El fin de semana fue reparador. Y la compañía de Saul era como un bálsamo que ayudaba a cicatrizar sus heridas, el remedio infalible para olvidar lo sucedido y añorar un día más a su lado. Y aunque en el fondo tenía miedo a enamorarse, sabía lo propenso que era a despertar ese tipo de sentimientos sin ser siquiera consciente de ello. No hasta que ya era demasiado tarde.
—Luces mucho mejor así. —murmuró Saul a su costado, alargando el brazo para revolver las hebras doradas en referencia a la ausencia del gorro negro que solía llevar Noah—. Los colores oscuros no te sientan nada bien. Es como si…
«Eclipsaran tu belleza»
—Opacan tu aspecto. —carraspeó contra su puño, arrepintiéndose de semejante pensamiento cursi y nada circunstancial.
Noah, sin embargo, sonrió, lo hizo de manera tenue y sin dejar de aferrar las correas de su nueva mochila. Otro regalo más del pelinegro.
—Mi color favorito es el lila. —reconoció, absteniéndose de mencionar razones—. ¿Cuál es el tuyo? —inquirió mientras pateaba una lata.
—El negro. —respondió Saul sin apenas meditarlo—. Me hace sentir cómodo, seguro. Suelo albergar pensamientos negativos, pero dudo que eso influya en mis gustos personales.
Noah asintió, conforme.
Pasos más adelante los dos se detuvieron frente al cancel, vacilando por unos instantes. Por primera vez en semanas, se presentaban no solo a tiempo, sino puntuales. Aún faltaban diez minutos para que sonara el timbre de entrada.
Dentro, todo parecía normal. Quieto, silente. Había escaso movimiento en los jardines y los patios estaban todavía desiertos.
—¿Entramos? —dudó el pelinegro al notar la contradicción en el semblante del rubio.
Parecía indeciso en cuanto a dar otro paso. En el fondo, Noah quería retroceder diez y salir corriendo en la dirección opuesta, pero estaba plenamente consciente de lo inmaduro y cobarde que sería ceder a sus impulsos.
«Cobarde»
No.
«Mentiroso»
Con la mirada extraviada, Noah no alertó en qué momento Saul lo atraía del brazo hacia su cuerpo, forzándolo a dar el paso faltante, aquel que lo separaba del exterior.
Sus labios se encontraron sin reparo alguno, sin objeciones ni reclamos. Tan solo una caricia incitante que fue aumentando la temperatura de ambos cuerpos.
En algún recóndito sitio de su hemisferio cerebral, Saul alertó que podrían ser vistos por algún profesor, así que se obligó a apartarse lo suficiente para quitarse la sudadera. Noah observó todo en vergonzoso silencio hasta que el pelinegro lo guio a espaldas de uno de los edificios de tercer ingreso. Deslizó la prenda sobre sus cabezas, y retomó el beso con mayor libertad que antes, delineando con su lengua el punto intermedio de los labios para posteriormente mancillar la boca ajena.
Y Noah tembló de gozo, sus piernas amenazaban con doblegarse en cualquier momento, no obstante, se sostuvo, buscando un punto de apoyo al abrazarse del cuello de Saul. El cosquilleo en su vientre se repitió al sentir la lengua del pelinegro introducirse cada vez más, restregándose sobre la suya cada tanto.
Joder. Era maravilloso.
Entonces Noah reaccionó. Abrió los ojos y empujó a Saul del pecho. Su rostro ardía en vergüenza, pero supo controlarse al mirar el piso.
—No creo que debamos besarnos en público.
Lo que en realidad quiso decir era: es peligroso exponernos de esta manera. Sobre todo, para Saul que estaba próximo a finalizar el semestre.
—Te doy la razón esta vez. —suspiró Saul, reponiéndose a duras penas del excitante contacto labial. De haber seguido así, habría tenido que hacer frente a una dolorosa erección matutina—. Te veré en el descanso. —se colocó de nueva cuenta la sudadera.
—¡Espera! —Noah se retractó al cabo de haberlo dicho.
Se mordió los labios con desesperación y desvió la mirada hacia un lado. Era su última oportunidad para decirle a Saul lo del celular, para sincerarse y explicarle el penoso malentendido en el que se había visto envuelto.
Pero ¿Por dónde empezar?
Ni él mismo sabía cómo se dieron las cosas para que terminaran acusándolo de robo. Quizá sus compañeros se habían puesto de acuerdo previamente, aunque era algo complejo e inverosímil de creer.
—Me esperas en el lugar de siempre. —bajó la voz, forzó una sonrisa y se despidió con un gesto de mano.
Se lo diría en el descanso. Era lo mejor.
***
Cuando llegó a su casillero, Noah se encontró con una nota adherida. La puerta metálica había sido removida y había un juego de llaves dentro.
"Las bisagras estaban oxidadas. De momento tu compartimiento estará en desuso. Traslada tus cosas al casillero número ocho del segundo corredor a la derecha"
«Más lejos» fue lo primero que pensó Noah antes de retomar su camino hacia el edificio de junto.
Una leve chispa de alivio lo inundó al buscar el lado positivo de la situación. Así estaría más alejado de sus compañeros y sería menos propenso a recibir "sorpresas inesperadas". Aún no superaba la vergüenza de saberse el blanco de burlas por lo de los preservativos.
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Editado: 17.01.2024