Bruja

Capítulo XVIII

Lidia despertó en la camilla de hospital. Aún tenía cables corriendo desde las venas de su muñeca a un aparato que marcaba sus signos vitales. Confundida, se puso de pie quitándose aquellos alambres para salir de la camilla en busca de alguien. Lo ultimo que recordaba era haber sido atacada. La habitación donde se encontraba estaba casi vacía, a no ser por una silla en la que estaba la chamarra de Adriel.

—¿Hola?—preguntó abriendo la puerta que ya estaba media abierta.

Saliendo al pasillo se encontró con corredores exageradamente blancos a sus dos costados. Pero de el personal o los paciente no había rastro alguno, así que salió con sus reservas. Caminaría hacia la derecha hasta que encontrara a alguien, a quien fuera que le informara donde estaba sus amigos. Trató de caminar con cautela, pero a la larga, el pasillo parecía tornarse mas largo y la soledad comenzaba a generarle ansiedad. Todo estaba tan calmado, que de un momento a otro solo era ella y su respiración.

—¡Adriel!—gritó.

Pronto un estruendo se escuchó detrás de ella y se detuvo temblando de miedo. La piel bajo la bata blanca que llevaba se le erizó. Podía sentir esa mirada fulminante, respiró hondo y se giró lo mas lento posible, solo para alcanzar a ver de reojo a una mujer de vestido negro que después desapareció cuando la luz del techo en esa sección se apagó de pronto. Lidia se quedó allí, mirando la oscuridad bajo la que sabia se encontraba ella, observándola. La luz de la sección siguiente se apagó también, y la que le seguía igual a unos segundos de ésta. Lidia comenzó a entrar en pánico y corrió seguida por esas luces que se apagaban.

—¡No, ayuda!—gritó un par de veces esperando encontrar a Adriel o a Axel o a quien fuera.

Antes de llegar al final del pasillo, la ultima luz frente a ella se apagó también. Así que se detuvo con la sensación de ser acorralada. A sus espaldas seguían apagándose las luces, y al frente solo había mas oscuridad. Faltaba una ultima luz para que la oscuridad llegara hasta ella. Lidia se quedó ahí mirando la lampara en el techo, pero no se apagaba. Extrañada bajo la mirada encontrándose cara a cara con un rostro pálido que la miraba fijamente a los ojos.

—Sálvanos—le dijo una niña pequeña al borde de la oscuridad.

—¿Qué? ¿Cómo?—cuestionó.

—Quema nuestros cuerpos, queremos descansar. Pero ten cuidado—advirtió.

—¿Porqué?—preguntó Lidia con temor al ver como a la niña le salían venas negras en toda la cara.

La niña le pidió acercarse y le habló al oído.

—Ella no te va a dejar hacerlo—comentó la niña y se alejó un poco con la oscuridad a sus espaldas. Unos dedos se deslizaron por su rostro, las manos con garras le tomaban la cabeza y ella no hacía nada, estaba inerte.

Lidia tomó a la niña de las manos para jalarla en una batalla con lo que fuera que quería llevársela. Forcejeó hasta que ella salió de la oscuridad mirándola a los ojos fijamente. Lidia soltó a la niña y despertó de su pesadilla, que mas que eso parecía una revelación.

 




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