Brunon

Ⅴ - DÉCIMA PLANTA

 

¿Quién soy? Se preguntaba él, solo, en aquel pequeño ascensor que le había hecho viajar y recordar.

Se sentía inhumano, se sentía miserable, no se sentía importante, querido o valorado, se sentía destrozado, hundido, y no sabía el porqué.

Haber vivido todo el dolor que causó a otras personas, también le dolió. Sintió cada golpe en su cuerpo, en su mente, en sus lágrimas que ya ardían al gotear de sus pequeños ojos, le dolía el simple hecho de vivir.

Por una vez en su vida él quería leer poesía para intentar encontrar sentimientos parecidos a los suyos. Pero, tan sólo tenía su mente, y nada más. Siempre había encontrado la poesía estúpida, llena de sentimientos fáciles de identificar, pero difíciles de entender si no se sentían al haberlos vivido o vivirlos al leer. Le resultaba difícil leer tan sólo un verso, era algo complicado ¿cómo iba a leer poesía si no sentía nada? Lo que más odiaba Brunon era fingir ser interesante, pues con fingir emociones ya tenía suficiente.

Se sentó cómodamente y tomó su propia mano, intentando darse apoyo, intentando ser consciente de que se tenía a sí mismo para calmarse, pero no lograba entender que una persona causante de tanto llanto y dolor podía ser comprensivo y ayudar.

¿Realmente importaba su existencia? Bueno, mirándolo desde un punto de vista cruel, importaba para eliminar a personas comunes que no aportaban nada a la supervivencia humana.

Tan profundo era su dolor que empezó a llorar, empapando más su ropa, que curiosamente seguía mojada.

― Te odio ―Se dijo a sí mismo―. No te quiero, y jamás he querido hacerlo. Te desprecio, arrancaría lentamente toda la piel que cubre tu horroroso ser para que te convirtieras en nada, te quemaría, te cortaría en pedazos, te demostraría todo mi odio. Te odio, te odio, te odio.

Brunon, desesperado por el tanto odio que no podía expresar al carecer de las herramientas necesarias, empezó a bofetearse. Un golpe tras otro en su rostro cansado. Un golpe tras otro que enrojecía sus mejillas, que hacía cerrar sus ojos, apretar sus labios para aguantar el dolor, aguantar las lágrimas para no humillarse a sí mismo.

No quería respirar, quería ahogarse, pero no era capaz; no tenía el coraje suficiente para matarse.

Había podido matar a muchas personas, pero, porque no las conocía, porque tan sólo las había visto en su aspecto débil, vulnerable, y esos pequeños aspectos era lo que le daban coraje para degollar, matar, quemar, violar. Le dolía reconocerlo, pero lo que le dolía más era sentir placer con tan sólo recordarlo.

Tenía todavía las suplicas por seguir viviendo de aquellas personas en su mente, las tenía almacenadas y ordenadas, desde el primer crimen cometido por sus manos hasta el que había dejado en el suelo de algún cuarto de su casa actualmente.

Recordar todos aquellos gritos y forcejeos le excitaba, le encantaba dominar, le encantaba sentir el rechazo de todas aquellas personas, le enamoraba el saber que él rechazaba el propio rechazo; pues tenía todo el control, quisieran o no quisieran aquellas personas. Cada manita que rozaba su pecho intentando arañarle o golpearle, cada manita inofensiva le transmitía ternura, gracia, pues le parecía increíble el hecho de que el humano tuviera tanta pasión por seguir viviendo, hasta el punto de seguir luchando; aunque se estuviera quedando sin vida en el mismo momento.

Seguía abofeteándose. Se odiaba, se odiaba por cada vida que había absorbido tan fácilmente, se odiaba porque podía acabar con cualquier vida menos con la suya.

Tenía fuerza, inteligencia, pero era despistado, tampoco tenía mucho carisma, pero igual así era un hombre de buena vida a la vista de los demás. También era clasificado como "un buen hombre", fingiendo ser todo lo que querían ser sus compañeros de trabajo, pero, para él; era todo lo que odiaba.

No tenía a nadie, en cambio los demás sí. Ni siquiera se tenía a sí mismo, pues a veces la locura le hacía temerse, acabando encerrado madrugadas completas, sin dormir, en su habitación, a oscuras, e intentando recuperar la respiración para volver al mundo material y no seguir en el mundo espiritual al cuál le transportaba su locura.

Una y otra vez se preguntaba quién era, qué hacía, por qué lo hacía, por qué no se ahorcaba, por qué no se quería, por qué no intentaba querer, por qué tenía tantas preguntas sin responder, sobretodo la que preguntaba respecto a su existencia; ¿por qué existo?, ¿cuál es mi objetivo?

Cada pregunta le angustiaba, la odiaba, deseaba no saber su propio idioma para no preguntarse nada; pues el saber hablar es lo que le hacía pensar.

No había amor en su interior, no había ninguna emoción positiva circulando en sus venas, no había nada excepto odio y dolor. Eran las únicas emociones que sabía reconocer y sentir, pero que camuflaba excelentemente, haciendo creer a los demás que estas dos emociones era las que nunca sentía, y las que sentía realmente era las que su corazón desconocía.




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