Recién llegaba de la junta. Había recogido las boletas de las calificaciones pasadas y no estaba nada contento con los resultados. Desde siempre, Noah había sido un alumno neutro, sus calificaciones no eran de las mejores, pero tampoco de las peores. Y actualmente Brahim se encontraba con una papeleta que exhibía demasiados números en rojo para el gusto de cualquiera.
Era alarmante lo mucho que había decaído el promedio de Noah, aunque no podía culparlo. La culpa recaía sobre él por haber estado ausente, por no querer ver más allá de la utopía ofrecida por Jonathan.
Aún había tiempo de solucionar las cosas. Empezaría teniendo una larga y tendida charla con el rubio, lo ayudaría a ponerse al corriente con las materias y de paso, le preguntaría sobre la acusación del robo del celular.
Dejó los papeles sobre la mesa y, al ver la computadora portátil, intuyó que Noah estaría tomando una ducha, quizá dormido.
Se dispuso a subir los peldaños, pensando en todo momento en los problemas que se les venían encima. Lo de Jonathan, el bajo promedio de Noah, la conducta arbitraria de este último.
Ya estaba por llegar arriba cuando oyó la música, una melodía constante inundaba la primera planta. Brahim frunció el ceño y apretó el barandal con fuerza. Era reprobable que Noah hiciera ese tipo de cosas cuando recientemente había sucedido la tragedia de Jonathan.
Calificaciones bajas, robo de celulares, asistía a fiestas sin su consentimiento. Estaba fuera de control y era su culpa también.
—Noah. —subió los dos escalones de golpe y azotó la puerta.
Listo para reprenderlo, Brahim entró a grandes zancadas.
Su rostro se tornó lívido, blanco como la cal. Sintió como un potente nudo se apoderaba de su estómago, algo le oprimía el pecho con una fuerza estremecedora, letal.
—¡NO! ¡DIOS MIO, NO! —se precipitó hacia la puerta, guiado por unos pies que no eran los suyos.
Tenía ahora la boca reseca, la garganta cerrada, completamente obstruida. Por un segundo se había clavado las uñas en las palmas, lo hizo de manera inconsciente, salvaje, como si eso pudiera acelerar sus movimientos, como si con ello pudiera trozar la cuerda.
Noah estaba suspendido de una de las barras superiores anexadas al ropero.
Brahim gritó como un poseso, trepó a la silla a una velocidad sobrenatural, tomó a Noah de la cintura y lo levantó para evitar que la cuerda siguiera obstruyéndole la respiración.
—¡Noah! —estalló en llanto, podía sentir aún el pulso, lento, débil, amenazando con extinguirse, cual flama expuesta al viento.
—¡Por favor, resiste! ¡Estoy aquí!
Incoherencias, era lo único que brotaba de sus labios, ni siquiera razonaba en lo que estaba diciendo, era como si sus pensamientos y palabras estuvieran disociadas, ajenas a sus movimientos corporales.
No paraba de sollozar, pero tuvo que controlarse para retirar la cuerda, para deshacer el nudo corredizo mientras sostenía el cuerpo de Noah contra su antebrazo.
«¿Por qué?» era la única pregunta que se formulaba en la mente de Brahim.
Clara y precisa, punzante como una daga.
En algún momento consiguió bajarlo e inmediatamente colocó el cuerpo inconsciente sobre el suelo, tomando una buena bocanada de aire que, tras cubrir la nariz del rubio, se encargó de traspasar a sus azulados labios.
Repitió el procedimiento un par de veces y entonces la bruma mental empezó a desvanecerse, lo suficiente para que Brahim recordara el teléfono en su bolsillo.
Lo sacó con manos temblorosas, torpes. Marcó el número agendado y aferró a Noah entre sus brazos, suplicándole perdón, implorándole que soportara otro poco, que no se atreviera a morir, como si con esas simples palabras, con ese fútil y desgarrador ruego, pudiera asegurar su vida.
***
Saul nunca había golpeado a una mujer, pero en ese momento, lo hizo, cerró con fuerza su puño y golpeó directo en el estómago para sacársela de encima.
Emma gimió, retorciéndose en el suelo de la discoteca. Allí había llevado a Saul luego de asegurarse que bebiera toda la botella.
Saul se incorporó tambaleante de la banca, tuvo que traspasar por el bullicio y la muchedumbre antes de llegar a lo que, supuso, era la salida.
Ya fuera, se sintió mucho peor. Ahora lo comprendía, sabía que estaba bajo los efectos de alguna droga. No entendía cómo ni por qué.
Trató de orientarse, dando un paso a la vez, yendo hasta la cabina telefónica que estaba a varios metros de distancia. Ya se había palpado los bolsillos en busca de su celular y no lo había encontrado, pero en esos momentos le daba igual todo.
Sacó un par de monedas y dedujo su denominación al frotarlas reiterativamente.
Le tomó varios minutos, pero por fin pudo introducirlas y marcar el número correspondiente.
—Ian… —balbuceó en cuanto este atendió—. Busca a Noah... solo. —cerró los ojos y se sujetó de los extremos del cubículo para no caer—. Solo hazlo. —exigió.
Tenía un mal presentimiento de todo.
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Editado: 17.01.2024