Se levantó tranquilamente a pesar de que la alarma había sonado hacía ya varios minutos. Como de costumbre, tenía el itinerario, útiles y uniforme en orden, cada cosa, cada material apilado sobre la mesa de estudios donde solía desvelarse siempre que se presentaba un nuevo examen, todo ello con el afán de sobresalir del resto, de tener la puntuación máxima, la calificación perfecta. Porque, la admiración y el reconocimiento, ya los poseía, no sólo de la clase entera, sino además de los profesores. No era de extrañar, por consiguiente, que varios grupos estuvieran al tanto de quien era él, de la posición que se había ganado con esfuerzo y dedicación, aunado a una obsesión absurda de estar por encima de todos.
Saul Clifford, el genio, prodigio, estudiante de conducta e historial intachables, que soñaba con superar los progresos que antaño hizo su hermano mayor, se despertó intencionalmente tarde ese día viernes, aun a sabiendas de lo que conllevaba un nuevo retraso en la misma semana y sin justificante.
Supuso, al pasar sigilosamente por la cocina y oír el sonido del grifo, que Ian no se había percatado de que aún se hallaba en casa. Debería estar lavando los trastes sucios del desayuno porque luego se ducharía y marcharía a realizar sus labores estudiantiles y varias nimiedades rutinarias más.
Salió de la casa en silencio, caminando y no casi trotando como días atrás hubo hecho. No hacía más que jugar a las probabilidades, escasas, de que el encuentro ulterior se repitiera. Cualquiera pensaría que era mucho más sencillo buscarle directamente en las aulas, pero Saul Clifford no se fiaba de dicho método.
En primera instancia, porque había al menos seis grupos de primer ingreso, todos ellos subdivididos por su letra correspondiente. Asimismo, estaban ubicados en diferentes plantas. Por lo tanto, demoraría más usando la lógica por búsqueda.
Además ¿Qué iba a decir cuando se presentara en cada grupo? ¿Qué estaba buscando a un fulano cuyo nombre no sabía?
Ni siquiera podía describirlo físicamente. Aquel chico llevaba un uniforme al menos una talla mayor a la que le correspondía. Saul tampoco había podido verle los ojos ni el cabello, partes imprescindibles para la identificación visual.
Ya se acercaba a la entrada cuando se percató de la presencia que yacía sentada en uno de los escaloncillos, cabeza baja y rodillas juntas contra su pecho.
¿Por qué ese chico le inspiraba tristeza? ¿Por qué demonios no podía sacárselo de la cabeza?
La respuesta era sencilla.
O le daba lástima, o verdaderamente empezaba a trastornarse por una situación superflua.
Sólo era un chico raro, los había de sobra, incluso en su mismo salón de clases. Y, sin embargo, allí estaba él nuevamente, tomando asiento junto al menor de la forma más resuelta que le fue posible, manteniendo su expresión impávida, a pesar de que moría de ganas por desentrañar todo el misterio que envolvía a aquel extraño.
— Hola. — farfulló, casi lacónico.
El chico se irguió lentamente y dejó de aferrarse las rodillas, pero sin llegar a voltearse en su dirección ni mucho menos.
— Se te ha hecho tarde otra vez…
Saul casi sintió ganas de reír ante semejante falacia. Y es que en esta ocasión él había elegido deliberadamente asistir tarde, cuando días atrás maldecía al cielo, mar y tierra por su descuido tardío.
—Veo que no soy el único. —contestó, centrándose en el rostro del más joven, tratando de captar cada ínfimo detalle. —Tus mejillas… —alargó el brazo hacia el lugar señalado, pero el menor rehuyó el contacto de inmediato y se puso de pie.
—Eh… este… son marcas de nacimiento. —habló con torpeza mientras se sacudía los pantalones, y tomó el maletín en sus brazos cuando Saul lo retuvo de la mano mientras miraba fijamente la ausencia del asa en el objeto. —Te dije que era descuidado.
—¿Por qué usas gafas? — fue directo esta vez. Las evasivas no servían de nada por lo visto.
—Porque… — los labios de Noah formaron una fina línea recta.
Tenía dos opciones: tratar de escapar, o mentir.
Pero ya había huido anteriormente, no quería seguirse ateniendo a ello. Así que, despacio, se quitó las gafas, parpadeando consecutivamente en tanto sus sensibles párpados se adaptaban a la luminiscencia.
Y Saul separó los labios, más por reflejo que por tener algo que decir al respecto.
Los grandes y expresivos ojos azules no eran lo único que lo había dejado sin aliento y literalmente sin habla. Había un hematoma, grande y purpúreo cerca del pómulo derecho.
—Me asaltaron… —Noah pasó saliva al notar la perplejidad en el rostro ajeno.
—¿Quienes? —cuestionó enseguida Saul aproximándose a Noah con claras intenciones de quitarle también el gorro. No obstante, Noah le sostuvo las manos en el acto—. ¿Cuántos? —frunció el entrecejo sin darse cuenta. —¿Qué hiciste? ¿Llamaste a la policía, qué hay de tus padres?
Una vez más, Noah se vio acorralado por cuestionamientos demasiado incómodos. No le gustaba, en lo más mínimo, el rumbo que estaba tomando la conversación. Creyó que siendo sincero a medias, Saul se alejaría y daría por finalizado el asunto, así como su repentino interés por una situación demasiado compleja y desgastante, pero en cambio, solo había alimentado aún más su curiosidad. Y ahora estaba pagando las consecuencias.
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Editado: 17.01.2024