Browbeater (intimidante)

Capítulo 13

El sopor de la inconsciencia le había ayudado a aminorar el molesto calambre en sus piernas, lo mismo que el resto de los malestares que lo habían estado aquejando desde antes de la carrera. A pesar de estar tendido boca arriba sobre la camilla y oír el molesto goteo del suero a su costado, Noah no quería abrir los ojos. Temía por las represalias que le aguardaban cuando diera la más mínima muestra de hallarse despierto, consciente y mortificado por lo bajo que había caído en los últimos meses.

Quizá de estar sus padres vivos, las cosas serían muy diferentes. Lo mismo que si sus tutores estuvieran ocupando su lugar como habían hecho año tras año.

Sin duda debía ser una persona muy molesta, un parásito, un ser odioso y una carga con la que nadie quiere lidiar en ningún momento de su vida.

Un hipido se le escapó de los labios. Apretó más fuerte los ojos cuando el aroma a alcohol y aséptico le inundó las fosas nasales.

—Noah.

Conocía de sobra al dueño de aquella voz profunda y lacónica. Y por ello se rehusó a moverse un solo centímetro, conservando en todo momento la esperanza de que lo creyera dormido y se fuera.

Una lágrima terminó por traicionarlo cuando sintió la tibia y reconfortante caricia en su mejilla, después vino una sobre el dorso de su mano. Los fríos dedos se entrelazaron firmemente con los suyos. Noah tensó el cuerpo y gimió bajito ante los suaves toques en su cabello. Nunca se había sentido más vulnerable y a la vez más miserable.

Un bueno para nada, eso era.

—Lo hiciste.

Noah apretó aún más los ojos, haciendo que sus párpados se movieran un poco en el proceso.

—Ganaste la carrera. —lo felicitó Saul, repartiendo delicadas caricias en sus nudillos—. Sé que estas despierto. Nadie es capaz de soportar el aroma a alcohol tanto tiempo.

Lo había pillado in fraganti. Aun así, Noah demoró varios segundos en abrir los ojos, pestañeó repetitivamente para aclararse los ojos y torció sus labios en evidente frustración.

—¿Hace cuánto que no comes? —Saul fue directo al preguntar, irse por las ramas no le había ayudado en lo más mínimo a esclarecer sus dudas, así que sería directo de ahora en más—. La enfermera dijo que tuviste una descompensación, por si fuera poco, estabas deshidratado... —frunció el ceño y endureció su expresión.

Tragando grueso, Noah bajó discretamente la mirada hasta sus muñecas. Al instante cerró los ojos.

Estaban vendadas.

—No conforme con ello, te autolesionas. ¿Qué sigue, romperte un brazo o una pierna? —no esperó a oír la contestación para agregar—. No entiendo qué ganas lastimándote de este modo, pero no permitiré que lo sigas haciendo.

—Lo dices como si fuera a pedirte permiso. —trató de sonar firme, más todo quedó en un patético intento. Su voz sonaba como si fuera a quebrarse en cualquier momento.

—¿Me dirás ahora qué te pasa?

—No me pasa nada.

Saul entornó los ojos, irritado, pero al cabo volvió a suspirar y procuró serenarse. Había visto como Noah perdía el conocimiento luego de traspasar la línea amarilla. Aunque lo había atribuido a simple cansancio físico. Cuando supo el diagnóstico, no pudo más que sentirse estúpido. No debió haber esperado para salir a buscarlo. Supuso erradamente que hacía lo correcto al no presionarlo, sin embargo, las cosas no habían hecho más que empeorar.

—¿Qué beneficio obtienes con esto? —lo tomó del brazo, cerrando su mano en torno a la venda, sosteniendo el contacto visual en todo momento.

Como Noah se pusiera a la defensiva...

—Me hace sentir mejor. —musitó—. Me ayuda a...

—Tienes al menos una docena de cicatrices en cada brazo. —lo silenció Saul en tono mordaz, su voz estaba cargada de desdén, pero lo que realmente sentía era impotencia por no poder hacerse cargo de la situación.

Había hablado con la directora y el único acuerdo establecido fue el de que Noah recibiera terapias psicológicas tres veces a la semana, además de tener un orientador en caso de que se presentara alguna anomalía como antaño.

—Saul, quiero que te vayas. —solicitó mientras se acomodaba nuevamente en la camilla, recostándose de costado, aferrando la almohada contra su pecho y sopesando las escasas probabilidades de evadir sus labores estudiantiles el resto de la semana—. Quiero estar sólo.

—Ese es el problema. Todo el tiempo estás solo. —argumentó Saul, notó que el suero se vaciaba y tras apartar unos mechones rebeldes del rostro del rubio, partió a informar a la enfermera en turno.

Por casi una hora lo vio dormir plácidamente. Su pecho elevándose al ritmo de su respiración, su rostro tranquilo, calmo. Eran sus pestañas las que delataban sentimientos escondidos y tóxicos.

Había lágrimas silenciosas en ellas, y por si fuera poco, Noah se quejaba en sueños de una amenaza imaginaria, incomprensible a oídos del pelinegro. Toda perorata inconsciente del menor se limitaba a una retahíla de suplicas.

"Por favor..."

"A él no..."

Y otras frases entrecortadas, ocuparon su sentido auditivo por varios minutos consecutivos.

Con semblante serio, Saul observó el pronto reemplazo del tercer suero. Tomó uno de los periódicos y esperó.

Noah despertó diez minutos más tarde, tenía los párpados ligeramente hinchados y la vista opaca. En un movimiento silencioso y mecánico se arrancó la sonda del brazo. La sangre fluyó libremente por la hendidura del pinchazo, solo era un tenue escozor acompañado de una punzada soportable.

Deslizó los pies fuera de la cama y se apoyó en la base metálica del suero para impulsarse.

—¿Qué demonios haces? —para su infortunio, Saul lo interceptó antes de que lograra su propósito de levantarse.




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