Bruja

Capítulo 4

Eran solo dos puntos a tratar.

Ungüentos. Pregúntale qué sabe acerca de la medicina natural.

El segundo tema era un poco más común; como todo estaba en la red, seguramente Eric ya había investigado sobre ello; dudaba de que un empresario de su calibre fuera por allí aceptando cenas con locas ermitañas, solamente con lo que podía escuchar a través de sus labios. Tampoco quería su confianza…

No le hablaré sobre mi padre.

Y eso él no tiene manera de saberlo.

—Ya casi está lista —se mostró lo más afable que pudo—. Podemos tomar té, mientras tanto.

Eric alzó las cejas y sonrió.

—Soy una persona de café —confesó, avergonzado.

—No sé por qué ya me había cruzado esa idea por la cabeza.

—Dígame… —antes de que él pudiera formular la interrogante, Prudence dio un salto para sentarse en la mesita del centro, en un tapetillo donde solía poner su té.

En otras circunstancias Maggie se habría reído de forma tendida, pero todo lo que pudo hacer fue mirar la reacción de su invitado, al tiempo que él, con el ceño fruncido, analizaba a la recién llegada. Ambos, gata y hombre, se miraban como si estuvieran inspeccionando sus caracteres.

—Es un gato enorme —manifestó Eric, sin apartar los ojos de Pru—. Creo que le caigo mal.

—Es la primera vez que se codea con desconocidos. —Sintió ganas de corregir la sentencia. No tenía necesidad de que un hombre como ese supiera de su nula vida social. Se aclaró la garganta, pensando cómo redimir la escena—. Es bastante selectiva.

—Ya veo. —Eric estiró el brazo, pero Prudence, antes que permitir que la tocase, dio un brinco y salió disparada de la salita.

—Le ha caído normal.

—Ajá.

—¿Iba a decir algo?

—Sí. ¿Tiene un descorchador?

—Ah, sí. Quizá podemos tomar una copa en la cocina, finalmente es para abrir el apetito y el olor del horno ayudará.

Se incorporó despacio.

Los pasos de Eric resonaban en la moqueta cuando los dos caminaron en dirección de la cocineta, que efectivamente estaba embargada de los olores mezclados de especias, vinagre, vegetales y otros artilugios de Maggie. Acuclillándose, sacó las copas de un estante a un lado del fregadero.

Para cuando se volvió, Eric había dado con el descorchador, ubicado justo al lado de ella. De cualquier forma, no estaban lo suficientemente cerca como para justificar los nervios.

Mucho menos a partir de que él empezó a hablar acerca del parque que su compañía pensaba poner en las tierras que lindaban con las suyas.

—La idea de obtener el resto de los acres es ampliar las actividades también. El tema es descanso, paz, algo de sedentarismo adquirido por voluntad propia.

—Eso quiere decir que construirán cabañas —lo tanteó.

Eric no parecía amedrentarse con el hecho de darle información; a lo mejor porque era ese tipo de hombre que pensaba que con cada negocio vendía un pedazo de sí mismo, que en su trabajo estaba impresa la esencia de su propio ser.

Alguien obsesionado con la perfección, aparte.

—Sí, una serie de pequeñas casitas, no tan amplias y acogedoras como esta, no crea; aunque, pensándolo bien, me vendría de maravilla saber un poco de conceptos.

—Oh —en esa ocasión Maggie no evitó reírse—, esta casa es un rompecabezas de conceptos. No se comparará jamás con la visión de una decoradora.

—Usted no entiende. —Él también sonreía. Pero, curiosamente, esa sonrisa no parecía ser la real; Maggie no podía describirlo. Eric era como el bosque de extraño—. No quiero vender a las personas un concepto frívolo de la naturaleza.

Extrañada, la mirada de Maggie se posicionó en la mano que Eric tenía alrededor de la botella que con un chasquido escupió su corcho. Un rastro de envidia reptó por el interior de su garganta.

Puso la atención en Eric nuevamente.

—Quiere venderle casas construidas en un lugar que es para acampar. No suena muy coherente.

—Entonces usted es de las que piensa que estar rodeada de mosquitos es la idea de pasar una velada cómoda.

—Acampar en el bosque no es solo una velada cómoda. Hay otros conceptos qué abordar. No sé si tenga algún departamento que se encargue de eso. Es decir: alguien que haya hecho un estudio de campo para preguntar a las personas a qué vienen a este tipo de poblados.

Sin ningún titubeo, se apartó de la encimera para abrir el horno. No dejó de mirarlo durante el lapso que se tardó sacando la bandeja de la carne, ni cuando la puso en la cocineta.

Le dio un trago a la copa de vino que él le había servido.

—Vienen a desentenderse del mundo —contestó Eric, tan lleno de convicción como le hubiera encantado que estuviera la copa, cuando se bebió su contenido de un tajo.

Lo que hubo después fue un silencio que sobrepasó la incomodidad. La tensión que flotaba arriba de la cabeza de Maggie era tan espesa que pensó que, si se movía, el resto de la casa perdería el equilibro. Era obvio que Eric estaba escondiendo su verdadero motivo al comprar las tierras, pero no podía culparlo. Personas como él jamás podrían tocar las razones sentimentales del apego a ese tipo de cosas; sí, cosas como acampar por la noche, que tu padre lea en voz alta para ti y que el olor que llegue a tus fosas nasales sea el de algo puro que no tiene explicación.




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