Aquella tarde, al Nora terminar su trabajo en el rancho Salvador, se encontraría con Diego en el arco de entrada y allí lo divisó a los lejos, montado en su caballo esperando por ella. Lo miró, él le sonrió como siempre, saludando con la mano y no pudo evitar pensar en lo tierno que era él, expresivo, libre, más sin aviso, vino a su mente Aaron a medida que se acercaba y recordó que Diego era así gracias a él.
Anduvieron, conversaron sobre sus días y cenaron con los abuelos, quienes hacían muchas preguntas al joven. No solían recibir visitas, así que, la llegada del chico fue todo un acontecimiento para ellos. Diego reía mirando a Nora, mientras intentaba contestar la lluvia de preguntas que aquel par de ancianos le hacían, porque así era él, accesible y amable.
Ya tarde en la noche, el joven regresó a su casa y la abuela de Nora no pudo evitar mencionar:
—Pero qué joven tan agradable, hija. Además, es tan guapo.
Nora asintió con una leve sonrisa de labios apretados y respondió:
—Sí, lo es. Es… Es… Un hombre maravilloso.
—Sin duda —dijo el abuelo—. La pregunta es… ¿Te gusta a ti?
—Claro, sería una tonta si no —contestó Nora casi automáticamente.
Era lógico, Diego era perfecto y ella sabía que no debía dejarlo pasar. No obstante, sus heridas seguían abiertas y ni siquiera entendía muy bien lo que estaba haciendo, pues sentía cosas por Aaron, aunque lo detestaba profundamente después de lo que pasó.
Nora quería borrarlo, eliminarlo de su presente, y de poder, ya lo habría borrado de su pasado. En el fondo, ella sabía que fue humillada hasta lo más bajo, se sentía como una mujer insuficiente sin importar todo lo que entregara, porque había amado a Aaron con el alma, pero aquello no sirvió para nada, no importó, al final era descartable, un chiste y eso le dolía aún. Así se sentía y se desesperaba por estar mejor, por ser querida, valorada. No era justo tenerlo a costa de Diego, pero ya ni entendía muy bien lo que hacía, ni lo que le pasaba.
Las tardes fueron pasando en compañía de Diego y Nora empezó a descubrir que se sentía mejor, que olvidaba y llenaba el vacío dejado por Aaron con otros sentimientos. El joven Balderas le pidió que le enseñara a pintar y aunque Nora no tenía idea de cómo transmitir lo que sabía, allí se instalaron varias tardes entre colores y risas, sobre todo cuando vio el retrato que Diego pintó de ella.
—Creo que mejor se te da el arte abstracto —dijo Nora riendo, haciéndolo reír también.
Aquella noche miraron las estrellas juntos, acostados sobre el pasto del jardín.
—¿Extrañas la universidad? —indagó Nora.
—Para ser honesto, sí. Ese es otro mundo, un lugar en constante búsqueda de conocimiento, muy distinto a este donde ya todo está dicho. Sí, extraño estar allá, aprender, conocer nuevas personas. Era una vida muy activa, aquí, al contrario, todo es pasivo, tranquilo, como si el tiempo se detuviera.
—Y… ¿Qué estudiabas allí?
—Ingeniería hidráulica. Aquí también hay mucho conocimiento, ha sido interesante descubrir cómo hay información que no se consigue estudiando, se descubre viviéndola, transmitida de generación en generación.
—Como el oficio de mi mamá.
—Sí, como lo que te enseñó tu mamá.
Nora cerró los ojos y sintió paz, recostó su cabeza en el firme hombro de Diego, tomó la mano del chico sin decir nada y él apretó el agarre de la joven entre su puño.
A ella le parecía que todo lo vivido con sus hermanas y Aaron había pasado hace mucho tiempo atrás, aunque solo transcurrieron un par de meses. Lo estaba superando, como le habían asegurado Crispín y Flor, más no a la velocidad que Nora hubiese querido y allí se quedaron en silencio, descansando.
Cada noche, Aaron notaba que Diego llegaba tarde, a veces conversaba con él para escuchar acerca de una Nora más feliz, dándole a entender que la chica lo olvidaba de a poco. El bruto se preguntaba si ya habrían pasado a algo más y le atormentaban las imágenes que saltaban en su mente, sentía celos, más no se atrevía a preguntar.
Aquella noche en particular, Diego llegó con un retrato de él pintado por Nora y los imaginó pintando y riendo juntos cada tarde. En ese instante se dio cuenta de que no tenía nada de ella, fue un amor tan fugaz que ni tiempo tuvo de preservar algo, tan intenso que se consumió rápido.
Aaron se sumergió en el trabajo, no tenía nada más donde esconder sus añoranzas y le comenzó a ir bien, muy bien de hecho. Era un tipo trabajador, determinado en lo que se planteaba y recobraría su rancho por completo a como diera lugar, pues mucho sacrificó para lograrlo. Con la entrega de las tierras parte de la deuda regresó, aunque no en su totalidad y sin fecha de término. Aaron no podía perder esta oportunidad, así que trabajó duro y recuperaría su rancho intentando olvidar, aunque no lo consiguiera ni un poco.