Broken

Capítulo IV

-Lo logramos-
 

Elizabeth Macflay se embarazó en su tercer año de la universidad de medicina. Cuando supo que otro ser crecía dentro de ella se echó a llorar como una niña pequeña, lamentablemente no lloraba de felicidad si no de miedo.
 


Era irónico, pues conocía todos los jodidos métodos anticonceptivos posibles en el mundo, se los habían enseñado desde su primer año, entonces ¡¿Cómo había podido pasarle algo como eso?! Tal vez tuvo alguna falla con el condón, o simplemente el alcohol que había bebido aquella noche, la hizo creer que el chico que dejó entrar entre sus piernas había usado protección. Errores de la vida.

Antes de tomar una decisión, decidió consultar con la segunda persona que participó en la creación del bebé que llevaba en el vientre, un universitario alocado que conoció en aquella fiesta, podría haber estado borracha, pero no lo suficiente como para olvidar el rostro de aquel chico. Él era un estudiante de la misma universidad, solo que de una especialidad diferente.

Cuando lo confronto él la reconoció de inmediato, la invito a salir, Elizabett aceptó. Lo difícil fue decirle a mitad de la cita que esperaba un bebé de él. Entonces el universitario, cuyo nombre era Gregori, fingió demencia. Olvidó la noche de la fiesta; dijo que ni siquiera la reconocía y juro que no recordada haber tenido sexo con ella aquella noche. Elizabeth lo odio, porque ahora eso solo la dejaba a ella, tampoco obligaría a Gregori a aceptar su error, no era ese tipo de persona.

Los días pasaban y ella se aterraba más. No estaba en sus planes tener un hijo, mucho menos estaba lista para criar y hacerse responsable de alguien más, sólo era una chica con demasiados sueños y metas que cumplir. Todo cambiaría para ella si aceptaba traer al mundo a ese bebé, tenía miedo, no, estaba aterrada. Pero sabía que esto era solo culpa suya, debió ser mas cuidadosa, ahora, debía afrontar las consecuencias.

No sería fácil pero lo haría, lo intentaría, por ella y por ese pequeño trozo de ser humano que crecía dentro de su cuerpo.

No fue sencillo, lograr todos y cada uno de sus sueños le costó el triple, pero lo hizo, lo logró. Gran parte tuvo que ver la ayuda que recibió por parte de su familia, siempre estaría agradecida con ellos.

Se arrepentía por confíar en la palabra de un extraño, por haberle puesto en bandeja de plata no sólo su cuerpo si no su salud. Tal vez se arrepentía por no haberse sersiorado que Gregori uso protección esa noche.

Pero jamás, nunca, se arrepentiría por haber decidido tener a su hija consigo.
Su pequeña Claire era la que le daba fuerzas cada noche para seguir estudiando hasta la madrugada para sus exámenes, era por quien había logrado todo lo que tenia. Todo había sido por y para ella.

Y Claire entendía perfectamente eso y se lo agradecía infinitamente a Elizabeth Macflay. Sí, había días en los que una figura paterna le hacía falta. Pero era algo con lo que había aprendido a sobrellevar su vida.
Ahora que estaba por concluir la preparatoria, solo quería hacer sentir orgullosa a su madre. Consecuencias de la vida.

La jornada de trabajo de la madre de Claire, concluía a las 7:30 de la noche y solía llegar alrededor de las 8. Es por eso que cuando Claire despertó de su siesta de relajación, por la semana tan estresante que había tenido en la escuela, se asombró demasiado al fijarse en la hora. Faltaban unos cuantos minutos para que su mamá llegara y ella aún, no había hecho los deberes que le asigno antes de irse. Posiblemente se metería en problemas.

Se levantó a toda prisa de su cómoda cama que la había hecho dormir más de lo que ella había planeado. Aún con un poco de baba entre la comisura de sus labios decidió dar por finalizado su sueño, gran parte de la tarde, desde que llegó de la escuela, la había pasado estudiando para su examen de cálculo que tendría al día siguiente, le gustaban las matemáticas pero muchas veces solía odiarlas, le parecía algo tedioso tener que aprender fórmulas de más de una cuartilla simplemente para llegar a un resultado demasiado pequeño, aunque eso mismo, le parecía algo sorprendente y mágico.

Hizo cada labor que su mamá le encargo, en un tiempo récord, incluso le había quedado tiempo para prepararse una simple cena. Hasta ella misma se asombró de sus habilidades, aunque no negaba que se había agotado el doble.

Minutos después la puerta de entrada se abrió, revelando a aquella exitosa doctora, con su rostro cansado y su típico pelo enredado en un molote.

La mamá de Claire era una mujer hermosa, eso había que aceptarlo, pero el estar constantemente en presión durante el día, con todos los pacientes que atendía, las operaciones que realizaba y todo lo demás, siempre terminaba afectandole un poco, llegaba a casa con los pies apunto de explotarle, una migraña fatal y un dolor de espalda que la hacía solo querer desear la comodidad de su cama. Aunque físicamente, Elizabeth se veía de menor edad a la que tenía, su trabajo la hacía sentirse como una persona de más de 60 años.

Claire se encontraba en la sala, sentada sobre un sofá; viendo algún programa que captó su atención cuando encendió la televisión.
Su madre no la alcanzo a mirar hasta que por accidente su zapatilla golpeó a su hija.

—¡Auch! —se quejó la castaña cuando aquel zapato impacto cerca de su rostro.

—¡Lo lamento tanto cariño! —la doctora Macflay se acercó preocupada y un tanto alarmada hasta donde estaba su hija— Sigo teniendo la costumbre de aventar los zapatos a la sala cuando llego del trabajo. —Examinó la nariz de Claire, estaba roja pero no era para asustarse demasiado.

—Está bien —intentó calmarla—No te preocupes.

—Iré por un poco de hielo para bajar la hinchazón.

Elizabeth fue hasta la cocina, sacó unos cuantos hielos del frigorífico y los puso en un paño, volvió al lado de su hija y la ayudo a ponerselo sobre su nariz.




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