Bruja

Capítulo VIII

El cabello cano de Edward Smith ya era escaso, su cabeza tenía algunas manchas de la vejez al igual que sus mejillas y el contorno de sus ojos mostraban arrugas. El tiempo trascurrió y para él había sido de lo más cruel, puesto que llevaba años metido en ese hospital, en el pabellón psiquiátrico.

—Retiraré su plato, señor Smith—dijo la enfermera tomando la bandeja que contenía un par de platos con la merienda.

Él padecía de demencia senil, y realmente muchas de sus contestaciones se limitaban a asentir con la cabeza mientras miraba un punto fijo. Las enfermeras procuraban hablarle sutilmente en voz baja. Cualquier alteración era peligrosa para el hombre, ya que se ponía histérico.

—vendré más tarde a darle sus medicinas señor Smith—finalizó ella para salir de la habitación lentamente sin azotar la puerta. Edward se mantenía paranoico y temeroso la mayor parte del tiempo y el sonido de la puerta, por más sigilo que se tuviera era aterrador para él.

Pasaron algunos minutos en los que él simplemente pasó sentado mirando a un rincón en la habitación fijamente. Tenía los ojos al límite sin decir nada. Solo ahí, mirando con sorpresa y temor, como si esperara que algo apareciera en este punto. La puerta detrás de él se abría lentamente y el hombre comenzaba a sudar frío. Sus manos temblaban, no sabía si era por el miedo o su enfermedad, pero podía sentirlo, algo iba entrando a la habitación. Estaba asustado, temía por su vida hasta que escuchó murmullos.

—Cierra la puerta—dijo Lidia en voz baja mientras se adentraba en la habitación.

Axel entró después de ella y al no ver seguro en la puerta la atrancó con el respaldo de una silla. Ambos iban vestidos de internos, las batas de Clara bien les funcionaron para cruzar el pabellón hasta la habitación del señor Edward sin sospechas. El paciente los miraba preocupado.

—¿Quiénes son ustedes? —cuestionó—, ¿Dónde está la enfermera Ramirez? —.

—Sr. Edward, no se preocupe—pidió Lidia amablemente colocándose frente a él—, le voy a ser sincera. No somos doctores, pero necesitamos hablar con usted. Me llamo Lidia y soy del periódico de la universidad local, necesito hacerle unas preguntas sobre lo que ocurrió en la calle Miguel Alemán—dijo ella.

—No—atajó él negando con la cabeza—. No otra vez. Ya les dije todo y nadie publicó nada de lo que les mencioné. No quiero revivir lo que pasó—dijo con su voz rasposa e inhalo cuanto oxigeno pudo después de eso.

—¿Otra vez? —cuestionó Lidia confundida—, ¿Quien vino señor Edward? —.

—Esa otra chica de la Universidad que vino hace algunos meses—dijo con trabajos—, Emma—apenas dijo el nombre, el rostro de Lidia cambio, su semblante se tornó de terror y miró a Axel, quien no comprendía que podía significar ese nombre.

—¿Qué pasa? —cuestionó Axel desde un costado de la puerta. Vigilaba que nadie entrara a la habitación. Aunque pareciera tonto, quizás podía entrar en una casa abandonada sin problema, pero el entrar a escondidas a una instalación así de manera indebida le estresaba bastante.

—Nada—dijo Lidia y sacudiéndose esa expresión se mostró como si nada, dirigiéndose de nuevo a Edward—, Señor, fuimos a su casa en la calle Miguel Alemán—.

El hombre abrió los ojos cuanto pudo, los miro impresionado. Parecía como si un destello de lucidez hubiera llegado a él, ya no temblaba y no parecía tener demencia. Miró a ambos y después, como cosa de nada, soltó unas lágrimas.

—¿Que hicieron? —cuestionó temblando.

—¿Por qué? —cuestionó Axel—, ¿Que sucede, Sr. Edward? —.

—Están muertos... Chicos estúpidos—dijo negando con la cabeza murmurando lo segundo.

Lidia se conectó con Axel en una mirada, él pudo entender el miedo que ella sentía. Lidia estaba aterrada y no podía ocultarlo, aunque quisiera. Por su parte, Axel trataba de mantener la calma, como siempre lo hacía. Creía que, por el bien de ambos, uno de los dos debía parecer tranquilo.

—¿A qué se refiere? —preguntó Lidia colocando sus manos en las braceras de la silla de ruedas.

—Ella va a venir por ustedes—indicó.

—¿Quién? —preguntó Axel manteniéndose firme presentándose ante el hombre.

—Ágata—Edward lo dijo con todo temor.

—¿Quién es Ágata, señor? —preguntó Lidia y pasó saliva.

—La Bruja—declaró Edward y ambos chicos se miraron entre sí. En ese instante, Edward oprimió el botón de ayuda y ambos lo notaron, así que decidieron huir del cuarto—, ¡Están muertos, están muertos! —gritaba él jalándose el cabello en su silla de ruedas.

Axel y Lidia atravesaron un pasillo. Al llegar al final, apenas se dieron la vuelta un grupo de enfermeros entro en el cuarto de Edward sin verlos. Ellos se escondieron un momento hasta que Lidia volteó.

—Estamos seguros, la salida está allá. Vámonos de aquí—indicó Lidia.

Axel estaba por dar un paso cuando miró hacia atrás solo por inercia, su hermana Clara iba entrando a una habitación mas allá por el mismo pasillo. Axel estaba confundido, ella había dicho que saldría de la ciudad ese día.

—¿Clara? —cuestionó mirando como su hermana entraba a la habitación.

—¡Axel! —Lidia tiró de su manga—, ¡Es ahora o nunca! —.

—Acabo de ver a Clara—dijo él—, ella no trabaja en el área psiquiátrica. Además, dijo que saldría de la ciudad ¿Que hace aquí? —preguntó.

—¡No lo sé, pero debemos irnos! —dijo ella y le tomó el brazo para llevarlo—, ¡YA! —gritó.

Ambos se marcharon de ese lugar llenos de preguntas.

 

 

 

 

 

Clara entró a la oscura habitación con una bandeja en la mano. En ella venían por lo menos tres pastillas distintas. Apenas puso el dedo índice en el apagador, una voz le habló.

—No—pidió—, me gusta estar a oscuras—aclaró.

—Bien—dijo Clara con un suspiro—, te traje tus medicinas—.

—Gracias—le dijo la mujer dándole la espalda, en su silla mirando a la ventana—, ¿Cómo está tu hermano? —.

Clara suspiró y dejó la bandeja sobre un mueble en la entrada y después se pasó la mano por el cabello con un nudo en la garganta y angustia.




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