Capítulo XIII

Félix golpeaba levemente el volante de la camioneta con las yemas de su dedo pulgar, estaba ansioso. Los chicos habían entrado con la promesa de volver pronto, pero ya pasaba más de media hora y él no sabia nada de ellos.

—¡Vamos, idiotas! ¿Qué tanto hacen?—preguntó desesperado y miró a la casa, después, volvió su mirada al frente—. Éste lugar me pone nervioso—añadió y miró por el retrovisor. La calle estaba sola y poco iluminada, solo se veían unas cuantas hojas que volaban con el viento.

En su estéreo se escuchaba un poco de música rock de los años setenta, pero esto cambió cuando una especie de estática invadió la estación de radio y la frecuencia del comunicador que Adriel le había dado que estaba sobre el tablero. Preocupado, tomó el radio y oprimió el botón de comunicación.

—¿Chicos? ¿Está todo bien allá adentro?—preguntó.

La estática prevalecía, pero en una pequeña pausa, una voz se hizo escuchar. No era muy clara, pero bien pudo identificar que era uno de sus amigos.

—Felix... Felix—se escuchaba seguido de la misma estática.

—¡Oigan, déjense de bromas idiotas!—exclamó molesto.

—Estamos atrapados adentro, necesitamos ayuda—dijo Adriel en medio de la estática y de pronto, una voz se escuchó detrás de él. Era delgada, fina y estremecedora, mas aun porque sonaba tan clara que debía estar junto a su amigo.

—¿Haz visto a mi mami?—preguntó una niña pequeña.

Felix escuchó a Adriel gritar y la transmisión se terminó. Atónito, Felix se quedó con el radio en la mano, sus ojos eran como un par de platos.

—¿Adriel? ¿Adriel?—preguntó un par de veces—, ¡Maldición, maldición! ¿Y ahora que hago?—preguntó con la voz temblorosa.

¿Qué harías tú?

No hubo respuesta, por lo que Felix salio rápidamente de la camioneta y tomó una linterna de abajo de su asiento. Una vez con la linterna encendida, corrió hacia la oscura casa abandonada, ojalá no lo hubiera hecho.