estaban cerca de su casa se conseguían en su máximo esplendor, también el cantar de las aves que, aunque para él era algo molesto ese día lo consideró melifluo. Pero no todo podía estar bien, y su bello día se fue en tan solo cuatro palabras.

—Ella no vino hoy—le dijo Madame Fantin mientras acomodaba las sillas de la manera tan delicada que podía tener esa señora.

— ¿Cómo sabes eso? —le preguntó confundido puesto a que el día apenas estaba empezando y ni siquiera habían abierto el local.

—Ayer me pidió el día libre, dijo que tenía algunas cosas que hacer.

Eso lo decepcionó no le arruinó el día, pero si lo dejo un poco triste debido a que el propósito de su día fue hablar con Melinda, solo suspiró y dijo “Ni modo, sigue trabajando” Mañana sería un día nuevo y tendría su oportunidad para poder hablar con ella, no se lo iba a dejar tan fácil y no se iba a rendir tan rápido.

El resto de su día fue normal, los señores hablando, las personas pidiendo café para irse a trabajar y ese calor hijo de puta que le estaba empezando a estresar, algo que no se iba a acostumbrar era del calor de toda la zona, si fuera por el viviría pegado al ventilador para no tener que sudar más nunca.

Hasta que un visitante inesperado le volvió a alegrar el día, era Louis que venía con esa sonrisa de oreja a oreja que lo caracterizaba aunque le faltaran los dos colmillos, su pelo café estaba desordenado, pensando seriamente que el pequeño se peinaba muy pocas veces el pelo. Su aspecto no era descuidado pero se notaba que no era muy amante del aseo personal.

— ¡Monsieur!—exclamó el pequeño al verlo.

— ¡Louis!—dijo en el mismo tono.

El menor fue a darle un cálido abrazo y Julio se lo correspondió con todo el cariño posible aunque el último no era muy bueno dando afecto hacia las demás personas.

—Llegaste demasiado pronto ¿No crees eso pequeño?

Louis solo le dedicó una sonrisa al respecto como si el no rompiera ni un solo plato.

—No tengo mucho que hacer además de vender lazos y rosas monsieur.

En ese momento se percató de algo importante, y las cosa que tenía en mente lo desagrado demasiado

—Por favor, dime Julio me harás sentir viejo. —Julio trató de bromear un poco antes de hacer la pregunta sería que estaba a punto de tirarle.

—Oh, lo siento me dijeron que decirle monsieur a alguien es de buena educación.

Julio solo se rio y lo invitó a sentarse en una de las mesas para poder seguir hablando con él.

— ¿Acaso no vas al colegio? —le preguntó tratando de no lucir tan serio y no asustarlo.

Aunque su misión no se logró debido a que ya el menor había puesto cara de terror y empezó a mirar a todos lados tratando de huir de esa mirada.

—Que sol tan bonito tenemos el día de hoy.

Julio lo miró detenidamente entrecerrando los ojos, meditando lo que iba a decirle así que decidió seguirle el juego.

—Tienes razón… Es un buen día para que un adulto vaya a trabajar y un niño vaya a clase.

La cara de Louis explotó en tonalidades rojas ante el comentario.

— ¿Por qué no vas al colegio pequeño?

El niño bajó la mirada y empezó a juguetear con sus dedos un poco nervioso.

—Es que… a mi mamá no le gusta que deje de vender, dice que el estudiar no llevara dinero.

Julio tuvo que respirar hondo para no soltar una maldición al frente del pequeño, ya no quería asustarlo y acorralarlo como lo estaba haciendo en ese momento, tenía que apoyarlo para que no se sintiera mal.

—Pues en eso tu madre se equivoca, estoy seguro que eso si te puede ayudar en un futuro.

Antes de decir la frase que estaba a punto de salir de su boca, se tomó un gran tiempo pensando en decirlo debido a que si se ponía a ver no es que fuera tan bueno ayudando a la gente y mucho menos explicando.

—Yo puedo ser tu maestro, o bueno, enseñarte algo de lo que he aprendido con el tiempo.

A Louis se le iluminaron los ojos como si de un gran regalo se tratase.

— ¿De verdad?—dijo con cierta esperanza en su voz.

—Sí, pero me tienes que prometer que serás constantes con tus clases.



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En el texto hay: destino, amor, decisones de amor

Editado: 04.10.2018

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