—Tan rápido como siempre, Krausser —resuelve el profesor con fingida sorpresa—. He sido ingenuo al creer que te pillaría desprevenido esta vez…
Dustin mantiene su anodina expresión de siempre, tras haberle dado la respuesta correcta casi de forma instintiva.
—Estaba escuchando —responde él, ajustándose sus gafas en la nariz sin necesidad de hacerlo.
Está nervioso, pero al menos esta vez la frase le ha salido del tirón.
—Lo sé. Tan solo quería captar la atención del resto —rebate el maestro con un ligero tono de ironía, dirigiéndose a los demás ahora—. Así es como se hace, ¿lo veis?
Murmullos varios alrededor. Dustin da gracias mentalmente por su tez mestiza, que oculta bien sus constantes rubores. Baja la cabeza hacia el libro de Física y Química mientras se revuelve por la nuca su pelo rubio, como gesto recurrente ante la repentina incomodidad. Estar sentado en la penúltima fila de la clase es también de gran ayuda para pasar desapercibido. Pero hay días en los que ni por esas se salva de la atención de los maestros y de los propios compañeros.
—No os pido que me respondáis todos igual de rápido, pero no os vendría mal aprender un poco de él, chicos —remata el maestro, encarándose de nuevo a la pizarra.
Su aula no es una sala demasiado grande y las ventanas no dejan pasar ruidos de la calle pese a estar abiertas de par en par, de modo que allí dentro suele escucharse cualquier comentario, por ínfimo que sea el tono. Dustin oye justo tras él a uno de sus compañeros más “graciosos” bromeando con otro en voz baja, sobre aquello que justamente no llegó a hacer: trabarse.
—¿Que aprendamos a qué? ¿A hablar "c-como si f-fuésemos g-gilipollas"?
El rubio no se gira. Mantiene la mirada puesta en el frente, con la nuca tensa y su mente repitiéndose una pregunta interna, luchando contra el impulso de mandar a la mierda a Keith Connor, aquel calienta-sillas. Por miedo a hacerlo tartamudeando y empeorar la situación. Quizá lo único que consigue frenarle esa reacción es el propio agarrotamiento de sus músculos por simple y llana vergüenza.
«¿Qué estoy haciendo aquí?», se pregunta sin levantar la vista del libro. «¿Qué es lo que realmente hago aquí?».
Se ensimisma. Oye la voz del maestro de fondo, pero ahora sí que ha dejado de escucharle.
Aquella pregunta lleva rondándole demasiado tiempo y, por más que intenta encontrar una respuesta que le calme, sus neuronas acaban siempre dándole el mismo chispazo, la misma solución lógica: Porque para ser policía debes estudiar.
Claro. Qué estupidez.
Dustin Krausser tiene claro por qué quiere convertirse en un agente de la ley pero, a la hora de la verdad, ¿sería capaz de ayudar a gente como ese imbécil, que se cree alguien burlándose de la forma de hablar de otra persona? Es un chico inteligente y, aun así, le cuestan de entender tantas cosas esenciales de la vida, con esa actitud tan mecánica y acorazada hacia los demás.
Pero, ¿por dónde empezar, cuando se tiene la autoestima bajo tierra y menos elocuencia que un pez?
Este dilema le trae de cabeza: nadie está nunca en la misma página que él... y eso le es tremendamente doloroso.
***
El timbre suena anunciando el fin de la clase.
Los alumnos se dispersan, ansiosos por salir de aquella "hora de la siesta" deseando regresar a sus casas y desconectar de todo aquello hasta el lunes; la típica alegría de un viernes. El rubio se queda en su sitio, manco de esa ansia que a sus compañeros les entra cuando truena la campana.
«Cuando llegue a casa, no habrá nadie esperándome. Papá y mamá aún estarán trabajando y a Heather todavía le queda una hora de clase», piensa. «No tengo ninguna prisa».
A un ritmo paradójicamente lento, Dustin se dedica a meter sus cosas en la mochila, allí tirada en el suelo. Su mente empieza a pisar el acelerador... pero afortunadamente allí hay alguien que le pisa el freno, evitando que entre de nuevo en su estresante bucle emocional. Una agradable presencia que acostumbra a silbarle dulcemente como saludo personal. El chico se golpea la cabeza con la esquina de la mesa al oír ese familiar silbido.
Es ella.
—¿Todo bien, Dustin? —pregunta con preocupación la pelirroja, tras una mueca de dolor ante su sobresalto accidentado—. Últimamente se te ve un poco decaído —le dice, retirándose un mechón tras la oreja—. Tengo un poco de prisa, el médico me está esperando, pero si necesitaras hablar de algo…
—¡H-Hannah Grace! —Se deshace el pelo al frotarse el futuro moratón, nervioso—. N-no te había... visto.
—Ah, ¿no? Vaya... Cada vez soy más invisible. ¡Incluso para ti...! Esto le va a encantar, a mi terapeuta…
¿Invisible? ¿Para él? ¿Cómo podía pensar eso ella? Si Hannah Grace es la única chica que a Dustin le ha gustado no solo es por sus ojos verdes, ni por su gracia natural e inocente al existir. Prácticamente se han criado juntos, sus padres son muy cercanos. La diferencia de un año entre ellos se "ajustó" cuando a él lo adelantaron de curso al de ella, en Primaria. Además, sus hermanas pequeñas son íntimas.