Brunon

Ⅶ - DUODÉCIMA PLANTA

 

― Cariño, despierta.

Aquella voz dulce hizo renacer el corazón de Brunon, hizo que se despertase completamente, y sin ningún dolor.

Él, con miedo, abrió los ojos lentamente. El ascensor estaba iluminado nuevamente. No comprendía la situación, pero tampoco quería hacerlo, sólo tenía miedo de saber lo que realmente sucedía.

A su lado, estaba su madre, sentada, peinando su cabello graso.

― ¿M-mamá? ―Preguntó él, intentando no llorar, sin ánimos para levantarse del suelo donde estaba tumbado―. ¿P-por qué?

― Cariño, debes entenderlo, hiciste daño a mucha gente ―Respondió ella, acariciando ahora el rostro de su hijo suavemente―. Querían castigarte.

― P-pero t-tú... ―Tartamudeó él, lleno de dolor emocional― ¿P-por qué t-tú? ―Preguntó liberando las lágrimas tan ardientes que había intentado acorralar―. ¿Y-yo te he hecho daño, m-mamá?

― Mataste a Lou, cielo.

Brunon cerró los ojos, todavía confuso por aquel suceso, liberando más y más lágrimas, sintiendo como calentaban su rostro, su corazón, como le hacían sentir emociones que siempre había intentado ocultar para no herirse más. Se mordía el labio inferior mientras lloraba con los ojos cerrados, no podía calmarse, ni siquiera el tacto de su madre le tranquilizaba.

Recibió una bofetada en las dos mejillas.

― Abre los ojos, amor.

Él los abrió, sintiendo dolor físico y emocional.

― ¿Sí, mamá?

― Acepta que lo mataste, acéptalo.

Se la quedó mirando, sin saber qué decir. Estaba acostumbrado a mentir, pero, era su hermano, era Lou, había sido el único humano al que había intentado adorar con toda su alma, no podía mentir respecto a la muerte de un humano tan importante para él.

― Acéptalo, cariño.

― No puedo, mamá, n-no puedo.

― Tú lo mataste, tú estabas con él cuando murió y no hiciste nada para evitar su muerte.

Brunon seguía tumbado, mirando a su madre con ojos cristalizados, evitando llorar para no recibir otro golpe por parte de ella.

― H-hice todo lo que p-pude.

― ¡Mentiroso! ―Brunon recibió otra bofetada.

Cerró los ojos, intentando calmarse para no llorar, y se sentó en una buena posición para poder mirar a su madre a los ojos correctamente.

― Yo no lo maté.

Otra bofetada.

― No lo hice.

Otra.

― ¡Lo hiciste! ―Chilló ella, enfurecida― Mataste a mi pequeño, a mi bebé, a mi niño ¡a mi hijo!

― Tú me mataste a mí muchas veces y jamás dije nada.

Ella le miró seriamente, confusa.

― ¿Qué dices, hijo?

― Me hiciste mucho daño, mamá.

― ¿Por demostrarte lo que era amar?

Brunon cerró los ojos, los abrió, y abofeteó a su madre.

― Yo nunca supe amar, nunca me demostraste qué era amar, nunca me amaste, tan sólo me utilizaste y abusaste de mi inocencia.

Ella se lo quedó mirando, dolorida por las palabras serias y serenas de su hijo.

― Creo que nunca te quise.

Cerró los ojos de nuevo, y cuando los abrió; su madre había desaparecido. No se sorprendió, y sin saber hacia dónde mirar, miró el panel de botones, fijamente, con poca esperanza a que sucedería algo, hasta que después de un largo minuto ocurrió; la luz roja marcó el botón de la planta duodécima.

Suspiró.

Se puso en pie, nació en él impaciencia, y sus zapatos lo expresaban, pues producían un ruido irritante; pisar, no pisar, pisar, no pisar. Levantaba la suela, la dejaba caer, levantaba la suela, la dejaba caer; y así repetidamente.

El ascensor se paró.

Brunon se quedó mirando las puertas de metal, esperando a que aparecía otro reflejo vengativo detrás suyo, pero, no fue así, sólo se vio a él, con su traje seco y limpio; hasta que las puertas se abrieron. Podía ver toda una planta llena de cajas, con una iluminación un tanto extraña, pues la oscuridad y los rayos de sol que entraban por las ventanas se fusionaban.

Sonrió, confuso, con temor de salir del ascensor. Pero salió, andando con pasos tranquilos.

Una vez fuera de él, las puertas se cerraron. Respiró hondo, y siguió andando. Como si no hubiera vivido nada fuera de lo cotidiano en ese ascensor, se propuso buscar la caja en la cual había los cubiertos necesitados, y como si algún dios le estuviera facilitando el camino; vio la caja que tanto necesitaba en la pared del fondo de toda aquella amplia planta. Estaba sola, sin ninguna caja más a su lado, pues todas estaban ocupando el espacio de la planta creando pasillos, pero aquella caja no, aquella caja estaba en el fondo, abandonada, destacando, chillando "CUMPLEAÑOS OFICINAS".

Sonrió aliviado con tan sólo pensar en que probablemente podría volver con sus compañeros y comer tranquilamente un trozo de su tarta, pero, cuando por fin tuvo la caja en sus manos, el sonido reproducido por una sirena de un coche de policía, de un camión de bomberos y de una ambulancia, le hizo acercarse a una de las ventanas, rápidamente, pues la caja pesaba poco para él.




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