Brunon

Ⅵ - UNDÉCIMA PLANTA

 

El ascensor funcionó de nuevo, y subió a la planta indicada. El movimiento brusco que hubo en tal acción provocó que el cuerpo de la mujer y el de Brunon se desequilibrasen por un momento, al punto de tener que apoyar sus manos en el suelo con una fuerte potencia y así mantenerse pegados a la pared.

― Este ascensor me da escalofríos ―Comentó él, volviendo a alimentarse de nicotina.

― ¿A quién no? Incluso a mí, que ya estoy muerta, me transmite una mala sensación; negatividad, escalofríos, egoísmo. Sería extraño que incluso aquí dentro tampoco sintieses nada.

Brunon asintió, y tiró colillas de su cigarro al suelo.

― ¿Qué hiciste con aquel negro que te violó, Brunon? ―Preguntó la mujer tranquilamente. Demostraba la misma sensualidad que su hermoso cuerpo, ceñido de manera atractiva en aquel llamativo vestido rojo.

― Lo maté.

Él, sorprendido por haber respondido sin antes pensar, intentó calmar su nerviosismo por su confesión absorbiendo más de aquel cigarro. Necesitaba más de él, sentía que toda su negatividad se traspasaba a aquella pequeña droga comercializada, y él quedaba liberado, lleno de felicidad y tranquilidad. Miraba fijamente a la otra pared, como había estado haciendo la mayoría del tiempo, intentando ignorar la mirada de la mujer, que yacía fija hacia su boca.

― ¿Lo mataste? ―Preguntó ella, con la misma tranquilidad, aportándole una seguridad que jamás había sentido en unas sádicas palabras.

Brunon no se sentía juzgado.

― Sí, lo maté. Al día siguiente fui a verle de nuevo, y con un cuchillo lo maté. Lo maté. Después lo enterré en el bosque que había detrás del maldito prostíbulo, y nadie lo buscó ¿sabes por qué? Porque era un maldito negro sin papeles, un inmigrante sin familia. Además, ese jodido prostíbulo estaba situado en el culo del mundo.

Confesó él, sin querer. Todavía con la mirada fija en la pared, y la mirada de la mujer en sus labios, intentaba tranquilizarse, pues había respondido de nuevo sin pensar, y se torturaba él mismo interiormente;

Piensa la respuesta, debes pensar la respuesta, piensa la respuesta, siempre piensa la respuesta y recuérdala.

― Brunon, no te voy a juzgar ¿de acuerdo? ―Comentó ella, como si fuera capaz de leer sus pensamientos―. No prohíbas a tu boca decir la verdad.

Él asintió, incapaz de hablar por los nervios.

― ¿Por qué lo mataste, Brunon? ―Preguntó, con la misma tranquilidad.

― Se lo merecía.

Él apretó sus dientes.

― ¿Tú crees que se lo merecía? ―Vaciló ella, sonriendo.

― Por supuesto.

Apretó más sus dientes, empezando a enfurecerse por tan sólo recordar todo lo que le hizo aquel hombre, por tan sólo recordar como su cuerpo y alma perdieron los derechos de ser persona, los derechos de defenderse, de protegerse.

― ¿De verdad?

El tono tranquilo de la pregunta, la duda que expresaba; enfurecía más a Brunon, y sus dientes se debilitaban de tanto apretarse entre ellos.

― ¿De verdad, Brunon?

― ¡Sí, joder! ―Chilló repentinamente a la vez que se ponía de pie, enfurecido, enrojecido. Tiró el cigarro al suelo y lo piso con rabia, lo aplastó, lo destrozó moviendo la punta del zapato de izquierda a derecha, dejando el cadáver de aquella sustancia por el suelo. Miró a la mujer, con unos ojos rabiosos―. ¿Por qué dudas tanto, eh? ¡Por qué!

― Yo no dudo, Brunon, yo sólo quiero saber por qué se lo merecía―Respondió tranquila.

Él, enfurecido, se acercó a ella, y una vez de pie delante de su rostro, se agachó.

― ¿Quieres saber por qué se lo merecía?

Ella asintió, mirándole con serenidad.

Brunon pasó sus manos por su cabello graso, y después de esto tomó la cabeza de la chica por la barbilla. La miró fijamente a los ojos, unos ojos hermosos que demostraban tranquilidad. Era una mujer limpia de pecados parecidos a los suyos, una mujer hermosa, pero con una actitud manipuladora y vengativa.

― ¿Por qué, Brunon? ―Preguntó ella, clavando sus ojos en los de Brunon, sin pestañear.

― Porque... ―Murmuró mirando al suelo, todavía con la mano en la barbilla de la chica.

Ella seguía mirándole, esperando una reacción, una respuesta, algo que logró, pues súbitamente Brunon tomó una gran cantidad de aquel cabello rojo, y estampó su cabeza contra la pared del ascensor.

― ¡QUE POR QUÉ! ―Chilló con una gran potencia proporcionada por su ira.

Golpeaba la femenina cabeza contra la pared, una y otra vez, sin descanso, esperando ver sangre, pero no la veía.

― ¡ZORRA! ―La insultó, apretando sus dientes con odio.

La tiró al suelo, y ella, tumbada, no reaccionaba, tan sólo mantenía los ojos abiertos observando el daño que le hacían. Brunon se puso encima de ella, y le dio una bofetada, dejando su mejilla izquierda roja.

― ¿Te gusta sentirte así, inmovilizada, sin poder hacer nada? ―Preguntó, con una sonrisa cruel.




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