El colorcito rojo de la octava planta finalmente cambió hacia el noveno botón, y el ascensor se movió, bruscamente, despertando a Brunon.
Él, con los ojos secos y el rostro mojado, lo primero que hizo al despertarse fue mirar el panel de botones, y al ver que por fin el ascensor parecía funcionar correctamente, se puso de pie, feliz. Ahora se encontraba otra vez en frente de las puertas metálicas del ascensor, donde en ellas pudo ver como todavía había gotas recorriendo sus mejillas, gotas que no eran de sudor, sino de haber llorado. Delicadamente se limpió aquellas lágrimas, no quería sentirlas más, estaba viviendo una pesadilla. Continuamente se preguntaba el cuándo acabaría, cuándo despertaría de un posible golpe que le había dejado inconsciente, cuándo saldría de aquel ascensor, cuándo dejaría de padecer alucinaciones por estar en un ascensor acalorado; ¿cuándo sabría qué era real y qué no?
Miró el noveno botón, tan rojo, tan vivo, tan contrario a él. Todo parecía rojo en su vida; alarmante, peligroso, tóxico, sucio. Pero sólo el rojo que definía sensaciones negativas, y no positivas, como el rojo de una dulce piruleta.
Frotó sus dos manos entre sí como si de una mosca se tratase, nervioso, agobiado. Quería llegar ya a la planta correspondiente, la duodécima, pero; todavía faltaba mucho.
Brunon, nervioso, decidió tararear una canción, pues el ascensor no reproducía ninguna. Extraño. Lo primero que pasaba por su mente al entrar siempre en el ascensor era; "Joder, de nuevo esta canción." Pero ahora mismo nada pasaba por su mente, ni siquiera lograba recordar exactamente el qué había hecho antes de dirigirse al trabajo ¿qué había hecho él? No lo recordaba.
Sus recuerdos se iban esfumando poco a poco.
Observó su reflejo en las puertas metálicas del ascensor. Pudo ver una mirada tan triste, una sonrisa tan repugnante. Intentar sonreír en su situación confusa era inútil. Ni siquiera sabía cómo hacerlo.
Siguió frotando sus manos, mirándose a sí mismo en aquellas puertas, y sorprendentemente, la boca de su mismo ser habló.
― ¿Brunon? ―Se preguntó ¿O le preguntaron?
No respondió, se quedó perplejo mirando su reflejo. En su pequeño cerebro no se podía aceptar tanta fantasía de un minuto al otro.
― Conmigo no deberías ser tímido ―Siguió hablando él, su reflejo, mirándole con una sonrisa. Una sonrisa bonita, todo lo contrario, a la del Brunon físico―. Sé cómo eres, sabemos cómo somos, no tenemos que fingir entre nosotros dos.
Brunon seguía sin contestar, no entendía la situación. Su mente, intentando hallar respuesta en esos lentos segundos de silencio, ordenó a los ojos de Brunon mirar hacia el panel de botones del ascensor. Seguía la luz roja en el noveno. Parecía que aquel botón se desangrase, muriendo lentamente, sin poder ser ni rescatado, ni revivido. Estaba ahí, saturado, entre más botones.
Siguió frotando sus manos, enrojecidas de tanto contacto entre sí.
― ¡Brunon! ―Chilló su reflejo, harto de ser ignorado―. ¿Qué sucede? ¿No te gusta observarme? Antes lo estabas haciendo muy cómodamente ¿qué pasa ahora? ¿te doy miedo? ―Preguntó amistosamente―. Bueno; ¿te das miedo?
Sus labios temblaron. Quería hablar, pero no se atrevía, tenía miedo, sentía escalofríos. Sentía algo frío a su alrededor, y no recordaba el nombre de aquella sensación, no recordaba el nombre con el que los humanos la bautizaron.
― Joder, serás idiota ¿qué pasa? ¿no vas a hablarte a ti mismo? ―Preguntó alterado―. Eres tú, joder. Por una vez que puedes mirarte a los ojos y hablarte en vez de estar hablando contigo mismo mentalmente, por una vez que puedes hablarte, hablarme ¿me ignoras? ¿así es como me tratas después de haberte ayudado tanto?
Brunon no se atrevía a contestar, y siguió frotando sus manos a una mayor velocidad.
― ¿Qué coño intentas? ¿quieres hacer fuego con células muertas? ¿quieres incendiarte? ―Se burló, pues Brunon seguía mostrándose frío, y eso le molestaba.
― Y-yo...―Tartamudeó él.
Su reflejo abrió la boca, sorprendido, formando una grandiosa O.
― ¡Joder, has hablado! ―Exclamó llevando las manos a su cabeza―. Vamos, sigue, habla... ―Bajó las manos, y se quedó mirando a Brunon, ansioso, esperando otra palabra.
Sus labios empezaron a tiritar, sentía mucho frío.
― T-tengo f-frío... ―Comentó Brunon―. N-no m-me siento b-bien... Y-yo...
― ¡Joder, puto tartamudo! ―Comentó él, riendo―. Bueno, ya me callo, sigue hablando ―Se tapó la boca con la mano para evitar que su risita se escapase.
― ¿Q-quién e-eres? ―Se preguntó, irónicamente, a sí mismo―. ¿P-por qué m-me hablas?
El reflejo destapó su boca, dejando ver una sonrisa.
― ¿Qué pasa, Brunon? ¿No reconoces a un hijo de puta? ¿No te reconoces a ti mismo?
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Editado: 10.03.2019