Bruja

Capítulo I

Era la segunda noche de los Smith en su nueva casa. Edward y Carol, un matrimonio un tanto joven se había mudado desde los suburbios hasta Colina Dorada, donde lograron adquirir una muy buena oferta por un inmueble de dos pisos muy lujoso. La casa, al igual que las demás residencias de los alrededores tenía muy buena facha.

Colina Dorada era un hermoso residencial abandonado la mayor parte del año, usualmente los dueños de las casas solo iban a pasar el verano en ellas, marchándose una vez iniciado el otoño. Como fuera, Carol y Edward habían encontrado su propio paraíso, tanto para ambos como para su hija de 6 años, Lilian.

Pasaban de las once de la noche y Carol se encontraba en el segundo piso de la casa. Sentada en una mecedora, tejía una bufanda color marrón para Lilian mientras escuchaba las noticias en la televisión. El noticiero hablaba de una gran tormenta que estaba pasando por el pacifico y azotaría la península con gran fuerza, de hecho, ya comenzaban a verse los síntomas de semejante fenómeno atmosférico. Hacía mucho frió y afuera se podía apreciar como los arboles se movían a causa de los feroces ventarrones. La pequeña de los Smith jugaba en la alfombra con sus muñecas, no a mas de metro y medio de su madre. Mientras en el televisor se presumía de que no se había presenciado una tormenta de esa magnitud desde años atrás, Carol sintió una ligera ráfaga de viento helado que le erizo la piel. Era la ventana, estaba un poco abierta, así que se levantó.

—Hace mucho frío— se quejó abotonando su suéter largo de color beige.

—Mamá ¿Ya viene mi papa?— preguntó Lilian y volteó a verla soltando su muñeca.

—Aun no cariño— informó su progenitora con tristeza. Se encontraban solas hasta sabría Dios que hora —. Creo que va a demorar un poco más — respondió removiendo la cortina para echar un vistazo a la calle. Al hacerlo, un detalle llamó su atención.

Un automóvil se encontraba estacionado al otro lado de la calle. Tenia los vidrios oscurecidos y el motor encendido, cosa muy rara. Carol preocupada miroteo a los alrededores, pero ninguna de las casas vecinas parecía habitada. Todas estaban a oscuras, parecía ser que los vecinos no venían para sus vacaciones. Ideas locas cruzaban por su cabeza, estaba asustada. Se apretó dos botones del cuello de su camisa y angustiada se volteó hacia su hija.

—Algo no anda bien— sospechaba en un susurro que Lilian no percibió. Después, tomó el teléfono y llamó a la policía con las manos temblorosas.

060, Cual es su emergencia?

—Hay un carro sospechoso frente a mi casa, mi hija y yo estamos solas y...— dijo aterrada.

Señora, ¿Cual es su dirección?— pregunto la operadora. La mujer le dio la información enseguida.

—¿Pueden mandar a alguien por favor?— Carol atemorizada, su temor había crecido con la llamada.

Aguarde un segundo. Tengo una unidad cerca de ese domicilio, la enviare a revisar, pero antes, debe tomar algunas precauciones como... —

Carol no pudo escuchar más. En ese momento la linea telefónica y las luces se apagaron. Aterrada, soltó el teléfono y se asomó a la ventana. El automóvil estaba ahí, con todas las puertas abiertas. Los hombres que estaban en el habían salido y no se había percatado.

—¡Mami! ¿Que paso? ¡Tengo miedo!— dijo Lilian apunto del llanto.

—¡Anda, ven conmigo, no pasa nada!—la madre tomó a su hija de la mano para salir corriendo juntas.

Literalmente huyeron de la habitación. Frente a ellas, pasando un pasillo había otro cuarto y de su lado izquierdo unas escaleras que llevaban hacia la planta baja que era enorme. Apenas llegaron al tercer escalón, se escuchó como algo golpeó la puerta principal con fuerza y esta se cayó. Carol se detuvo aterrada y abrazó a Lilian.

—¡Ay, no puede ser!— gritó retrocediendo. Podían verse luces de linternas abajo y si quería llegar a la parte trasera, debía pasar por ahí.

—¿Que pasa, Mama? ¿Quienes son? — pregunto Lilian con temor.

—Tenemos que escondernos Lilian— dijo Carol levantándola y se dio la vuelta.

La mujer entró a la otra habitación más cercana, en donde encontró un ropero y metió a la pequeña Lilian.

—Guarda silencio y escóndete aquí— la niña no pudo evitar entrar en llanto—. Yo vendré por ti ¿Está bien?— Preguntó colocando su índice sobre su misma boca.

—¡Mama, quédate conmigo!— Lilian extendió los brazos.

—No tardare, lo prometo— cerró las puertas del ropero.

En el primer piso se abrió la puerta de un solo golpe y tres hombres entraron a la casa con capuchones que les cubrían el rostro y linternas. Uno de ellos, el que iba al frente, miro alrededor como los perros cazadores que aprecian el paisaje y asechan a su víctima. Después de unos segundos en silencio, de su chamarra sacó un arma y le quitó el seguro.

—¡Voy a librarme de los cabos sueltos!— atajó mirando a sus compañeros — ¡Quiero los sacos llenos cuando regrese¡ — dicho eso, subió hacia el segundo piso rápidamente.

—¡Ya oíste idiota!— gruñó el segundo de ellos empujando al otro dándole un saco viejo— ¡Toma ese saco y llénalo con todo lo que veas!—.

Todo lo que encontró a su paso iba al costal, desde decorativos hasta cuadros y adornos que parecían valiosos. El otro hombre solo se quedó en su lugar mirando alrededor. Estaba hecho un manojo de nervios con una mano tomaba el rosario que colgaba de su cuello y su frente sudaba a chorros.

—¡Vamonos de aquí, algo de este lugar no me gusta!— pidió con temor y se quitó el capuchón suavemente para dejarlo en una mesa al lado de la puerta.

—¡Cállate y echa en el saco todo lo que puedas!— le gritó el otro sujeto—. Ese cuadro de allá se ve bien—.

—Estoy hablando enserio— dijo de nuevo el chico asustadizo.

El otro hombre parecía haber perdido los estribos en automático. Dejó de lado su saco y sus ojos se abrieron lo más posible. El sujeto se quitó el capuchón lanzandolo lejos y caminó hacia su compañero.




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